martes, 8 de septiembre de 2009

Historia del Carnaval Bonaerense

Lo trajeron los españoles, las mujeres arrojaban huevos de ñandú, Rosas bailaba candombe

La costumbre de mojarse uno a otro en carnaval, la trajeron los españoles, a pesar que en España el carnaval cae en invierno. Ya desde el siglo XVIII los bonaerenses se mojaban los unos a los otros.

En 1771 el Gobernador de Buenos Aires Juan José Vertíz implantó los bailes de carnaval en locales cerrados. Por esa misma época, un grupo de gente descontenta con los bailes justo antes de la cuaresma, y según decían por los excesos que ocurrían en ellos, llevaron su descontento ante el mismísimo rey de España.

El rey envió de inmediato dos órdenes a Vértiz, el 7 y 14 de enero de 1773, por las cuales prohibía los bailes. Vértiz le protestó al rey diciendo que como se bailaba en España, también se lo podía hacer en Buenos Aires. Pero Carlos III promulgó una ley el 16 de diciembre de 1774, en la cual prohibía los bailes de carnaval, alegando que él nunca los había autorizado en las Indias.

A baldazo limpio

En los años siguientes a la Revolución de Mayo se volvió muy común entre la población, en especial entre las mujeres, la costumbre de jugar con agua. Utilizaban todo tipo de recipiente: desde el modesto jarro, hasta huevos vaciados y rellenos de agua con olor a rosa, pasando por baldes y jeringas. Entre la gente acomodada se usaba comprar los huevos de ñandú.

Las azoteas de las casas se convertían en verdaderos campos de batalla, y más de un transeúnte recibió una fresca catarata de agua. La batalla por una azotea entre hombres y mujeres, todos jóvenes, era divertidísima y terminaba con la inmersión de los perdedores en una tina.

Cada comienzo de carnaval se dictaban medidas preventivas, que nunca funcionaban porque los policías también jugaban.

El Candombe del Gobernador

Las costumbres del carnaval, en época de Rosas, fueron cayendo en excesos, llegando hasta el máximo desbordamiento. Estaban los que aprovechaban para entrar en las casas y robar, los que se aprovechaban de las mujeres que jugaban al carnaval, manoseándolas, rompiendo sus ropas y hasta violándolas.

Los grandes protagonistas y protegidos de Rosas eran los morenos. Los negros se juntaban a danzar al ritmo de sus candombes. El mismo Rosas concurría donde los morenos festejaban. En 1838 acudió a la fiesta realizada en la esquina de las actuales San Juan y Santiago del Estero, acompañado de su esposa Encarnación y su hija Manuelita.

Una costumbre en esta época era la llamada "día del entierro". Los vecinos de cada barrio colgaban en algún lugar un muñeco de paja, al que llamaban Judas, que luego era quemado, en medio de una fiesta general.

Los desmanes y escenas "poco decorosas" aumentaron, llegando a ser "repulsivas". Rosas decidió cortar por lo sano y prohibió todo festejo de carnaval el 22 de febrero de 1844. Las celebraciones se reanudaron recién en 1854, con Rosas fuera del poder. En los años siguientes comenzaron a predominar las comparsas.

La Princesa y el Oso Carolina

El primer corso se efectuó en 1869, participando en él mascaras y comparsas. Al año siguiente, una disposición policial permitió el desfile de carruajes. El lujo de los disfraces y adornos fue creciendo con cada nuevo carnaval.

Cobraron auge los «centros», sociedades organizadas especialmente para desfilar en los corsos. Predominaban los de los negros desfilando al son de sus candombes. Pero estos "centros" también estaban integrados por "gente de bien", el más conocido era la sociedad "Los Negros", integrada por jóvenes intelectuales de la alta sociedad. Vestían un uniforme militar húngaro. Las comparsas tenían canciones con letras de contenido gracioso, crítica política y crítica social.

Las nuevas armas para los juegos con agua, eran los famosos pomos Cradwell. Estos arrojaban agua perfumada. En San Isidro se vendían los pomos de plomo en la librería de Valentín Dosso o la de Plinio Spinelli.

A fines del siglo XIX y primeras décadas de 1900 los corsos alcanzaron su máxima popularidad. Los más importantes eran el de San Fernando, Adrogué, Lomas de Zamora, Avellaneda, Morón y San Isidro.

Grandes grupos de máscaras llevaban la alegría a la gente por todos lados. Se disfrazaban pintorescamente, se podía ver a la princesa, los príncipes y condes y al gracioso y simpático "Oso Carolina", el cual realizaba piruetas. Los carruajes eran siempre lujosos, pero la gente esperaba con ansia la llegada de las sociedades corales y musicales.

