miércoles, 5 de septiembre de 2012


PRIMERA  JORNADA SOBRE MURGA PORTEÑA Y CARNAVAL
NOVIEMBRE  DE 2004
LEGISLATURA DE LA CIUDAD AUTONOMA  DE BUENOS AIRES 



lunes, 25 de junio de 2012

Carnavales Rioplatenses en el siglo XIX

Corsos porteños y montevideanos
Prof. María Guimarey

Las ciudades portuarias de Buenos Aires y Montevideo fueron dos centros importantes en la región del Río de La Plata a lo largo del siglo XIX y compartieron una tradición histórica común. Hubo entre ellas un fluido intercambio y ambas presentan una similar conformación multiétnica. Los festejos populares del carnaval, parte de la tradición hispánica heredada en ambas ciudades, fueron modificándose con el correr del siglo. El presente artículo, analiza la participación de los afroamericanos en los corsos porteños y montevideanos. Las similares condiciones históricas, políticas y socio-culturales de Montevideo y Buenos Aires en el siglo XIX, no suponen un proceso similar en el devenir de los festejos populares del carnaval.


La comunidad afroamericana de Buenos Aires y Montevideo a mediados del siglo XIX


Las ciudades de Montevideo y Buenos Aires recibieron población de origen africano desde la Colonia y en ambas se dio un progresivo descenso numérico con el correr del siglo XIX. Las guerras de la Independencia, modificaron la condición de los afroamericanos en las sociedades rioplatenses. La Asamblea del Año XIII instalada en Buenos Aires, consagró la Libertad de Vientres y en 1853, la Constitución abolió definitivamente la esclavitud. Sin embargo, la condición social de los negros continuó siendo marginal a pesar de estar emancipados legalmente. Las elites de ambas ciudades hicieron un esfuerzo sistemático por eliminar todo rastro afroamericano de la población .


Las sociedades multiétnicas rioplatenses encontraron en el asociacionismo una forma de participar en la vida pública de las nuevas naciones. La comunidad negra demostró una gran capacidad asociativa, destinada en su mayoría a la organización de los bailes rituales de cada comunidad. Las naciones fueron agrupaciones de negros que desde la Colonia se identificaban según el lugar de procedencia del pueblo, tribu, o reino africano. Cada una de ellas organizaba sus candombes, bailes rituales cuya denominación genérica proviene de la pantomima de coronación de los reyes de la comunidad del antiguo Congo.

Cada nación debía procurarse un espacio para la realización de los rituales festivos. En Buenos Aires, se organizaban en ranchos construidos por los mismos negros en terrenos libres o cedidos temporalmente por los propietarios a sus esclavos . En Montevideo, estas agrupaciones se reunían en las salas, generalmente casonas coloniales alquiladas o conseguidas por la buena voluntad de un amo a cambio de algún trabajo o como premio por el servicio doméstico ejemplar de un esclavo. Según afirma Rubén Carámbula en Montevideo, estas congregaciones elegían, entre sus ascendientes de más edad y prestigio a un negro y una negra, que erigían en "Rey" y "Reina", con su séquito de respectivas dignidades jerárquicas, que se ataviaban con vestimentas simbólicas. (…)


Participación afroamericana en los corsos porteños y montevideanos


El carnaval rioplatense, se componía de dos momentos: el primero era el del juego de agua entre el mediodía y el atardecer. El segundo era el desfile de comparsas en los corsos, hasta las primeras de la noche, además de los bailes en clubes privados. A pesar de las similitudes que presentan los festejos en Buenos Aires y Montevideo, la participación de la comunidad afroamericana en los corsos presenta algunas diferencias.

Como se dijo, la tradición festiva afroamericana está fundamentalmente ligada a los candombes. En Montevideo se realizaban en las salas ubicadas en los extramuros de la ciudad. También se podían llevar a cabo en las canchas, espacios abiertos especialmente dispuestos. Luego, entrado el siglo XX, estos festejos se trasladaron a los patios de los conventillos. Los días domingos, las familias acomodadas del centro de Montevideo se trasladaban a los barrios negros, Sur y Palermo, para presenciar estos bailes. La comunidad negra "recibía" en sus dominios a la elite, trastocando temporalmente las jerarquías. Por el contrario, los candombes porteños se desarrollaban en ranchos construidos por los mismos negros en los suburbios, pero ofrecían sus espectáculos en los patios de las residencias de mandatarios y familias adineradas del centro de Buenos Aires. Los afroargentinos eran "invitados" a los barrios acomodados, para mostrar sus artes como un divertimento para la elite.

