domingo, 18 de febrero de 2024

 

El secreto mejor guardado pero peor cuidado de la cultura popular: la Murga Metropolitana y/o sus afines carnavaleros. Apuntes al respecto.


Por ARIEL PRAT 

Aproximación. Territorio intangible construido por la expresión barrial, el secreto mejor guardado pero peor cuidado de la cultura popular: la Murga Metropolitana y/o sus afines carnavaleros. Por un lado, las diversidades urbanas que van más allá del festejo del carnaval. Por el otro, performance murguera en la calle o escenario.

La comunidad toda entre tantas ignorancias bien aprendidas, el significado del género, desde el desfile de un centro murga pasando por una agrupación humorística, o la vieja comparsa negra que se blanquea en el tiempo. Sin estos berretines el festejo del carnaval ya no existiría. El folklore orgullo nacional que se transmite desde nuestras tribunas al mundo, sin la murga y sus creadores tampoco. La rítmica y la oralidad, lo coral multitudinario en sí, certifican el encanto con origen en la murga metropolitana. Pero el pavote medio porteño, que solo se siente argentino cuando juega la Selección, desprecia y ningunea el carnaval callejero con sus murgas, bien provisto de los tics que sobreviven en un sector importante de la clase media tilinga. Y luego votan.

Lo pavote. El desfile murguero es la recreación de aquellas comparsas candomberas porteñas. Las rondas de directores antes –Matanza ahora-, herederas de los encuentros de las naciones (Angolas, Mozambiques, Congos, Minas…) unidas en el baile, el movimiento de piernas y cuerpo en la Rumba, no son más que los elementos disueltos en la milonga bailada. Luego se incorporan otras danzas populares desde la tarantela hasta el hip hop moderno. ¿Por qué suben las manos trepidantes enguantadas murgueras como buscando arañar la luna? Un tal Fasulo lo pergeñó y Ova la pochola de Palermo inició el estilo «momia» tan usado en los desfiles. Más de un porteño mediopelo cruzó el charco a buscar el bar dónde paraba un Molina que no lo pisa más. Duele que con los carnavales se oculte o ignore el valor cultural que representa el género y personajes invalorables de nuestro modo de ser.

Personajes. Tuvimos en la murga un regisseur de alto nivel salido del Teatro Colón: Quique Molina, pionero para armar con actores y actrices una murga con todos los condimentos originales del circo criollo: Los Privilegiados del Plata. Fue hasta su partida al otro corso, el glosista presentador del Centro Murga Los Fantoches de Villa Urquiza. La rompía el maestro de la «crítica» con su voz de cancha y peronismo: El Tano o el Loco Mingo. Verdadero artista popular que por años agitó poesía atorranta desde el corazón de la tribuna millonaria. Cantamos con pena una retirada por ellos. En estos días por suerte celebramos el cumple del ínclito glosista y animador de las noches murgueras, rodeado de acólitos a los que triplica en edad con sus 87: don Juan Carlos Muralla.

Párrafo aparte para los bombistas esforzados y plenos de rítmica afro que se abrazaron al gran membranófono sobreviviente de nuestra cultura: el bombo, que con el tiempo ocultó a los tambores marginados, para que con los años y sus carnavales se convirtiera en símbolo de la negritud sincretizada y a mediados del siglo XX como «aluvión» incorregible. Curioso es que el bombista y su instrumento aún no formen parte de los festivales de percusión. Imposible obviar al gran Teté o a Lorenzo, a sus herederos: Ale Caraballo y tantos pibes y pibas, brillantes instrumentistas en cada barrio del AMBA. Sabiduría y esquina, don de gente y transmisión sin egoísmo, brilla aún como una lentejuela tatuada en el pecho, de El Abasto a Barracas, el gran Tato Serrano, múltiple y talentoso. Mi especial recuerdo sentimental.

La calle que espera. Salir a la tarde cuando cae en el ocaso, sillita replegable y nieve escondida para sorprender a familiares o vecinos, birrita o afines y meterse en algún corso cercano entre nieves perecederas y humo a bondiola o chori. Sugerencia: los de barrio puro(*), que no necesitan la venia del caretaje institucional burócrata y sus avatares, aunque hoy debamos salir más que nunca a defender el espacio ganado con la fuerza de la ley en cada corso «oficial» ante el embate de quienes creen que la murga nació en el Rojas, vino de Montevideo o que es una despreciable costumbre de salvajes que bailan como monos. Para este año, la jugada del gobierno de CABA es golpear duro al festejo popular, recortando presupuesto, quitando apoyos logísticos y librando a la meritocracia murguera para que se arreglen como puedan. Habrá que seguir peleando para ennegrecer la historia que se escribe desde los cuerpos danzantes y no desde las máscaras venecianas de los caretas. La calle no es un corte en carnavales ni piquete; es pura expresión cultural patrimonial y sobre todo arte popular transmitido por miles, desde el pibe/piba que baila con ilusión en febrero, hasta quien confecciona los simbólicos apliques, o sostiene la organización, directores o directoras. Sí, directoras aunque no descubran el carácter inclusivo en un género que ya no es un «grupo de muchachos que salen a divertirse» o un «mal conjunto musical». Desde la pionera Tana Lucía en El Abasto, hasta la voz maravillosa de Sole de Los Elegantes de Palermo, pasando por el trabajo en escena de Luciana Vainer de Quitapenas o las glosas feministas de Belu en Atrevidos x Costumbre. Las mujeres sacuden la modorra conservadora de los defensores de la sociedad machirula.

