jueves, 26 de mayo de 2011

Las murgas y la reinstalación del carnaval como fiesta social


Por Pedro Fernández Moujan

Conformadas como grupos juveniles de los barrios porteños, las murgas se constituyen en la escena local con su estructura actual entre las décadas del 30, el 40 y el 50, en una serie de barrios que incluyen a Palermo, Boedo, Villa Urquiza, Saavedra, Liniers, Almagro y el Abasto, entre otros. Desde ese momento en el que la levita, la galera, el traje de raso y las lentejuelas comienzan a brillar como el vestuario que asumen las fiestas del dios Momo en la Ciudad de Buenas Aires, asistimos a la aparición de un género artístico, callejero y popular de características propias, únicas e irrepetibles.

Arma festiva y liberadora de los barrios de casas bajas, los conventillos y algunas villas, se comienza a forjar desde entonces una rica genealogía cruzada por calles, plazas, cantores de crítica, bombistas, bailarines, clubes de barrio, melodías y figuras del acervo popular que encuentran su máximo esplendor cuando la murga sale a recorrer los tablados de la ciudad en las noches de carnaval. En este acto de presencia que imponen sobre el conjunto de la comunidad, las murgas se convierten también en un exquisito mecanismo de decodificación de la realidad tanto a través de sus canciones como del modo de organización que asumen, ligado generalmente a los liderazgos barriales y a las formas autogestivas y corajudas de acreditar presencia por parte de los sectores bajos o desclasados.


Marginales a la industria cultural y a la apreciación académica y bien pensante, las murgas no renuncian (desinteresadas de este desprecio) a llevar adelante su proyecto artístico, festivo y social, pagando en su propio cuerpo las debilidades que portan desde su origen. El pop las señala, el ajuste las hiere, la dictadura las clausura, la violencia de los 80 las enferma. En los 90, en medio de la más dolorosa y radicalizada desarticulación social-familiar-escolar que trae consigo el proyecto neoliberal para los de abajo, con su saga de destrucción del patrimonio colectivo, desindustrialización, pauperización y desempleo, y con el aliento de algunos movimientos culturales surgidos en la apertura democrática (Centros Culturales Barriales, Centro Cultural Rojas), las murgas reasumen su proyecto cultural y ocupan otra vez la calle, transformándose en uno de los fenómenos de mayor adhesión social.


En este camino, las murgas no renuncian ni a la historia ni a la pertenencia ni al porvernir. Realizan su construcción día a día, cargando no sólo con la ardua tarea de reinventarse a sí mismas sino también de reinstalar el carnaval como fiesta social y como espectáculo, asumiendo (porque no hay otros con el coraje suficiente para llevarlo adelante), la tarea de organizar, sostener y difundir el festejo, enfrentando el intento mediático y político-estatal de suprimir y volver a sepultar los carnavales. En el medio hay discusiones, disputas, diferencias, distancias y no siempre la línea de pensamiento más lúcida tiene la consistencia y solidez necesarias como para imponerse pero la decisión de avanzar hacia el carnaval, hacia el festejo, hacia la inclusión y hacia la popularidad es la que marca siempre la dirección del conjunto, aglutina y encolumna las fuerzas y las luchas.


Es en medio de todo esto y por todo esto, en el marco de una coyuntura político-estatal nacional favorable, que vuelven los feriados de carnaval, que se conquistan, se reapropian y se colectivizan y son ellos los que nos obligan a seguir pensando y a trazar nuevas estrategias ante el nuevo escenario.