¿Cuál fue la relación que se estableció entre los candombes propios de las comunidades negras, y las comparsas de carnaval? Según Milita Alfaro, poco a poco, el folclore afrouruguayo fue ganando terreno frente a aquella otra influencia [la de las bandas cuarteleras] y, desde una perspectiva de larga duración, dichas agrupaciones [sociedades filarmónicas con útiles musicales a la africana como los tambores] configuran la primera expresión del progresivo transvasamiento que van a operar las nuevas generaciones negras al incorporar a la comparsa carnavalesca ciertos elementos típicos de la coreografía del candombe; algunas de sus figuras más representativas, su paso de bailes y fundamentalmente, la rítmica de sus tambores que aflora, inconfundible en la cadencia de las letras…

Esta autora propone que las comparsas uruguayas de fines de siglo adoptaron las características principales de los candombes negros, operación realizada por las nuevas generaciones. En este sentido, la influencia afro en los carnavales montevideanos sería bastante visible en los elementos que la componen como la música, los bailes, los instrumentos, los personajes característicos, etc. Por su parte, Carámbula también da cuenta de esta marcada influencia. La comparsa de negros es tradicional en el Uruguay y constituye la nota culminante del famoso carnaval montevideano (…) En 1867 aparece la sociedad de negros, "La Raza Africana" (…) A esta agrupación han sucedido otras de justificado renombre, tales como los "Negros Lubolos", que se funda en 1874 (…) Conceptúo muy importante esta etapa de las comparsas, porque este género lubolo ha logrado mantener viva la tradición hasta nuestros días, imprimiendo una modalidad general que aún en la actualidad se conserva, con ligeras variantes.

En el caso de Buenos Aires, esta relación de los candombes con las comparsas del carnaval parece no ser tan estrecha. Dice Reid Andrews , con la declinación de las naciones y el surgimiento de nuevos estilos de bailes entre los afroargentinos más jóvenes, los candombes fueron desapareciendo gradualmente durante la segunda mitad del siglo [XIX] (…) Las comparsas, conjuntos que marchaban y bailaban, se permitieron por primera vez en Buenos Aires durante el carnaval de 1836. Todas las naciones africanas reunieron grupos para desfilar por las calles en brillantes trajes, cada uno con su conjunto de tambores y de bailarines. Estas comparsas negras dominaban las fiestas de carnaval de cada año (…) hasta avanzada la década de 1870, cuando empezaron a dominar las comparsas blancas .En los carnavales porteños se dio una progresiva eliminación de los rasgos afroargentinos de las comparsas.

En lo que respecta a la música, la década de 1890 es un punto de inflexión en la articulación del candombe con el Carnaval montevideano . En este período se produce la imposición del tamboril, instrumento clásico del candombe negro, como elemento fundamental de las comparsas. Así, se consolida la incorporación del candombe a las comparsas. En Buenos Aires, si bien las tapadas (batallas de tambores en las que participaban las distintas naciones), eran frecuentes sobre todo en el barrio negro de Monserrat conocido como "el barrio del tambor", este instrumento no formaba parte esencial de los festejos. Incluso, la necesidad de los jóvenes negros porteños de ser aceptados por la nueva sociedad, hizo que definieran al candombe como "el baile de nuestros antepasados", una tradición conocida, pero que ya no era practicada.


Las vestimentas que adoptaron las comparsas con el correr del siglo, también marcan la diferencia entre Buenos Aires y Montevideo. Las comparsas de negros porteños de fines del siglo XIX, incorporaron a su vestuario los trajes de estilo europeo usado por las otras asociaciones. En cambio en Montevideo, las agrupaciones carnavaleras fueron adoptando las vestimentas típicas de los negros que consistían en un calzón corto, camiseta negra ceñida al cuerpo, amplio vestón, alpargatas de color, y sombrero de paja profusamente adornado. Por último, los personajes que adoptaron las comparsas montevideanas para acompañar al estandarte, también estaban relacionados con el candombe. El director, el "gramillero", la negra vieja "Mama Vieja", el "escobero" que encabezaban los desfiles, eran personajes que conformaban el séquito de los reyes congos en los festejos candomberos de las naciones . Por el contrario, en Buenos Aires las comparsas se organizaban detrás de los carros adornados y de los estandartes que identificaban a cada una de ellas.

Conclusiones


El desarrollo de los festejos de carnaval en Montevideo y en Buenos Aires presenta diferencias significativas en cuanto a la inclusión y participación de los afroamericanos. Quizás no se pueda establecer una causa única que explique este fenómeno. Es necesario profundizar los estudios en el campo de las ciencias sociales para tomar conciencia de la complejidad de factores que intervienen en la conformación de un tejido social y sus procesos históricos. Este trabajo propone, sin pretender ser exhaustivo, hacer un aporte a la creación de nuevos marcos de análisis que permitan el abordaje sistemático de las prácticas festivas populares como espacios de significación particulares e independientes.


