lunes, 22 de noviembre de 2010

En 1884, Lucio V. López escribía La gran aldea y describía allí uno de los bailes a los que acudía Alejandro, un cochero mulato integrante de Los Tenorios del Plata que seducía a una sirvienta vasca y la llevaba a bailar, enfatizando su poder sobre la mujer, y también el mestizaje irrefrenable que esto conllevaba (...) Esta reiteración en la fuerza seductora de los negros y de las negras, de sus movimientos sexuados en una época donde el pudor debía velar todas las conductas y que se reivindicaba en un tiempo de trasgresión como el carnaval, se basaba en las imágenes que construían los hombres pertenecientes a los grupos hegemónicos de los candombes de la época de Rosas y que continuaban desarrollándose y utilizándose a principios del siglo XX, cuando la figura del "negro" en el carnaval, lejos de "desaparecer" - como aparentemente pasaba con su homólogo en la vida real - ganaba cada vez más importancia. Geler, Lea: Andares negros, caminos blancos. Afroporteños, Estado y Nación Argentina a fines del siglo XIX, Rosario, Prohistoria Ediciones, 2010.


“La gran aldea” (Fragmento)
 Lucio V. López



Era la última noche de carnaval y el mulato Alejandro estaba de baile. Su comparsa, los "Tenorios del Plata", con un brillante uniforme blanco y celeste y sus botas imitadas en hule, invadía el teatro de la Alegría, campo de las batallas galantes de la clase, en los tres días clásicos del año. Pero el corazón de Alejandro no estaba aquella noche en el salón de baile, sino en los dormitorios de Blanca. Graciana, una linda y traviesa francesita, en quien Blanca depositaba todos sus secretos, había cautivado el alma del mulato, sin que los antagonismos de raza fueran una razón de timidez por parte del cochero o de repugnancia por parte de la sirvienta. La cuestión grave era saber cómo haría Graciana para ir al baile con Alejandro, y eso era algo difícil. La señora con su mamá iban al baile de máscaras del club. El viejo don Ramón permanecía en casa a causa de su reumatismo. Graciana debía velar aquella noche por el bebé ; la noche anterior había estado de pascana con su Otelo; porque es necesario saber que Graciana estaba fuertemente apasionada del mulato.

Alejandro se daba un tono insoportable para con los de su clase, con motivo de sus nuevos amores; y la francesita, aunque estaba lejos de ser una doméstica como las de Zola, no tenía el más mínimo embarazo en desempeñar todos los servicios de su ama y en adorar a Alejandro, sin la más mínima limitación. Pero aquella noche, Blanca al salir enmascarada para el club, había recomendado a Graciana, de la manera más severa, que velara al marido a quien se le podía antojar vestirse e irla a buscar y sobre todo al bebé , a quien don Ramón no podía atender a pesar del entrañable cariño que sentía por su hijita. Graciana había jurado fidelidad, pero Alejandro, así que las señoras y el señor de Montifiori desaparecieron, comenzó a excitar poco a poco la imaginación de Graciana contándole las maravillas que aquella noche iban a hacer los "Tenorios" en el tablado de la Alegría.

La mujer es un ser débil en todas las clases sociales. Graciana comenzó por resistir y Alejandro terminó por vencer. Verdad es que el pardo tenía, según él, un ascendiente poderoso sobre el bello sexo. Los dos amantes, una vez de acuerdo en bailar esa noche en la Alegría sin que los patrones lo notoran, pusieron en juego su plan. Alejandro vistió su uniforme de "Tenorio", color blanco y celeste, con gorra de oficial de marina, espléndido specimen de mojiganga criolla; se echó al bolsillo el triángulo, su instrumento oficial en la comparsa de los "Tenorios" y esperó a Graciana acurrucado debajo de la escalera, completamente a obscuras en el acto de la evasión de los dos danzantes fugitivos. Graciana, por su parte, recorrió las habitaciones; vio que mi tío no daba señales de vida, que el bebé dormía e hizo ruido en el cuarto de la niña, como para dar a entender que ganaba la cama. Después de media hora de silencio, notando que la tranquilidad de la casa era completa, saltó de la cama, descalza, para no hacer ruido; tomó la bujía encendida que alumbraba apenas la habitación y acercándose con ella a la cuna de la niña, notó que ésta dormía tranquilamente; dejó la luz como tenía de costumbre, y abriendo suavemente la puerta del aposento que daba sobre el corredor, y cuya cerradura había tenido cuidado de enaceitar para que no hiciese ruido, salió en puntas de pie llevando en una mano un par de botines de raso y suspendiendo en la otra nada menos que el dominó con que Blanca había asistido disfrazada la primera noche de carnaval al baile del Club del Progreso. La interesante mascarita cerró cuidadosamente la puerta, y ayudada por su amante, sin muchas exigencias de recato por su parte, se disfrazó en un instante; se calzó sus botines blancos, se colocó la máscara de raso, y ambos bajaron resueltamente la escalera principal, abrieron la puerta de calle con la llave que poseía Alejandro y se encontraron muy pronto en la calle, libres como Romeo y Julieta , si Romeo y Julieta hubiesen sido sirvientes y se hubiesen escapado juntos alguna vez.

Cuando llegaron a la puerta de la Alegría, el baile estaba en todo su esplendor. Los "Tenorios" hacían una mella terrible en aquella Ineses de media tinta y de color entero.

Las cuadrillas se bailaban con una seriedad rígida, casi británica; el vals no dejaba nada que desear por corrección: la mazurca era de un remeneo de ancas de dudosa moderación, y por último la habanera algo alarmante como chacota de articulaciones.

En medio de estos variados modos de bailar, se notaba en aquel salón, donde había una absoluta proscripción del perfil griego, una suma tendencia al tono y a la elegancia. Los "Tenorios" se llaman como sus amos; se dan su nombre y apellido; usan su papel timbrado, se ponen sus fracs, sus guantes, sus corbatas y sus camisas; la única nota discordante es el pie, el pie de un "Tenorio" es algo melancólico: un pedicuro con cierto talento dramático podría escribir una tragedia más terrible que Fedra, con sólo estudiar el pasaje de su instrumento a través del pie de un joven high-life de color. He ahí la causa por qué los negros, después de tres días de carnaval, por más elegantes y presuntuosos que sean, tienen que vivir otros tres días prendidos de una reja; los pies necesitan suspender su misión terrena por ese espacio de tiempo para volver a su estado primitivo.

En fin, a pesar de estos inconvenientes, los galanes bailaban aquella noche en la Alegría con tanto garbo, y tal vez con más suerte, que sus patrones del Club del Progreso. Un "Tenorio" con su uniforme blanco y celeste debe ser algo ideal para su compañera de baile y de color; porque al fin, convengamos en que, vestirse para enamorar con los purísimos colores del cielo, es mucho más lógico que hacerlo de negro como los amos.


Hay algo de fantástico en ese traje, en esa chaquetilla de merino azul con galones de plata, en ese pantalón de cotí blanco, en esas polainas de precio modesto pero de soberbio brillo, que se empeñan en confabularse con el botín chueco de elástico, para fingirse botas granaderas.

Alejandro entró en el baile del brazo de su compañera, cuyo espléndido dominó levantó el cotarro de todas las princesas negras que vieron pasar a su lado aquella vasca plebeya, pero blanca.

¡Alejandro, rendido a una "extranjera de Uropa"! ¡Qué decepción! ¡El, el más aristocrático swell de la clase , la flor y nata de las academias de baile, entregado a una gringa!

Las señoritas y las matronas no se lo perdonaron, pero el lindo mulato, sin importársele mucho de las críticas que le hacían por todos los centros del salón, tomó de la cintura a su linda compañera y acometió un scottish de paso doble que en aquel momento comenzaban a rascarlo cuatro violines de la orquesta y un figle solitario y pifión que se quejaba entre los labios de un viejo músico panzón y dormido, representante de la música de viento.