Patrimonio. Hay una estética diversa que defender y desarrollar, y al mismo tiempo promover. La iconografía metropolitana que reúne música, danza, poesía, escenografía, destreza e inclusión social y para eso no solo es menester atender el presupuesto; también lo comunicacional, cómo explicar y ofrecer el espectáculo a la comunidad para que se entienda a fondo de qué se trata y aprenda a valorar la cultura carnavalera. Es el mismo proceso educativo y comunicacional con el que nuestra sociedad se envuelve en su dilema: alejada de los bienes de la comunidad organizada pero tan cerca de lo líquido e impúdico que propone una mundialización de la pavada, el goce de la piel urbana y su extensión corporal social. A concederse entonces este espacio que alumbra las esquinas y es tan nuestro como necesario, indispensable en tiempos de esquirlas de motosierras eunucas clonadas en retroceso de lo que genera fraterna humanidad.

Besos de esquina y abrazos de cancha.

(*) Corsos off que resisten:  «Iluminados x Urquiza» (Bauness y Chorroarín, La Paternal), 12 y 17/febrero. «Corso de las ranas» (Grito de Asencio y Pepirí, Patricios) 16 y 23/febrero. «Corso Pituco» (Cuenca y Baigorria, V. del Parque) 10 y 11/febrero. «Museo vivo del carnaval» (actividad paralela y autogestionada) en La Boca (Teatro Brown/Club Nápoles). Charlas, muestras, show. El 23, a las 20, peregrinación por La Ribera y gran baile, gratuito y «tomando las calles que son nuestras».

viernes, 16 de febrero de 2024

 

No privaticen el carnaval

Por Santiago Reich, Técnico en Gestión Cultural e integrante de los Descarrilados de Parque Avellaneda.


Este año los corsos de la Ciudad de Buenos Aires también fueron víctimas del ajuste, en un claro reflejo del ataque a la cultura popular que venimos sufriendo hace años.

Si bien la política cultural hacia el carnaval porteño siempre está en discusión -ya que hay una ley de patrimonio que obliga al gobierno a realizarlo y no lo quieren hacer, porque para ellos es un gasto y un corte de calle-, este recorte llega ahora porque se alinea a lo que pasa a nivel nacional, con el protocolo instaurado por Patricia Bullrich.

Ahí hay algo que hay que cuestionar y discutir que es que se está perdiendo la calle en las celebraciones populares y barriales, y la utilización del espacio público como lugar de legitimación de la cultura y la libre circulación. No nos olvidemos que el espacio público es el que permite encontrarnos todos, todas y todes a disfrutar o simplemente cruzarnos, sin una restricción económica, social, política.

Otro análisis para hacer es la importancia de la comunicación con respecto a este tema. En los últimos 10 años aproximadamente se viene comunicando desde ciertos medios sobre los cortes y no sobre el festejo. He revisado las tapas de los diarios, por ejemplo del medio Clarín, y titulan “vuelven los corsos con 35 cortes de calle”, y no “vuelven las 35 fiestas populares barriales”.

Todo colisiona en este contexto actual, donde además se propone la privatización de la festividad con un proyecto de ley que busca la derogación de las normas sobre el Carnaval Porteño y la prohibición de organización y de erogación presupuestaria para estos eventos por parte del GCBA (Exp. 2902-D-2023).

Esto va a provocar que algunes puedan acceder y otres no. Pero también va a generar una contrapropuesta. Como en el caso del de Gualeguaychú, que tiene como contraparte el Corso Popular Matecito.

Pero ahora quieren achicar la propuesta oficial y cada vez más la popular, la contracultura. Con esta mercantilización están tratando de callar a lo que está por fuera del circuito.

Ser más de lo que somos

El carnaval es el permitirse ser con las diferencias. Es el que nos permite encontrarnos para poder celebrar más allá de todo lo que nos suceda en la cotidianeidad. Es el momento de ebullición de todas las malicias que uno vive en el día a día para olvidarlas por un rato.

También es el que nos conforma. Ser carnavalero hace que mi vida sea de una forma, que piense y entienda el mundo desde esa manera, desde la colectividad, la comunidad y desde una fiesta que tiene que ver con descubrirnos todes iguales. Creo que este festejo nos invita a eso, a ser un poco más de lo que somos.

Para mí, ser parte de los Descarrilados tiene que ver con mi forma de vida y de ser. Los Descarrilados han sido formadores de lo que soy como sujeto colectivo, con mi trabajo, mi formación y la apertura hacia nuevos compañeros. Ellos han sido el primer escalón que me llevó a ser Técnico en Gestión Cultural y actualmente estar escribiendo una licenciatura.

También han sido la expresión popular que he encontrado para llevar adelante la cultura de una forma horizontal.

No hay que olvidarse que esto es un patrimonio vivo, intangible, que se transmite de generación en generación. Transmitirle a un niño de 8 años, desde mi conocimiento, cómo tocar el bombo con platillo tiene que ver con mantener encendida esa llama. Y creo que Descarrilados ha sido, a lo largo de su trayectoria, gran fundador y formador de murgueres, murgueras y murgueros.

Asimismo, este grupo surge en el Parque Avellaneda, tiene la identidad del barrio, ha defendido la Ley 1153 y el Parque sin rejas. Y por eso no puedo más que estar en contra de las privatizaciones, la censura y el silenciamiento de las voces disidentes.

La Ciudad de Buenos Aires crece cada vez más y en esa globalización y actualización de la comunicación, de la cultura, de los géneros, hay que aprender a aggiornarse pero a su vez hay que respetar los patrimonios. Y el carnaval es algo que hay que sostener, al igual que la utilización del espacio público y la cultura popular entendida en su multiplicidad de formas.