Y por estos años comenzaron a tener importancia los bailes. Los mas conocidos eran los del Tigre Hotel, Hotel de San Isidro, los de Francisco Bustamante, las suntuosas veladas que organizaba Alfredo Demarchi en su palacio de San Fernando, los de Morón, Lomas de Zamora, los del hotel Las Delicias en Adrogué, los del Club de Flores y los del hotel Carapachay de San Fernando.

Con el paso de los años se fue viendo que la gente de sociedad no compartía como antes estas fiestas populares, solo acudían a los bailes o se exhibían en los carruajes durante los corsos más importantes.

El carnaval fue perdiendo encanto. Muchas familias dejaron de ir a los corsos más populares. En 1909 se suspendieron por los continuos incidentes que se producían.

Llegó la murga, ¡sí señor!

A partir de 1915 muchas de las famosas comparsas fueron desapareciendo siendo reemplazadas por las murgas. Estas en principio estaban integradas por jóvenes de 20 o menos años. Sus cantos eran simples e ingenuos, y sus letras "atrevidas". Los corsos perdían brillo, se poblaban de chatas, carros y carritos de lechero, adornados con flores artificiales, farolitos chinescos y tiras de papel barrilete de distintos colores. Eran tiempos difíciles y se notaba en los festejos del carnaval. Los desfiles fueron siendo relegados por los bailes en gran escala que organizaban diferentes instituciones sociales.

En 1921 resultaron fabulosos los del Club de Flores, el realizado por el Círculo de la Prensa en el teatro Coliseo y las veladas en el Tigre Hotel. Las mujeres iban vestidas con disfraces y los hombres con smoking. Esto para las clases altas. Para los demás seguían existiendo los bailes en los clubes sociales.

Las murgas representaban a estos centros sociales, y fueron relegando a las grandes comparsas. No tenían ni tenores ni bandas sinfónicas, pero eran y son muy divertidas.

Los carnavales fueron mantenidos como fiesta pública por entidades que se organizaron en función de lazos de vecindad y territorio, que es la forma que todavía se encuentra en nuestros días. Desaparecieron los corsos, pero todavía se festeja. Y obviamente los juegos con agua nunca desaparecieron por más prohibiciones que les implantaron.

Por Martín A. Cagliani
Artículo publicado en la revista
Circulo de la Historia, Nº 47. (Fragmento)
Fuente en internet:

lunes, 7 de septiembre de 2009

Murga
El happening de la gente simple
Revista Confirmado - febrero 1968

"Este murgón, mamá
Este murgón
Hoy le saca el cuero a la televisión"

La poco complicada música del hit popular El Camaleón, venía de perillas para que el centenar de integrantes de la murga Los Mimosos de La Paternal dieran forma al ensayo de un complicado ritual, cada vez menos usado: cuando la semana que viene se inicien los festejos de un nuevo carnaval la agrupación será una de las cincuenta que todavía se animan a celebrar las fiestas mas tristes del alma-parque, el happening de la gente simple, muy simple.

Era la noche del martes 13 cuando un pitazo del director ubicó en la realidad a los celebrantes. Alberto Pajarito Pereira parecía un maestro cuando ordenaba, no muy dulcemente: "A ver, che salame, forma en la fila y toma las distancias, a ver. Hace lo que te digo." Frente a la fábrica de algodón Estrella, en Bauness y Constituyentes, rodeados de vecinos y vecinas que aplaudían las ocurrencias, Los mimosos arrancaron, con las cuartetas más picaras:

"El año 67 Fue un año de moda nueva
Se vino la minifalda
Acortando la pollera
Nosotros felicitamos
A aquel que la moda trajo
Porque ahora con las minis
Va a costar menos trabajo."

A un costado el inspirado vate que fabricó los argumentos escuchaba embelesado cómo El Chino ("No, este que, me va a perdonar pero el nombre no se lo doy a nadie. ¿Se cree que soy longi yo?") canturreaba sus intencionados arranques poéticos. Alfredo Zerrillo es el diariero de la zona (con parada en Nueva York y avenida San Martín) y también el afortunado autor de las letras: "No son verdes como cree la gente —advirtió—, son verdaderas, críticas. Ve ahora, ahora dicen pis en un verso. Escuche, escuche. ¿Pero quién no conoce la palabra pis? Eso no es verde."
Más allá de la peculiar interpretación de Zerrillo, de las críticas no se salva nadie: se llevan por delante la pinta del galán Rodolfo Beban, las respectivas malas famas populares de la locutora Pinky y de la vedette Zulma Faiad, ni siquiera la figura del cura Grandinetti. Tampoco quedan en pie los formidables baches porteños ("¿Sabe lo que pasa?: muchos de nosotros tienen taxi y camiones") y la supersexy Isabel Sarli ("Le falta un chorizo"), insinúa con perversidad la parte final de la cuarteta que le han dedicado.