Es de ver la galantería del negro porteño. Prescindiendo, si es posible prescindir del ambiente del salón, que es algo pesado, la cortesía y la urbanidad entre ellos son incomparables: el lenguaje incorrecto pero elevadísimo. Se conversa con las mismas pretensiones con que se conversa en el gran mundo; se enamora con la misma gracia, con la misma compostura y con el mismo chic . Las niñas no dejan nada que desear desde el punto de vista de la educación: es cierto que los labios son un poco gruesos y las narices algo chatas, pero de una autenticidad indiscutible; allí no hay veloutine ni crema de perlas que formen cutis apócrifos. Los mozos son de la más alta estirpe administrativa: entre ellos está representada la secretaría del presidente de la República, por un empleado, que aunque sirve el té y el agua con panal, no se apea de su categoría de empleado público. Los cinco ministerios de la Nación tienen sus más dignos representantes: la diplomacia, el gobierno, la instrucción pública, la guerra y la hacienda forman parte de los "Tenorios del Plata", que bailan en la Alegría las tres noches de carnaval. Las mamás o las tías y madrinas viejas, que se le acomodan desde su asiento a una masa sopada en vino Priorato, ven pasar con envidia a toda esa juventud oficial que desempeña cargos modestos, pero honrosos en la política argentina. Y generalmente, esos snobs de medio pelo son codiciados por el prestigio social que rodea su nombre; pero, si suelen ser eximios como amantes, son intolerables como maridos; todos concluyen enamorando vascas, como Alejandro, o perdiendo a las negritas mimadas de casas decentes. Aquella sociedad tiene sus escándalos como todas las sociedades: raptos, seducciones, adulterios, suicidios y hasta duelos. Hablan de las guerras y de las batallas pasadas con un profundo conocimiento de lo sucedido, porque el negro y el pardo porteño saben batirse con la bizarría del mejor de los soldados y caer sobre el campo de la acción como caen los héroes.

Las dos de la madrugada habían dado ya, y Graciana apuraba a Alejandro para volver a casa. La sirvienta pensaba con razón, que el señor podía haber notado su ausencia, que la niñita podía haber llorado, que Blanca podía haber regresado del club; pero el negro, rumboso al fin, como todos los de su clase, quería concluir la noche con una cena en un café de la vecindad y porfiaba por retener a su mascarita.

Tanto hizo Alejandro, que Graciana, después de bailar con él la última galopa con un ímpetu y un entusiasmo indescriptibles, consintió en ir a cenar, no por cierto unas ostras con Sauterne, sino unas suculentas costillas de chancho, apoyadas por una copiosa taza de café con leche, con pan y manteca, que sirvieron para corregir la vacuidad incómoda que todos los estómagos, ya sean plebeyos o aristocráticos, sienten a las tres de la mañana después de una noche de baile.

Concluida la cena, la pareja se puso en marcha. Salían conjuntamente del teatro, con los "Tenorios", extenuados por la fatiga de la noche, demostrando en el rostro esa melancolía peculiar que demuestra el último comparsa que se retira en la madrugada de la tercera noche de carnaval.

Por entre ellos atravesó orgullosamente Alejandro con su compañera del brazo, y doblando por la calle de Victoria, la condujo hasta la puerta de la casa de sus patrones.

Pero la sorpresa de la pareja fue grande, cuando llegaron a la casa de mi tío Ramón; la puerta estaba abierta; la luz encendida en el vestíbulo bajo y en el vestíbulo alto. Algo de extraordinario debía de haber pasado durante su ausencia, y la fuga de Graciana había sido notada. La sirvienta tuvo un acceso de nervios muy común entre las francesas y no se atrevió a entrar: colgada del brazo de Alejandro, tiritaba de miedo.

El pardo vacilaba también, y caballeresco como era, no se atrevía a comprometer ni a abandonar a Graciana en la puerta. La alarma aumentaba con el ruido de los carruajes que comenzaban a remolinear en la esquina del Club del Progreso, lo que les indicaba que el baile allí tocaba a su término, que de un momento a otro, Blanca llegaría a su casa y encontraría a Graciana disfrazada con su dominó. Los dos amantes optaron por lo más práctico en aquellos instantes críticos y huyeron calle de Victoria arriba, prefiriendo la fuga a pasar por la vergüenza de ser descubiertos. Alejandro, el audaz seductor de aquella honesta Margarita, fue a golpear la puerta de una posada de la plaza de Lorea, donde se instaló con su compañera, resuelto a darle su nombre para cubrir su falta y purificar su honra manchada.
Fuente: Carnavales del siglo XIX. El club del Progreso,

lunes, 15 de noviembre de 2010

RESTITUCION DEL FERIADO DE CARNAVAL

Nuevos feriados, arrancando el lunes 22 de noviembre

Se conmemorará el Día de la Soberanía Nacional. Vuelven los feriados de carnaval y se agregan dos feriados turísticos por los próximos tres años. En 2011 habrá 17 feriados nacionales.
DyN

Buenos Aires, 3 de noviembre.- El Gobierno puso hoy en marcha a través de dos decretos el nuevo esquema de feriados nacionales, que reincorpora el lunes y martes de carnaval, crea el 20 de noviembre como Día de la Soberanía Nacional y suma al calendario dos días por año para fomentar el turismo.
De acuerdo a las decisiones 1584 y 1585 publicadas hoy en el Boletín Oficial, en 2011 habrá 17  feriados: 1° de enero, lunes y martes de carnaval, 24 de marzo, 25 de marzo (turístico), Viernes Santo, 2 de abril, 1º de mayo, 25 de mayo, 20 de junio, 9 de julio, 17 de agosto, 12 de octubre, 20 de noviembre, 8 de diciembre, 9 de diciembre (turístico) y 25 de diciembre.
El proyecto había sido enviado al Congreso el 14 de septiembre, pero el Ejecutivo argumentó que `todo evidencia` que la sanción de la norma `no podrá concretarse con la premura del caso, obstaculizando una de las finalidades del envío`, que `era dar previsibilidad con un tiempo de antelación suficiente como para posibilitar a los ciudadanos la planificación de sus actividades`.
Es que, según explica en otro párrafo, desde la fecha del ingreso de la iniciativa, la Cámara de Diputados `casi no ha sesionado`.
Según lo establecido, el feriado del 17 de agosto será cumplido el tercer lunes de ese mes, el del 12 de octubre el segundo lunes de ese mes y el del 20 de noviembre el cuarto lunes de ese mes.
En cuanto a los feriados turísticos, cuando los feriados nacionales coincidan con los días martes o jueves, se fijarán dos feriados por año que deberán coincidir con los días lunes o viernes inmediato, usualmente denominados feriados puente.
En tanto, si los feriados no coinciden con los días martes o jueves, se fijarán dos feriados destinados a desarrollar la actividad turística, y en este caso el Poder Ejecutivo deberá establecer los feriados turísticos por períodos trianuales.
En este caso, el Gobierno ya anticipó las fechas de los próximos tres años: en 2011 será el 25 de marzo y 9 de diciembre, en 2012 30 de abril y 24 de diciembre y en 2013 1 de abril y 21 de junio.
El feriado de carnaval, que había sido eliminado durante la última dictadura militar, volverá al calendario a partir de este proyecto y se cumplirá durante dos jornadas (lunes y martes).
Para el Gobierno, ésta `una de las manifestaciones más genuinas de las diferentes culturas que habitan nuestro vasto territorio`.
Otra novedad que se suma es la instauración como nuevo feriado patrio el 20 de noviembre, Día de la Soberanía Nacional, en homenaje a la batalla de Vuelta de Obligado, `uno de los hitos históricos más importantes de nuestra Nación`, se destaca. Además, se suma a la lista de feriados inamovibles el 20 de junio, Día de la Bandera, en honor a Manuel Belgrano. En tanto, el 12 de octubre dejará de denominarse Día de la Raza y pasará a llamarse Día del Respeto a la Diversidad Cultural.
Por otra parte, se estableció como días no laborables el Jueves Santo, para la comunidad judía el Año Nuevo (dos días), el Día del Perdón (un día) y la Pascua (los dos primeros días y los dos últimos); y para la comunidad islámica el Año Nuevo Musulmán, el día posterior a la culminación del ayuno y el día de la Fiesta del Sacrificio.

lunes, 11 de octubre de 2010

11 de octubre de 2010
Diputados comienza a discutir el proyecto del Ejecutivo para el reordenamiento de los feriadosDFuente: Télam

La comisión de Legislación General de la Cámara de Diputados buscará esta semana avanzar en el dictamen del proyecto enviado por el Poder Ejecutivo, que reordena los feriados anuales y eleva de 12 a 15 esas celebraciones nacionales.