Es importante destacar que en Montevideo, los carnavales mantuvieron su vigencia a lo largo del siglo XX, e incluso se fueron adaptando a las nuevas necesidades sociales. En cambio, los festejos porteños de carácter masivo y ampliamente participativo, fueron desapareciendo con el correr del siglo XX para ser recuperados sólo en 1997, a partir de su declaración como patrimonio intangible de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.







viernes, 25 de mayo de 2012

Declararon patrimonio cultural a las Murgas en La Matanza


El proyecto de declaración de la actividad carnavalera y los corsos, fueron declarados patrimonio cultural en la primer sesión ordinaria del HCD matancero.


El proyecto presentado sobre tablas por la concejala Sandra Oviedo, Bloque Libres del Sur-FAP y distintas agrupaciones murgueras del distrito, que declara a la actividad carnavalera y a los corsos como patrimonio cultural, fue aprobado por unanimidad en la primer sesión del Honorable Concejo Deliberante de La Matanza.


La concejala Sandra Oviedo, destacó la importancia de generar un ámbito de participación con las propuestas genuinas de las distintas expresiones murgueras y culturales del distrito, fue asi como "elaboramos este proyecto recorriendo las distintas localidades del distrito y rescatando los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconocen como parte integrante de su patrimonio cultural".

Las murgas "Polichinelas", de Gonzalez Catan; "Los Clandestinos", Isidro Casanova; "Extraviados de La Matanza"; "Furia de Carnaval", Ciudad Evita; "Matamufa"; "Guarda que Pega", Isidro Casanova; "Ritmo murguero", Escuela Nº 67, Virrey del Pino; "Maldito Camilo"; "Los Pibes de Castillo", entre otras, quienes participaron en la elaboración del proyecto estuvieron presentes en la sesión.


sábado, 24 de marzo de 2012

Carnavales de antaño en San Juan
Por Rufino Martínez para El Nuevo Diario

Como dos meses antes, el aire tibio de la noche empezaba a llenarse de sones de quenas, guitarras, violines, tambores, mandolinas, acordeones, bronces y maderas. Eran las comparsas que ensayaban para competir en los corsos. ¡Y a bien que no lo tomaban en serio! Los ensayos generales los hacían con colorines y todo. Un trozo de papel crepé rojo, empapado en saliva, era un colorete especial;

un corcho quemado daba el negro de las pestañas y el sombreado de los ojos.

Los trajes, de colores fulgurantes y chillones, colmados de lentejuelas, espejitos, flecos y abalorios seguían las añejas costumbres de los “chinos de la virgen “. La reina de la comparsa, tiesa y manito alzada, saludaba con tanta prosopopeya y decoro que uno no sabía si estaba en un corso o en un funeral.

Por otro lado, el ¡boomm, boomm, boomm! de las murgas, con sus picarescas canciones y refranes ponían una colorida nota de ingenua desfachatez, cuando no de simple grosería. ¡Así eran esos tiempos y así esa gente!

La noche que empezaba el corso, que se hacía en torno a la plaza 25, el aire, desde temprano estaba saturado del olor a la albahaca y la manzana que exhalaba la chicha que, en innumerables puestos se vendía al público, por vaso o por jarro ¡Beber chicha era una hermosa costumbre que, desgraciadamente se perdió. ¡Menos mal que, según se ve, la costumbre de beber vino tiende a incrementarse y eso, es el último aliciente para continuar en este politizado y mentiroso planeta! Los entornos de la plaza y tres o cuatro cuadras que le agregaban, lucían engalanadas con gallardetes, farolitos, mascarones, luces de colores, banderas y cuanto jaez servía para exaltar el colorido y la alegría de los corsos de aquellos años. La década del treinta fue muy especial en sus carnavales. ¡Después vinieron otros carnavales, otros pomos y otras serpentinas, que más vale no “meneallo”!


EL CORSO

A las nueve de la noche el disparo de una bomba de estruendo anunciaba el comienzo del corso y empezaba a llenar las veredas la más heterogénea mezcla de gentes que se pueda imaginar.

Los chayeros, verdaderamente chayeros, merecen especial atención.

Llegaban en clanes, el hombre, la mujer, los hijos, hijos políticos y ¡cómo éramos pocos parió la abuela! le agregaban algunos compadres y vecinos amén de los que se agregaban solos. El gran jefe iba adelante. Traje negro, sombrero negro, pañuelo negro al cuello, camisa blanca, zapatos negros (costaba verle la cara), sobre el costado izquierdo, colgaba del hombro una toalla blanca, de hilo (la del médico) con largos flecos y puntillas y en no pocos casos, bordaba con claveles rojos y grandes iniciales con los colores patrios.