Cuando desfilan oficialmente por los corsos se envasan en unos trajes calurosos y aproximadamente horribles. El de Vicente Filardi (un murguero fanático de 21 años) es un ejemplo. Es una levita azul, con una franja de color rosa y cuello del mismo color, un uniforme que se complementa con una peluca rubia y una galera repleta de adornos: plumas, moños, muñecas, luces, fantasías que la engordan en un par de kilos. "Me ayudo mi mamá y un poco mi novia", confiesa.

Cómo nace una murga

A los 23 años Pepino Guilo invierte sus días mascullando contra las deficientes carrocerías de los autos nacionales: su oficio es pintor de autos. Es el rey del bombo, un as para manejar esos mastodontes que pesan entre ocho y doce kilos y un testigo de primera mano en la historia de la murga: "En 1958 Argentinos Juniors casi sale campeón de fútbol de primera. En agradecimiento a la hinchada algunos jugadores y un dirigente nos regalaron un bombo, uno de los cuatro que tenemos ahora en el conjunto. Al principio éramos cincuenta y ensayábamos en la esquina de Caracas y Juan Agustín García. Ahora somos un montón y sacar la murga a la calle nos cuesta 100.000 pesos", reseña.

Para sobrevivir los paternales tienen una única fuente de recursos: se imprime un programa con una lista de avisos, que publicitan a los comercios del barrio: la vinería de Don Felipe, el almacén de Santiaguito, la cartonería de Manolo. Al fin de cuentas, la cartelera les reporta unos 100.000 pesos."Desde hace años no tenemos contras —asegura el director Pereira, 25 años, cuidador en un garaje—. Imagínese qué responsabilidad para mí dirigir esta banda. Para los que hacen murga, es como los brasileños, ¿vio?: uno siente que ha nacido para esto. No por nada luchamos dos meses como unos negros."

¿Para qué luchan dos meses?

Primero que nada, y esa es la respuesta casi común, "porque me gusta, porque lo siento en el alma." Quien más correctamente lo explica es el diariero Zerrillo: "Yo salgo todos los años porque cuando siento el bombo me da una especie de nostalgia. Son dos meses en los que uno vive para la murga. Abandona el trabajo, la casa, tenga en cuenta que hay muchos casados. A mí, por ejemplo, mi suegra me quiere echar de la casa. ¿Sabe lo que pasa?: la gente piensa que los murgueros somos todos atorrantes, vagos, fascinerosos, ladrones."

El horario normal de una murga en comisión se inicia a las 16.30 horas y no termina hasta las 5 de la madrugada, como dice el tango, con la última serpentina. El habitat natural de las murgas, comparsas y agrupaciones son los corsos (tan venidos a menos) y los cines, que preparan espectáculos durante los días de carnaval, en base a la presencia de los saltimbanquis. Este año el corso de la Avenida de Mayo acaparará las presencias más resonantes; habrá 10.000.000 de por medio como un desesperado intento de revivir a ese muerto llamado carnaval porteño. El último corso de la calle de los gallegos fue en 1954 y los cachéts desde entonces han variado, pero no mucho: una gran comparsa (unas 200 personas) puede exigir hasta 300.000 por cada noche de desfile. Son caravanas muy completas: incluyen, además, números de circo, valientes tragasables, intrépidos tragafuegos, hábiles contorsionistas, deprimentes tríos folklóricos, añejas vedettes. Otras bandas, menos exigentes, acceden a ser aplaudidas tan sólo por 10.000 pesos para toda la compañía por noche. Que no es un gran negocio el de la murga entonces, lo dice el precio de los camiones u ómnibus en alquiler para transportar a la gente: no menos de 5.000 pesos la noche. Los instrumentos del grupo (globos, dados, estandartes, corazones, mariposas), confeccionados en satén de colores muy brillantes, aun terminados en casa por la nona, cuestan entre 3.000 y 8.000 pesos.

"Todo lo que sea entretener y divertir a la gente es bueno, muy bueno", afirmó el asturiano Longinos Viejo, en su despacho del Hotel Madrid, en la avenida de Mayo al 1100, en donde recibió a Confirmado en su carácter de presidente de la Asociación de Amigos de esa arteria. "Ya le dije al intendente los otros días, que yo quiero alegrar al pueblo. Y él también estuvo de acuerdo."El Nilo es un cine de barrio colorido y tradicional: es el último refugio de las murgas para 1968. Enrique Barbaglia, de la firma comercial que administra la sala de San Juan y Boedo, en Buenos Aires, declaró: "El año pasado ya fue muy flojo, pero cómo vamos a dejar de traer murgas: ¿cómo vamos a romper la tradición? Por noche hacemos unos 100.000 pesos de recaudación a 300 pesos la platea. ¿Cuánto les pagamos a los murgueros?: Y, unos 10.000 pesos por conjunto. ¿Qué? ¿Le parece poco?", concluyó.
Este año, no. Juan José Piscitello se recostó en una de las sillas del gastado Café Unión, una parada de guapos célebres en la Isla Maciel y confesó por lo bajo, más bien avergonzado: "Anduvimos muy bien los años anteriores, pero ahora no salimos. No hay plata y contra eso, viejito, no hay nadie que pueda". Los que no salen son los créditos de la zona del Puente Avellaneda, la Como Salga Murga, la representación de los 10.000 habitantes de ese apéndice del Riachuelo. "Se necesita mucha plata para salir y, usted sabe, nosotros no vamos a corsos bacanes, vamos a corsos de gente humilde, visitamos orfelinatos, les llevamos golosinas a los pobres y a los internados. Además, todos nuestros integrantes son gente de trabajo, pero que ganan muy poco dinero. Encima debimos soportar muchos incendios en las villas vecinas".