La iniciativa incorpora tres nuevos feriados: los lunes y martes de Carnaval (anulados por la última dictadura militar) y el 20 de noviembre (Día de la Soberanía Nacional).

Además, establece "días puente" para lunes o viernes cuando los feriados inamovibles caigan martes o jueves, con lo cual se extenderán esos fines de semana a cuatro días.

En tanto, el 20 de noviembre se recordará la batalla de Vuelta de Obligado, en la que milicias criollas enfrentaron a fuerzas anglo-francesas.

El texto propone además que el 12 de octubre se celebre el "Día del Respeto a la Diversidad Cultural " y no el Día de la Raza, como ocurre actualmente.

En la iniciativa se suma también el 20 de junio (Día de la Bandera) a los feriados inamovibles, a pedido de la provincia de Santa Fe y de la intendencia de Rosario, por lo que serán diez las fechas anuales no trasladables.

El proyecto del PEN ingresó el 14 de septiembre a la Cámara de Diputados y tiene como comisión cabecera a la de Legislación General, que preside Vilma Ibarra (Nuevo Encuentro), pero debe ser discutido también en la de Turismo.

"Será rápidamente tratado en la comisión de Legislación General para lograr una rápida sanción", aseguró Ibarra, para quien, entre otras cuestiones, "recuperar los carnavales es una iniciativa valiosa" por su aporte a la "cultura popular y al turismo".

Ibarra, autora de otra propuesta con objetivos similares a los del proyecto del PEN, consideró que "da contenido a la conmemoración festejar las fechas patrias en su día" y juzgó que los feriados "puente" estimulan la actividad turística, el desarrollo regional y el consumo interno.

La norma presentada a principios de septiembre por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner establece además que serán no laborables e inamovibles varias festividades religiosas de las colectividades judías e islámicas.

En todos los casos, una vez que se apruebe la ley, el Poder Ejecutivo deberá reglamentar y planificar antes del 30 de octubre el cronograma de feriados para el próximo año.

Ya en el 2006, el gobierno del ex presidente Néstor Kirchner introdujo cambios al calendario al instaurar por ley el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia (24 de marzo, día en que ocurrió el último golpe militar) y declarar no trasladable el feriado del 2 de abril (Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas).





martes, 14 de septiembre de 2010

Que no se vaya nunca más la retirada
Por Adrián Pérez para Página 12

La actividad de las murgas viene creciendo desde 1985. Por ese entonces casi no existían y hoy ya son más de cien. Hay proyectos oficiales para recuperar los feriados de Carnaval, eliminados por la dictadura y hoy vigentes sólo en la ciudad


“Sos la murga que nace en la entraña del malón, de la raza que destila este sudor”, dice el tema “Negra Murguera”, de Bersuit Vergarabat, como tributo musical a un fenómeno cultural que se apropia de las calles de Buenos Aires durante febrero, amalgamando estandartes, disfraces y desfiles en una variedad de personajes paridos por las agrupaciones barriales. Con un origen en las fiestas paganas de la antigüedad que se brindaban en honor al dios del vino –Dioniso en la mitología griega–, el Carnaval se remonta cinco mil años atrás a Sumeria y Egipto; celebración que rescata antiguos elementos de las fiestas de invierno romanas o Saturnalias, donde amos y esclavos eran libres de intercambiar vestimentas y roles. Y aunque llegó al Río de la Plata con el hombre blanco, entre el abanico de celebraciones que el calendario gregoriano determina, el Carnaval está entre los momentos del año donde el ingenio y lo popular se estrechan en un abrazo fraterno e interminable. Página/12 dialogó con dos antropólogas de la Universidad de Buenos Aires especialistas en el Carnaval porteño para adentrarse en sus orígenes, significados y rituales. Analía Canale es licenciada en Ciencias Antropológicas de la UBA y becaria del Conicet en el Instituto de Ciencias Antropológicas de la misma universidad, donde estudió la poética, las canciones y presentaciones ante el público de las murgas a partir de mediados de los ’80. Su trabajo se centró en los cambios producidos en un proceso que la investigadora determina como de “resurgimiento”, cuando la actividad murguera comienza a practicarse durante todo el año. “Aunque para 1985 quedaban muy pocas murgas y en algunos barrios comenzaban a formarse dos o tres nuevas, a mediados de los ’90 fueron treinta y cinco, y cerca de 2000 crecieron hasta ser cien. Con el retorno de la democracia se produjo toda una movida en cuanto a la recuperación del espacio público, no sólo desde los movimientos populares, sino también desde el Estado.”

Ese panorama comenzó a profundizarse, a fines de 1980, con la apertura de talleres. “Fue entonces cuando se produjo un nuevo espacio donde se aprende a ser murguero en muy poco tiempo y la murga muda su centro de los barrios y del aprendizaje folklórico desde la participación familiar. En los talleres se aprende canto, baile, a tocar el bombo con platillos y a escribir las letras de las canciones”, destaca la antropóloga y, además, afirma que la aparición de nuevas generaciones interesadas en el Carnaval “jugó un papel importante en el proceso de resurgimiento”. En esta nueva escena comienzan a formarse agrupaciones donde “el interés de los jóvenes, especialmente de clase media, está puesto en prácticas artísticas, pero ya no al estilo de las escuelas más tradicionales sino con formas más participativas”. ¿Por qué la murga atrajo particularmente a ese estrato socio-etario? “Ellos se involucran con expresiones artísticas que permitan formas más democráticas de participación y que no requieran una formación estructurada o estandarizada, ni escuelas de música, teatro o conservatorios.”

Además de los jóvenes, para que ese paradigma cambiara, fue necesaria la emergencia de otro actor que participara activamente en el nuevo modelo. “Muchos de los viejos murgueros de los barrios fueron quienes comenzaron a enseñar en los nuevos talleres; ellos identificaron, a través del interés que mostraban los jóvenes, que eran poseedores de una forma de arte popular. Así pudieron revalorizar sus propios conocimientos y formas de expresión”, indica.

El discurso irónico es otra de las características que rescata la antropóloga. “La crítica es un tipo de canción dentro de la presentación de las murgas que es considerada central. Es una construcción lírica que se edifica a partir de la ironía, la burla, la inversión de los sucesos o personajes que hayan tenido algún interés durante los sucesos del año anterior.” “Con la crítica, que puede ser de una o hasta tres canciones, se pretende mostrar que la interpretación popular de las noticias o de los hechos considerados importantes por la política, la sociedad o el espectáculo son de una importancia relativa”, amplía. Por el orden de aparición, las canciones reciben tres clasificaciones. En la presentación o canción de entrada se menciona el nombre de la agrupación, barrio de origen o ciertas características propias de la agrupación (la más antigua, la que se destaca por su baile) y se hacen promesas de brindar alegría y felicidad. Funciona como “carta de presentación”, donde se mencionan los colores de pertenencia.

El homenaje es otro de los tipos de canciones. En este caso, se destaca algún personaje con reconocimiento o anónimo. “Pueden haber canciones de homenaje referidas al barrio de Saavedra, a su murga o a Goyeneche –ejemplifica la investigadora–. La canción de homenaje forma parte del discurso crítico porque al resaltarse los valores de esa figura o personaje se contrastan con los valores de los que se burlaban, anteriormente, en las canciones de crítica. Es una canción que puede o no hacerse y cuya interpretación es patrimonio de las formas más tradicionales.” El cierre de cada murga llega con la canción de despedida o retirada, donde se suele hacer alusión al “mito del eterno retorno del carnaval”, a la idea del entierro y renacimiento del festejo. “En las canciones se habla mucho del ‘volveremos’, ‘esta murga seguirá’ o ‘hasta el otro Carnaval’, bajo una idea de permanencia en el tiempo”, describe Canale.