El gran jefe, llevaba en la mano izquierda una latita (ex aceite) con agua, y en la mano derecha una rama de albahaca que, por instantes sumergía en la latita, y asperjaba de perfume y frescor a cuanto conocido, compadre o comadre encontraba al paso, los cuales, previo un ¡yuyuy, y muchas gracias! respondían con idéntica asperjación o con un chorrito de agua florida que manaba del pomo El Loro (y si el bolsillo lo permitía), agregaban el cumplido de una serpentina Bellas Porteñas.

¡Ni qué decirle que aún no se estilaba el pica-pica, el engrudo, la harina, ni enroscare! pomo vacío y revoleárse!o a la cabeza de algún punto o de alguna reina! ¡No señor, eso vino después! Apenas sí al final de corso y, raras veces, era dable escuchar algunos tiros o ver el refucilo de algún facón, entretenimientos que dirimían alguna diferencia personal o justificaban la excesiva ingestión alcohólica.

¡Por lo demás, todo iba bien, algún muertito no le cae mal a ningún cementerio! A todo esto ya el corso estaba en lo mejor. Iban por la segunda vuelta el desfile de carruajes ornamentados. Las comparsas (orgullo de barriada) rivalizaban en música y atuendos. ¡Era de ver a los muchachos de La Estrella Oriental, La Lyra, La Quena, La de Concepción y tantas que uno olvida!

Al paso de las comparsas, la gente aplaudía y les arrojaba serpentinas, que las reinas agradecían, bajando un poco el estandarte e inclinando la cabeza en señal de saludo y agradecimiento. El estandarte, adornado con bordados y lucecitas, era una muestra del ingenio colectivo del barrio. Detrás del estandarte, una chica empujaba un carrito con una batería eléctrica que encendía y apagaba las lucecitas. ¡Hay que apreciar que eso era la conquista máxima de la tecnología lumínica de entonces!

Luego de las comparsas (contribución del barrio) y los grandes carruajes (contribución del comercio y la industria) las murgas ocupaban el tercer puesto en la preferencia. El ingenio a veces desfachatado y siempre oportuno, resaltaba, en lo grotesco, los acontecimientos más salientes del año. Le seguían las máscaras sueltas y los pequeños conjuntos humorísticos que hacían las delicias (cuando no el fastidio) de los concurrentes al corso. Una muestra: dos abogados muy conocidos en el medio, ocultos bajo caretas y con guardapolvos largos y pintarrajeados formaban un dúo de originales vendedores. Uno iba adelante llevando sobre un hombro un palo de escoba donde había unas ristras de chorizos; el otro lo seguía con dos palas viejas y pregonaban: ¡Chorizos frescoooos! —y el de atrás— ¡Palas viejaaaas! Manera ingenua de divertirse insinuando la función del embutido lejos de la parrilla y la nostalgia de quienes ya habían llegado a los apacibles años.

A las doce de la noche, una bomba anunciaba el fin del corso y ¡a salvarse! empezaba la chaya y las corridas. ¡Ahí se desataba el indio y la prudencia era un simple nombre de mujer! Menos mal que las mamás con pequeños, previendo el final, se habían retirado temprano, buscando el descanso y esquivando el chapuzón.



LOS BAILES

A las doce de la noche terminaba el corso y empezaban a ponerse lindos los bailes. Los del Club Español eran los más concurridos y divertidos. Le seguían los de La Libanesa y, en orden decreciente, de pelo y color, Obreros del Porvenir, Camilo Rojo y Salón Buenos Aires. Los que se organizaban en algunas piletas y clubes de barrios, más que bailes eran riesgos. Pero, conservaban el atractivo y el candor de lo genuino y el acicate de lo imprevisto.

El aire de la noche se poblaba de melodías bailables de las que se destacaban los pasodobles Valencia y El Niño de las Monjas. Hasta las seis de la mañana la juventud bailaba y las mamás velaban y vigilaban.

Como a las siete, en coches de plaza, capota baja y jamelgo enjaezado, las familias empezaban a caer a lo de Camacho, la chocolatería de la calle Santa Fe (aún está) y bajaban la cerveza y las bilzes con un chocolate con churros. Luego, ya sol alto, enderezaban para las casas, con una rueda de tejeringos para los más chicos, que se habían quedado en casa. ¡Y a sacarse los zapatos, aflojarse los corsés... y a dormir! ¡Hasta el otro carnaval!