Curdelas, pero no tanto

El año pasado cuando se cruzaron en el corso de aquel club de Saavedra, cada cual por su lado, integrando murgas rivales, sintieron que un nudo les traicionaba la garganta, que, curiosamente, sentían muchas ganas de llorar. Uno era el diariero Juan Carlos Brugorello (25 años, casado, cuatro hijos); el otro, su íntimo amigo, Ezequiel Juan Galeán. "Nosotros nos conocimos en una murga y ahora somos como hermanos, más que hermanos. Y los días de carnaval —reconoció Galeán— voy a trabajar sin dormir, pero qué me importa; si no salgo en la murga me tengo que encerrar en un ropero." Ahora, Brugorello y Galeán co-dirigen un conjunto de vieja historia, Los Curdelas de Saavedra, plagado de gente de color.

En el barrio de las latas

El club se llama Agrupación Juventud Oriente y a la entrada de esa casona de Olavarría al 700, a pocas cuadras del estadio de Boca Juniors, un cartelón escrito con tizas de colores informa: "Lunes, miércoles y viernes 21.30 horas: ensayo para la comparsa 1968." A partir de las nueve de la noche un aluvión de socios y socias promueve la gama de ruidos más infernales. Tanto que algunos vecinos prominentes, los integrantes del grupo teatral Caminito, han prometido denunciarlos a la policía si los bombos unidos siguen filtrándose como subversión en los esquicios de la pieza que actualmente representan, Angelito, el secuestrador. Mientras, un angustiante pinturón del hijo dilecto de la Boca, el pintor Quinquela Martín, pendía del salón principal: -era la colaboración del maestro en la ardua financiación del murgón. El presidente de la comisión de comparsa, Andrés Farro, recuerda sin esfuerzos: "Estábamos un día de 1952 en la puerta del café de la esquina. Era Año Nuevo: todos nosotros, con quince años menos, esperábamos con muchas esperanzas un año más. ¿Por qué no salimos en estos carnavales? Ese año las fiestas cayeron en el mes de febrero. Así nació esta murga, la Juventud Bar Oriente, y desde entonces han sido varios primeros premios los que conseguimos."

Pero, como ellos mismos reconocen, "la inflación nos mató". El último año que tuvieron pesitos para salir fue hacia 1960: volver a la calle, en 1968, les insume 1.000.000 de pesos. Músicos (bandoneonistas, acordeonistas, violinistas, trompetistas, bateristas, bombistas, etcétera), una carroza que representa la Ciudad Deportiva en miniatura, "y una troupe de humoristas muy familiares"; un coordinado equipo de adolescentes que bailan y portan extraños instrumentos (zambombas, martillos, chapiteros) harán lo posible por justificar un título demasiado ampuloso, tal vez: la murga más numerosa del carnaval de Buenos Aires. La más organizada y cara, también.

Este año las clásicas rumberas de las murgas serán, por fin, mujeres y no homosexuales como hasta ahora. Están cansados, claro, de las arduas, terribles peleas que los singulares maricas despertaban con sus provocaciones, con sus meticulosos disfraces de mujer. "Ahora ya no nos peleamos más", aseguró un integrante de la troupe de Paternal: "Banda rival que pasa, todos nos paramos y aplaudimos. Sí, señor, aplaudimos." En tanto, la compulsa es unánime: no menos de cinco agrupaciones de enloquecidos bailarines invirtieron sus últimos pesos, pergeñaron los trajes más encendidos y reservaron pasaje para pasar este carnaval en la provincia de Corrientes, la celebración más famosa del país. Cada uno de los once días tendrá para los conjuntos apetecibles recompensas: hasta 3.000.000 de pesos en premios para los de primera categoría.
REVISTA CONFIRMADO - NUMERO DE FEBRERO DE 1968
Fuente en internet:
http://www.magicasruinas.com.ar/revdesto032.htm
Aporte de Héctor Alvarez