La antropóloga considera que el proceso que llevó a las actividades de Carnaval a ser declaradas Patrimonio Cultural de la Ciudad de Buenos Aires en 1997 fue interesante porque inauguró una negociación entre legisladores porteños y murgueros, que “generó un proyecto conjunto donde los murgueros tuvieron que organizarse entre sí e institucionalarse para poder mediar con el Estado”. Antes, el corsero era un empresario que organizaba todo y las agrupaciones “trabajaban cada una por su lado con mucha competencia entre ellas para obtener los mejores lugares de actuación. Pero con la intervención estatal, al que muchos consideran un ‘gran corsero’, las agrupaciones tuvieron que coordinarse entre sí para generar un espacio importante de participación”, puntualizó

jueves, 2 de septiembre de 2010

HISTORIAS DE BUENOS AIRES
Desde Nuevo Ciclo


Durante el año 1990 el Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires promovió diversos talleres de Historia Oral en distintos barrios de la Ciudad, uno de ellos el de Boedo, que fue coordinado por el Sr. Roberto D. Bolan. Uno de los temas abordados con la participación de quince vecinos, fue el referido a los carnavales en Boedo, recibiéndose los testimonios de quienes vivieron las fiestas desde las primeras décadas del siglo pasado. Un boletín del Instituto, actualmente agotado, que lleva el Nº16, editado en marzo de 1991, resumió aquellos encuentros, dejando recuerdos de reconocido interés. Creemos que, como introducción a las notas correspondientes al Carnaval 2007, resultará interesante para muchos de los lectores visitantes de estas páginas, tomar conocimiento de las vivencias sentidas por nuestros padres y abuelos en aquellos carnavales de la primera mitad del siglo XX. En la introducción a la nota, el coordinador expresa: “Para el lector llega ya el momento de introducirse en una especie de máquina del tiempo para transportarse al pasado de un barrio de Buenos Aires, para “vivir esos cuatro días locos” para recrear un ayer que produjo alegría e instantes de felicidad a un barrio tan entrañablemente metido en el corazón de los porteños“.


Este juego, que resultaba muy intenso y prolongado, a veces causaba algún accidente, ya sea por los elementos que se manejaban, como por los peligrosos resbalones debido al piso mojado…..
Herminia Faregna (H.F.): Al atardecer se jugaba con el pomo de plomo con agua perfumada (marca “La bella porteña”, y como costaba caro, Ud. no podía comprar otro. Luego los chicos se hacían de unas moneditas vendiendo el plomo.
Aurora Trotta (A.T.) Llevaban pomos y el lanza-perfume, pero no tiraba en los ojos; no había agresión, no. Jugaban con serpentina y con papel picado.
Leonor Trotta (L.T.). Eso sí, si le podían tirar papel picado en la boca, se lo tiraban.
Domingo Mittica (D.M.) Lo que quiero aclarar es que el juego de los lanza-perfumes, con serpentinas y papel picado, ocurría a la iniciación del corso. Por lo regular, los hombres acostumbraban expulsar los líquidos (que eran fríos) de los lanza-perfumes por las espaldas y piernas de las damas y cuando éstas querían esquivar el chorro, el líquido sin querer, a veces, se dirigía a los ojos, con los resultados de afecciones en la vista que debían ser tratadas en los hospitales.. Había problemas graves y por eso fue prohibido su uso, pero, a pesar de ello, aparecían los lanza-perfumes en carnaval, pues eran vendidos a escondidas de las autoridades policiales. Para la prevención en los ojos aparecieron a la venta las famosas antiparras…
A.T.: sobre todo en el pasaje Cabot, muchos jugaban al agua en la calle; eso sí, lo hacían nada más que los que querían jugar; no es como ahora (1990), que uno va por la calle le tiran un balde de agua. En dicho pasaje se juntaban vecinos de tres, cuatro o cinco casas; era una cosa que no se pasaba un año sin jugar al agua, aunque fuera un día, pero se jugaba…
María Ana Ugo (M.A.U.): Mi familia es muy vieja en el barrio. Vinieron de Italia y se establecieron en la zona sur de Boedo, a fines del siglo pasado (XIX) o principios de éste (XX). Mi abuelo fundó el mercado de “Inclan” y contaba que se jugaba mucho al agua, que era una tradición en el barrio…….
D.M.: Recuerdo que por una ordenanza o edicto policial (no se que sería), era permitido jugar al agua en carnaval en la vía pública, solo en la Costanera Sur, en el horario de 14 a 17:30 hs. El juego se hacía con pomos, bombitas o globitos y se usaban unas pistolas de goma que absorbían el agua de baldes que poseían en sus vehículos, coches, camiones y camionetas. Sucedió, según mis recuerdos, entre los años 1937 y 1945…si la memoria no me falla.
La gran fiesta
G.O.: Al atardecer comenzaban a aparecer las primeras comparsas y las “mascaritas” sueltas. Las agrupaciones desfilaban en correctas formaciones y vistosos disfraces. Algunos de estos conjuntos, como en el caso de los centros corales y musicales y de los marinos, se destacaban por sus impecables uniformes...
Ciertos conjuntos, como los de los clowns y murgas, acostumbraban detener sus marchas para hacer breves demostraciones, ya sea de pruebas acrobáticas o del repertorio de sus canciones, pero el objeto principal que perseguían era su presentación en los concursos organizados por las salas de espectáculos.
En dichos concursos se otorgaban premios a las mejores agrupaciones, consistentes en medallas, plaquetas y otros trofeos, cuyos merecedores los exhibían luego en sus estandartes.
Saturio Ortíz (S.O.): El Teatro Boedo era el que verdaderamente organizaba el carnaval en Boedo. Se ponían en venta las localidades y con solo mencionar al dúo Buono-Striano (animadores) en 35 o 40 minutos se vendía toda la sala con días de anticipación. La función empezaba a las 20:30 y terminaba a las 4 o 5 de la madrugada; un desfile constante, comparsa, tras comparsa Y a la gente, había que golpear las manos y decirles: ¡Se acabó, señores, hasta mañana!
Ángel Landro (A.L.) Al carnaval iba el gaucho, el paisano, el matrero, también el cocoliche, el que hablaba medio en italiano. Un pariente mío, cocoliche, decía al entrar al carnaval:
“Permasso pito p’entrare
Francesco Letra Cardone
Per te ven a salotare
A questa grande revonione”
No citado en el Boletín que estamos transcribiendo, pero obrante en los archivos de la Junta de Estudios Históricos del Barrio de Boedo, se encuentra el más antiguo testimonio que hemos hallado de los carnavales en Boedo, y tiene relación –precisamente-con lo citado:
Beatriz Clavenna (B.C.): A mi marido, cuanto tenía 8 o 9 años los padres lo mandaban a las 5 de la tarde para ocupar una mesa en el “Rió de Oro” (Carlos Calvo y Boedo) – hoy café Recuerdo- para que a las 20:30 disfrutara toda la familia del corso de Boedo.
S.O.: recuerdo que desde 1922, aproximadamente, la gente venía al corso de Boedo desde muy lejos, con sus banquitos o sillas de paja para sentarse próximos al cordón de la vereda. El corso tenía una extensión desde Independencia (por Boedo) hasta San Juan y daban la vuelta (POR Boedo) porque era mano y contramano.
Luis Brenna (L.B.): En la comparsa de losMarinos Unidos del Plata (de la que fui integrante de chico) íbamos vestidos de marineros con el uniforme y el clásico sombrero de marino. Chicas y chicos ensayábamos meses en la calle Luzuriaga; nos enseñaban a marchar. Primero iba la banda, le seguían los que llevaba estandarte y luego la tropa.
Herminia Farenga (H.F.): Desfilaban los “limpia Spuzza y Cía.” (Un juego de palabras en italiano y castellano para designar a los cloaquistas); La comparsa de ese nombre aparecía con sus integrantes vestidos de cloaquistas que generalmente usaban un uniforme azul y portaban un recipiente de regular tamaño de bronce, bien lustrado. En el llevaban un cepillo, una sopapa, un trapo de piso, en fin lo necesario para limpiar piletas y baños (sin olvidar el uso de la acaroina)
G.O.: Otro de los conjuntos numerosos era el de los barrenderos o “musolinos”, Estas agrupaciones, cuyos uniformes eran parecidos al de los barrenderos municipales, llevaban cepillos y carritos para la limpieza de las calles. Los barrenderos marchaban parodiando el trabajo de esos servidores públicos, moviéndose exageradamente, lo que provocaba la risa de los presentes. Completaban la actuación con divertidos cánticos, en un italiano alrevesado……..
H.A. Lo importante del corso de Boedo era que acaparaba la atención de gente de muchos barrios de la Capital y del Gran Buenos Aires. Yo sabía de personas que venían de Valentín Alsina, de Lanús y de más lejos, además de las que llegaban desde Pompeya, Parque Patricios, Almagro, Caballito, en fin de todos lados.
Murgas y disfraces:
H.F.: Las murgas de los pibes atorrantes preparaban sus trajes con las bolsas de arpillera, algunos muy trabajados. Las tapitas de “Bilz” servían de adorno al traje y los cantos eran tan “fuertes” que las chicas tenían que “volar”
A.L.: Había una murga extraordinaria que se llamaba “Llanta de goma y su cría” porque
parecían de goma, saltaban muy alto y hacían pruebas acrobáticas.
G.O. Las murgas eran totalmente distintas a las de ahora, tanto en la cantidad de componentes como en vestimentas, instrumentos musicales, excepto el bombo, y canciones.
La cantidad de murguistas nunca superaba la docena de participantes y marchaban en fila india llevando, a su frente, como mascota, un chico vestido de director; luego le seguía el verdadero director. Ambos vestían pantalón, levita, galera alta, bastón, llevando largas melenas; el verdadero hacía sonar un silbato al compás del bombo.
Los instrumentos musicales de esas murgas eran de conexión casera, imitando a los de viento, pero de tamaño exageradamente grande.
Con el nombre de murga, los más chicos formaban pequeños grupos que usaban como vestimenta alguna ropa vieja; se colocaban sacos dado vuelta, se tiznaban las caras con corcho quemado, se ponían sombreros viejos y usaban como instrumentos musicales cacerolas a las que golpeaban con sus tapas. Sus canciones eran tan procaces que las familias optaban por rechazarlos cuando se acercaban para entonar su repertorio. En cambio eran bien aceptados por los parroquianos de los bares y despachos de bebidas, Quienes se divertían con sus ecires y les retribuían con alguna moneda, que era lo que finalmente buscaban esos pequeños muguistas………
G.O.: También había mascaritas sueltas. No todos se disfrazaban para integrar conjuntos; muchas personas mayores lo hacían para actuar individualmente y su actuación se reducía a visitar amigos, parientes, vecinos, etc.
En cuanto a los chicos, además de disfrazarlos para que lucieran sus vestidos ante familiares y amistades, su finalidad muchas veces consistía en presentarlos en los concursos de máscaras infantiles que organizaban los corsos. Es importante reiterar el concepto: el corso de Boedo no era organizado: carecía de palcos y de adornos. Podría decirse que era un corso con plateas, cuyas butacas las constituían las sillas de los cafés que se extendía a lo largo de la calle Boedo, desde
Independencia hasta San Juan
Bailes de carnaval.
Emilio Musi (E.M.): en el Club Mariano Boedo había Bailes. En Rioja pasando Cochabamba, había un club llamado “El Refugio”….
G.O.: Los grandes bailes eran con Di Sarli, Pugliese, Jazz Casino, Barry Moral. Hubo épocas en que a los bailes se iba con traje y corbata, los días domingo. Todo esto que comenté está referido a los bailes del Club San Lorenzo de Almagro.
B.C.: Ya no se hacen más los bailes de disfraces de aquellas épocas. Toda la gente se disfrazaba. En la calle los chicos, pero en los salones y en los clubes también los grandes. Actualmente (1990) se ha perdido esa costumbre, inclusive en el caso de los chiquitos. En el Club Mariano Boedo se organizaban bailes “a todo trapo”, con concurso de mascaritas y disfraces. En realidad todos los clubes hacían bailes y tenían su público.
Y así vamos llegando al final de esta evocación de viejos tiempos, realizada por nuestros mayores, hace ya quince años. Por supuesto ahora y no veremos chicos por las calles con disfraces de variado tipo y tampoco mayores, como este personaje de 1970 ¿el último disfrazado?, mostrado por La Nación en “Diario íntimo de un país”.
Pero tendremos para disfrutar los carnavales de estos tiempos. Con más de 11.000 actores participando de ocho jornadas plenas de alegría, que serán acompañadas por más de 800.000 personas, de toda edad, que aportarán su presencia y su aplauso al paso de cada una de más de cien agrupaciones de murga existentes en la ciudad.
Y hecha esta introducción, vamos a ocuparnos del Boedo 2007

jueves, 26 de agosto de 2010

El Carnaval Santafesino

Quizás una de las costumbres más antiguas de la humanidad haya sido el Carnaval; costumbre que ha perdurado a través de los siglos, y que aún continúa con toda su sugestión y magia.

Su origen se remonta a las antiguas fiestas de griegos y romanos en honor de sus dioses; festejos paganos en honor de Saturno o lujuriosas bacanales que enloquecieron a los pueblos de entonces, para convertirse más tarde en el auténtico Carnaval, establecido en la Edad Media, como rara antesala de la Cuaresma.

Desde entonces "la vida ha sido un carnaval", como dice algún tango. En América su culto se entronca con las ceremonias religiosas de quichuas y aimaráes en lo que hace a nuestro territorio, siendo así el Carnaval una fiesta de "neto sabor telúrico y profundo simbolismo", donde lo pagano se mezcla con lo trascendente en medio de un sonar de cajas, quenas o bombos y un desborde sin tregua de aloja y chicha, inspiradores báquicos del hombre del altiplano.

En nuestra vida independiente, a través de los españoles, la tradicional fiesta se prolongó en la sociedad criolla, pero con grandes intervalos y en forma e intensidad distintas según los pueblos o ciudades. En Buenos Aires, por ejemplo, el Carnaval tuvo un gran despliegue, especialmente en los barrios del sur: San Telmo, Monserrat y otros aledaños, donde la población de negros era muy numerosa. Luego cundió en el centro. Debido a sus excesos, en 1830, Tomás Guido ministro de Gobierno llamó a la reflexión a los habitantes de Buenos Aires para que controlaran o se abstuvieran de esa "cosa tan humillante como perniciosa". Y dentro de esta política, el Ilustre Restaurador de las Leyes, en 1844, luego de extensos considerandos, sobre la moral y demás extravíos de los hombres declara "abolido y prohibido para siempre el juego del Carnaval".

En la ciudad de Santa Fe, por aquellos años de don Juan Manuel, la popular fiesta pasó desapercibida, pero no fue prohibida del todo. Hay que tener en cuenta que durante los años de las luchas civiles el Carnaval, como otras fiestas populares, quedaron reducidas cuando no suprimidas, por las lógicas razones de toda guerra, donde no hay tiempo para el jolgorio.

Llegada la época de la Organización Nacional el dios Momo asoma recién su cabeza entre nosotros. Sobre estos carnavales del pasado siglo, en su parte final, han escrito muchos de nuestros historiadores, entre los que cabe mencionar a Floriano Zapata, Clementino Paredes, Jo-sé Pérez Martín, Mateo Booz y Agustín Zapata Gollán; sin olvidar a Lina Beck Bernard que, aunque extranjera, alude también al tema. De todos éstos, es indudable que es el Dr. Paredes quien nos proporciona más abundante material. También acudiremos a los relatos que nos hacía nuestro padre, testigo y protagonista de aquellos inolvidables carnavales.

En los primeros tiempos el corso santafesino se realizaba en las arenosas calles de nuestra ciudad; así también era la polvareda que hacían los carros, las comparsas y los jinetes disfrazados. Debido a eso, previo al corso, cada vecino "baldeaba" prolijamente el frente de su casa. El primitivo recorrido del corso era por calle Comercio (hoy, San Martín) desde la Plaza de Mayo hasta Tucumán; desde ahí se doblaba hacia el oeste, y se retornaba por calle San Jerónimo hasta 23 de Diciembre (hoy General López). Más tarde se prolongó hasta Humberto I, llegando así hasta el bulevar, ya en nuestro siglo.

Debido a la tradicional puja o rivalidad entre los del sur y los del norte, hubo un tiempo en que cada barriada tuvo su corso. El sureño llegaba, por calle Comercio, hasta Rosario; y cuadras más, los norteños hacían el suyo. Con el tiempo, limadas las asperezas, que no eran tales, los corsos se unificaron, y también los vecinos.

En cada Carnaval no había santafesino que no sacara a relucir sus pilchas o platería o adornara su vehículo a sangre de la mejor forma posible. Y así, coches de plaza, breackes, milores o landós, tirados por hermosos troncos, lucían orondos en las carnestolendas. En 1888 desfiló por las calles un carro, donde se levantaba un rancho de utilería, totalmente cubierto de nardos hasta el techo y tirado por seis caballos. En otra oportunidad dice el cronista se presentó un milord, tirado por tres yuntas de caballos, y uno plateado al frente, que lo manejaba Albino Crespo, solamente con las riendas. Don Albino, a quien tuvimos el gusto de conocer ya en su vejez, era en sus años mozos el azote del barrio, especialmente en los días de Carnaval. Sus bromas eran famosas y se le temía. Una vez, debido al chichoneo que le hicieron unos amigos suyos, cuando paseaba por el corso, a caballo, no tuvo mejor idea que enlazar a uno de ellos, y llevarlo así, entre paradas y tumbos, durante varias cuadras. En otra ocasión, el día llamado del "entierro del Carnaval", es decir, el último, cuando se quemaba el "Judas", un extraño y enorme muñeco, al que se lo llenaba de cohetes y bombas de estruendo, ceremonia a la que concurría todo Santa Fe (en el barrio sur), Albino Crespo, trepándose a hurtadillas por las barrancas de San Francisco, y faltando todavía dos horas para que empezara el festejo con los fuegos artificiales, se acercó subrepticiamente al muñeco custodiado por un viejo guardiacárcel y le prendió fuego. Demás está decir la indignación de los vecinos que, al llegar al lugar a la hora indicada, sólo pudieron contemplar las cenizas humeantes de Judas, junto a las carbonizadas cañitas voladoras y cohetes. Cuando la gente volvía esa noche apesadumbrada por la Plaza de Mayo, Albino el moderno Nerón reía a mandíbula suelta en lo de Merengo, junto a sus amigos.

Los coches que más llamaban la atención en los corsos de entonces eran los de Rodolfo Bruhl, Luciano Leiva, Néstor de Iriondo, Paulino Llambí Campbell, Luis Bruno, Ignacio C. Risso, Eugenio Alemán, Javier Silva, José Gálvez y José María Echagüe, entre otros.

Eran famosas en esa época las patotas, especialmente las que se formaban en la vereda del Bar Quo Vadis (San Martín entre Salta y Mendoza) y del Gambrinus (entre Mendoza y 1ra. Junta), o la que tenía su cuartel en el café de Aguirre y Bonechea, en calle San Martín y Moreno. Eran también temibles las establecidas en el almacén de D. Francisco Lafuente (San Martín y Gral. López); en la tienda de D. Sixto Sandaza (San Martín y Rosario); en la farmacia de D. Dalmiro Videla; en la tienda de D. Pedro Saldaña; en la tienda de D. Fernando Stagno, o en el almacén de D. Santiago Barros.

Al pobre infeliz que pasaba por allí, con aire de pajuerano o "candidato", le azotaban "un tremendo vejigazo en la espalda" o simplemente un cubo de agua en la cara amén de otras cosas más subidas de tono.

Los bailes del Carnaval fueron también célebres entre los santafesinos. El Club del Orden reunía a las viejas familias. Era un club de costumbres sencillas que gustaba de las reuniones sociales. El baile dedicado al rey Momo era infaltable. Es interesante la descripción de Paredes en una de esas noches: "Sus salones dice eran decorados artísticamente con flores naturales y guirnalda*. De sus techos pendían unas arañas de vidrio con caireles, cuya iluminación era toda a kerosene, y en sus mesas lucían candelabros de bronce con velas de estearina, que reemplazaban a las antiguas luces a base de aceite de potro".

Durante el baile la orquesta tocaba los consabidos valses, polcas, mazurcas, habaneras y cuadrillas, mientras las "mamás" de las niñas, sentadas alrededor del salón eran obsequiadas con vasos de agua con panales, chocolate con viscotela y masas de lo de Merengo y bizcochuelos de las Andino, y los señores, con cerveza marca "Caballo", refrescos y los clásicos sorbetes, preparados a base de jugo de uva, de limón o de naranja, con almíbar. (Estos bailes son alrededor de 1870).

En la octava de Carnaval se llevaba a cabo el "baile de la piñata", a la que se asistía con trajes de fantasía, pero sin disfraz. "Se colocaba en medio del salón y colgada del techo, una bolsa de seda que contenía exquisitas masas, alfeñiques y caramelos, y, pasada la medianoche las niñas abrían la bolsa y sacaban las confituras, obsequiando a sus respectivos novios".

También fueron renombrados los bailes que, a partir de 1894, comenzó a dar el club Gimnasia y Esgrima. Comenta el cronista que, al margen de su actividad social, este club respondía a la política de don Luciano Leiva, que aspiraba entonces a la Gobernación; agregando que en oposición, estaba el Club del Orden que respondía a los hombres del Partido Radical que sostenía la candidatura de D. Marcos Paz. Creemos que no había tal lucha. En ambas instituciones sociales, había adictos a los dos partidos.

En las casas de familia, se organizaban también hermosas tertulias festejando al Carnaval, como en lo de doña Escolástica J. de Suárez, doña Cirila Britos de Fogues, doña Petrona Seco, y otras vecinas del norte. En dichas reuniones no faltaba el arpa de D. Roque Lisondo, la guitarra de Benito Ortegoza o el violin de Martín Molina (a) "Mangana".

En cuanto a los bailes populares, no cabe duda que los de la Plaza de Mayo fueron los más renombrados durante años.

A la pista, levantada sobre la calle Gral. López, frente a la casa de don Simón de Iriondo, se la rodeaba con escaños de algarrobo para que el público se sentara a mirar el bailongo. Colgados de los árboles se movían los infaltables farolitos chinescos y alrededor una profusión de candilejas y faroles a kerosene. El baile, amenizado por la banda de Policía, comenzaba pasada la medianoche. Alternaba con la banda una orquesta compuesta de acordeones y guitarra; y así se bailaba hasta que las velas ardían. En los jardines de la plaza los vendedores ambulantes ofrecían sus mazacotes y panales, sus alfeñiques y rosquillas, su cerveza y sus refrescos con caña paraguaya.

No faltaban tampoco los que, haciendo "rancho aparte" organizaban sus bailongos en la plazoleta llamada Paseo de las Ondinas, ubicada frente al puerto viejo, en la intersección actual de calle Rivadavia y 1ra. Junta. Allí, criollos y marinantes se entreveraban con sus "damas" y con música o con algo parecido bailaban hasta la madrugada, en una pista la media o la poca luz conspiraban contra la moral y las buenas costumbres.

El teatro Argentino (ubicado en la actual calle Lisandro de la Torre entre San Martín y 25 de Mayo), propiedad de don Juan Manuel Reyes daba también buenos bailes. Una noche, como la función teatral no terminaba, pues la obra era larga, y de esta manera el baile no empezaba, un grupo, capitaneado por Albino Crespo, Sebastián Puig, Aurelio Sebastián Puccio y Agustin Aragón comenzó a tirar cascotes al escenario por la cual, tuvo que suspenderse la función y dar comienzo el baile.

Finalmente cabe mencionar a los bailes de máscaras que se organizaban en el teatro Politeama, de Juan y Luis Terroza ubicado en la esquina de San Jerónimo y 1ra. Junta (después, cine Doré). En estas reuniones sus asistentes, de común terminaban en la comisaría, por embriaguez o por riña (desde 1887 en adelante)

Las comparsas

Uno de los aspectos más pintorescos de los carnavales fueron las comparsas que, años tras años, desfilaron por las calles de Santa Fe, poniendo su cuota de buen humor y bullicio.

Quizás la primera que se conoce es la llamada Alegría, presidida por Nicolás Fontes e integrada, entre otros, por Bartolomé Aldao, Juan Arzeno, José Gálvez, Celestino Rosas, Francisco B. Clucellas y Leoonidas Anadón. En ese mismo año, nace también una comparsa titulada La Juventud, fundada por el coronel Ricardo Basso, dirigiendo la orquesta el maestro Vicente Geannot. Estaba integrada por Ricardo Aldao, Néstor de Iriondo, Alejandro Videla y Dalmiro Videla, Agustín Aragón, Sebastián Puig, y Filadelfio y Cayetano Echagüe, por citar algunos, ya que las listas son largas.

Durante varios años época de revoluciones y agitaciones políticas las comparsas no asisten a los corsos, pues se controla el orden y se teme el encuentro armado o el alboroto callejero, especialmente entre los integrantes del Partido la Conciliación, liderado por don Nicanor Oroño y en donde militaban Luciano Leiva, Estanislao López, Francisco, Ventura, Ygnacio y Demetrio Iturraspe, Ramón Candioti, Nicanor Molinas y don Ignacio Crespo, candidato a gobernador para las elecciones de 1878, y por supuesto centenares de ciudadanos más. En el banco opuesto se movían los hombres que respondían al Dr. Simón de Iriondo y que se agrupaban en el Club del Pueblo, máxima expresión del "autonomismo" en nuestra provincia.

Pasada la revolución de abril del ` 78, y calmados los ánimos, surge a fin de ese año la comparsa La Fraternal que trata unir aunque más no fuera en Carnaval a los bandos en pugna. Presidieron este grupo Francisco Clucellas y Juan G. Parma. Esta, como las otras comparsas eran la atracción central de los corsos, ya que medio Santa Fe participaba en ellas, unos, como músicos; otros, como poetas; los más, como máscaras; sin faltar los artistas que construían y decoraban los carros. Terminado el corso las comparsas recorrían las casas de gente amiga, entonando su repertorio, lo que obligaba a recibirlos y convidarlos ya sea con "agua fresca de aljibe con panales blancos, con licor de rosas o con una rica cerveza, importada de Alemania".

Los jóvenes santafesinos con veleidades poéticas escribían los versos para las comparsas, distinguiéndose entre ellos, Ramón Lassaga, Horacio Rodríguez, Luis Martínez Marcos y Genaro Doldán, por mencionar algunos. Y entre los músicos, compositores de hermosas habaneras, mazurcas, valses o himnos alusivos, se destacaban don Francisco Parreño, D. Gaspar Vicente Geannot, D. Alfredo Arija, Enrique Spreáfico y don Zelindo Palamedi.

En ese mismo año 1878 los "jóvenes del norte" formaron la comparsa La Marina, bajo la presidencia de Francisco Zuviría. En la orquesta, dirigida por el maestro Jose Andreotti, se destacaban Juan P. Beleno y Pascual Bruniard con sus violines.

En 1880 nace la comparsa Los Locos, precursores de los llamados más tarde "mamarrachos", pues vestían con ropas harapientas y sus instrumentos eran latas y tarros, con los cuales atormentaban a los vecinos. Cuando veían una puerta abierta, entraban a esa casa con ollas y sartenes, revolvían todo, cantaban desaforadamente, y se despedían, no sin antes dar unos buenos vejigazos a los moradores. Desde las azoteas los vecinos les contestaban con cascotes, huevos de gallinas, y a veces de avestruz, duraznos y otros objetos contundentes.

Entre la larga nómina de comparsas podemos citar a Los Negros, fundada en 1883 por don Pedro San Martín; a Los Monos, del mismo año, cuyos integrantes vestían imitando a los orangutanes; a Los Artesanos, dirigidos por Emilio Lamothe (1883); a Los Murmuradores, destacados en el "alacraneo" y la farra; v a la comparsa de Los Seis, formada por José María Iriondo, Conrado Porta (h) y Guillermo Cullen, los cuales, paseaban en el corso montados en tres burros; de ahí, los "seis".

También queremos recordar a La Juventud Santafesina, fundada por Enrique Gaydou, formada en su mayoría por estudiantes; a Los Guitarreros, cuyos componentes tenían que saber tocar la guitarra; a Los Luises (1892); Los Trece (1890); La Tuna (1892); Los Hijos de la Noche (1893); Marinos en Tierra (1893); Los Descamisados (1894); Los Invencibles (1896); Juventud Santafesina (1896); Los Artesanos del Sud (1896) y la comparsa de la Sociedad Recreativa Musical, titulada Obreros, cuyo objeto principal era presentarse todos los años en los corsos.

Entrado el siglo, aparece la comparsa Los Negros del Sur y más tarde la de Los Negros Santafesinos. Miguel Angel Correa (Mateo Booz) en el prefacio de su libro El Tropel, dedica estas palabras al Negro Arigós, tradicional presidente de esta comparsa que, sin lugar a dudas integra el cosmos mitológico de nuestra historia popular. "Ningún nombre como el suyo --le dice para decoro de un libro elaborado íntegramente --tapa y contenido con pensamiento y herramientas de Santa Fe de la Vera Cruz. He procurado en El Tropel el abigarramiento de sones y tonos que descubrí entre luces de talcos y espejuelos, a sus negros santafesinos. Sus negros desfilaban por las calles de la ciudad nativa, en un morado atardecer, bajo el pendón ilustrado con la gloria de innúmeros carnavales y el medallerío de triunfos insignes. Cabalgaba usted las piernas destartaladas-- un petiso peludo y macilento y lo circuía una cohorte de diablillos desbaratados por los danzones salvajes. Y la comparsa, al ritmo de guitarras, masacallas y candombes, coreaba sus loas de homenaje al viejo paladín, erguido en la silla con el empaque orgulloso y taciturno de un monarca etíope".

A pesar de pertenecer a la pequeña historia, nuestro carnaval tuvo un no sé qué que todavía perdura y nos atrapa. Es que esa diminuta sociedad santafesina, ingenua y pacata tuvo sus encantos, difíciles de olvidar. Cómo echar al olvido aquellos corps bulliciosos aunque bullangueros, con sus guirnaldas de flores y sus faroles a kerosene; esos carromatos plenos de colorinches, esos bailes de la high society o los de "a media luz" en la plazoleta de las Ondinas; esas tremendas batallas de agua a puro vejigazo; esos Judas quemados, presidiendo la ceremonia del "entierro del Carnaval", con sus panzas plenas de cohetería esas orquestas de la legua musicalizando el aire y la noche con sus violines y sus flautas; esos tranvías a caballo, coronados de máscaras, que no pagaban el boleto; esos aguateros llevando en sus carritos de dos ruedas agua del Quillá para venderla a las patotas (a dos reales el barril); aquellas criollas vendiendo sus pasteles y sus panales; esos viejos mateos arrastrándose penosamente por el arenal: los fuegos artificiales, los farolitos chinescos, los saltimbanquis y cachidiablos, y toda esa runfla vocinglera y policroma que convertían como por arte de magia a una pequeña ciudad de provincia en una urbe feérica y alucinante. Milagro que sólo duraba tres días, los que marca el almanaque; porque después, después que pasaba el fugaz momento, la ciudad y sus seres volvían a lo de siempre, a esa fatiga de recorrer los mismos sitios, casi sin objetivos, con un destino aparente, como si la vida terminara todos los días al final de la calle. Sólo quedaba al pobre vecino el consuelo de saber que después de 365 días más volvería a renacer de nuevo la ciudad.

José Rafael López Rosas


Cfr. Coluccio Félix. "Fiestas populares y tradicionales de la República Argentina" (Bs. Aires, 1972).
Paredes Clementino. "Los carnavales de la vieja Santa Fe", (S. Fe, 1940).
Pérez Martín José. "Latitud sur 31°" (S. Fe, 1975).
Zapata Gollán A. "El Carnaval en Santa Fe" (1966).

Fuente:
http://www.patrimoniosf.gov.ar/ver/0-502/

miércoles, 14 de julio de 2010

Contribución de Enrique Molina

Me permito aportar algunos datos para entender los motivos que impulsan a Juan Manuel de Rosas a prohibir el carnaval. A continuación, extractos de: Kartun, Mauricio – Escritos 1975-2005 – Primera Edición – Buenos Aires, Colihue, 2006. (Colección Colihue Teatro dirigida por Jorge Adrián Dubatti)

“Con Rosas en el gobierno surgen arrasadoras las corrientes culturales del gaucho y del negro… El Restaurador empuja una política en la que el negro y el gaucho juegan un papel predominante”


“La copla del carnaval se tiñe de rojo punzó: “El es negro bosalona/ pelo neglo fedelá/ y agradecido a la patlia/ que le dio la libertá./ Esi neglo cada noche/ sueña con Don Juan Manuel/ y luego de mañanita/ ota vesi hablando de él” (G. A. Terrera: Cantos tradicionales argentinos)”

“El 22 de febrero de 1844 Rosas prohíbe por decreto el carnaval: once navíos franceses e ingleses penetran el Paraná, tratando de abrirse paso hacia el norte, Obligado ya es una amenaza que pesa sobre los federales.”

La medida responde a una necesidad de limitar el accionar de los unitarios aliados de la escuadra anglo-francesa, que bloquea el puerto de Buenos Aires, y que aprovechando la fiesta popular multitudinaria pudieran producir actos de violencia interna que favorecieran la agresión imperial.

miércoles, 31 de marzo de 2010

miremos otro aspecto

aca les comparto algo que escribi hace mucho y que sigo escribiendo que es una forma de seguir pensando..es algo sobre el cuerpo..porque convengamos que en el carnaval es el cuerpo el protagonista....
luego me gustaria conocer que les a parecido...cariños ..latorda

"A veces el cuerpo se nos presenta implacable ante nosotros y nos pide respuestas. Ese cuerpo que nos permite ser, a la vez nos urge con sus necesidades.
No siempre podemos responder a lo que él desea.
A veces, actuamos como si la dimensión corporal fuera ajena a nosotros mismos. Es el momento en que nuestra mente, nuestra psiquis domina el ámbito de lo corpóreo y dirige los deseos. Este momento puede ser alternante, efímero, medido o continuo. Nuestro cuerpo entonces aprenderá a subordinarse automáticamente, o podrá encontrar escapes a través de actos de rebeldía o elegirá la opción de aparente adecuación, soportando la tensión del no poder manifestarse.
Pero es él, quien dice qué somos.
Y sin embargo, se es a partir de su dominación, por lo menos en esta sociedad en la me encuentro.
Tal vez en este proceso de adecuación de lo corporal a lo aceptado por nuestro entorno, radique la posibilidad de vivir en plenitud o a medias.
El manejo entre lo que nuestro cuerpo nos pide y lo que nosotros definimos como posible, filtrado por lo aprendido, lo exigido por nuestro medio y lo aceptado como conducta para nosotros mismos es complejo.
¿Lo fue siempre? ¿Lo es para todos?
¿Cada modelo cultural propone una relación mente cuerpo particular?
Muchas veces la forma de expresar lo que sentimos o necesitamos a través de lo gestual corporal, califica a esa persona y la ubica en diferentes status, prefijado por otros, pero que pone en evidencia lo esperable vs. lo no permitido.
Una carcajada a destajo, un tono de voz alto o sumamente bajo, la forma de balancear los brazos al caminar, la forma de cruzar o no las piernas al sentarnos, la forma de estornudar o de bostezar, es decir todo aquello que manifiesta lo que nos pasa y como nos pasa, está determinado por un modo y un tiempo que nos definirá como correctos o incorrectos.
Si salimos de lo gestual puramente postural, y tratamos de adentrarnos en otras instancias del cuerpo, también encontraremos situaciones similares y no deja de ser llamativo como el grado de disfrute de comer por ejemplo o de reaccionar frente a una película muchas veces se acota según los límites que le imponemos a nuestra posibilidad de expresarnos.
El comer con las manos parecería como mas disfrutable que comer con los cubiertos, reír o llorar a destajos, abiertamente, sin vergüenza aparece como más intenso que contenerse y moderar la respuesta. Sin embargo no siempre o no todos se animan a hacerlo.
El cuerpo limitado, domesticado, acotado parecería sinónimo de refinación y de sectores inteligentes, sin embargo nos condena a vivir a medias. ¿Es eso inteligente?
Esta dicotomía nos pone frente a una falacia: elegir entre educación o pasión.
Esta falsa opción, ubica a las personas en veredas opuestas y nos muestra como diferentes.
Esta brecha calificatoria condiciona nuestro accionar, y en un intento por ser aceptado en algunos ambientes nos exigen que subordinemos lo corporal a los códigos establecidos en esos círculos.
El soltar el cuerpo aparece como temido.
Un hombre o una mujer que es capaz de bailar desenfrenadamente, soltarse el pelo, descalzarse, sacarse la corbata o desabrocharse atrevidamente una blusa, asustan.
Asustan.
Asustan, porque si pueden hacer eso con el cuerpo, cuantas cosas más podrían hacer con sus pensamientos, sus sentimientos, su obrar.
La dimensión cuerpo, concreta, palpable, presagia entonces una manera de ser, una determinada forma de pensar, un anticipo del obrar.
Las personas en un intento de salvarse dentro la sociedad en que viven, aprenden desde muy pequeños a mostrar aquello que saben que les procura tierra segura para su andar en el medio, señalado para ellos.
Al ir creciendo, la vida, el destino, los ubica frente a diferentes opciones, y en cada decisión podrían modificar lo aprendido y ofrecido, sin embargo esto a veces presupone renunciar a los privilegios que vienen acoplados a esta programación familiar y social. Por lo que inician el proceso de olvido. Y se sienten seguros aceptando la propuesta.
Otros deciden mantener lo corporal a modo de máscara que tranquiliza, mientras la mente: las ideas, las convicciones, los valores inician un viraje hacia otros territorios. El corazón, con sus opciones se suma a este proceso y de a poco los individuos van sintiendo como el cuerpo ajusta, oprime, limita. Y se ponen en marcha diversos mecanismos para ayudar al cuerpo a acotarse. Pese al grito interior de liberación.
Son pocos los que realizan el verdadero salto, aflojando el cuerpo y permitiendo que se exprese fielmente el interior, disfrutando de las emociones sin barreras, permitiendo escucharlo, siendo capaces de
Arriesgarnos a sensaciones corporales diferentes…. Parecería que el ser respetable, en esta cultura, trae como añadidura que el cuerpo no esté en juego.
Las personas avanzan más fácilmente en el campo de las ideas….en el campo de la dialéctica….y hasta en algunas formas de darse a conocer….con opiniones jóvenes, actualizadas, impertinentes, inesperadas, provocativas, que hasta descolocan a los interlocutores, y presuponen cierta decisión de promover la libertad interior, de permitirse cuestionar a los propios principios, de fractura con lo establecido, de avanzar hacia territorios alternativos, de internarse con lo diferente, con lo marginal, con lo excluido.
Sin embargo, son pocos los que se animan al salto más importante. Ese que permite no decir con lenguaje escrito u oral, sino con el corporal. Ese lenguaje que naturalmente comunica el murguero/a, ese lenguaje temido, ese que sorprende y hasta algunos asusta. Esa manera desenfrenada de decir acá estoy.
La sociedad dominante recompensa a los cuerpos neutros. Y aborrece los que son liberados por eso de alguna manera establece mecanismos para contribuir a evitar el desborde.
No opera sobre lo que se siente: sabe que existen las turbulencias pero espera que se reacomoden permitiendo solo sensaciones de sereno placer. En la sabiduría del opresor, se sabe que el cuerpo que “dice” y por eso debe ser acotado.
La murga subvierte también esta dimensión y no es tolerable ese desenfreno expresado en disfraces, gestos, baile, risas, burlas, sudor, olor, que porta lo murgueril.
Y asimismo, todos los y las murgueras, conscientes o no de esto, apasionadamente disfrutan de esa sensación incomparable que es sentir el propio cuerpo libre, permitiéndole que se diga a si mismo."
Del Libro : Mueva!!!- Maria Graciela Zavala

jueves, 25 de marzo de 2010

Contribución de Alfredo Armando Aguirre

Historia del Carnaval bonaerense
Por Martín A. Cagliani
Artículo publicado en la revista Circulo de la Historia, Nº 47, febrero 2000

“Se acercan los días consagrados a esa brutal diversión. Legado de nuestros opresores.” Así comenzaba “Un porteño”, como dio en llamarse, una nota que publicara en un periódico de 1833. Como bien dice nuestro antepasado protestón, en los siglos pasados el carnaval se festejaba con una violencia increíble. Fue cambiando, poco a poco, a través de los años, influenciado por el también lento cambio cultural de nuestra sociedad. El carnaval fue legado por los españoles, con ellos llegaron a nuestras tierras estos festejos de antigua data en al continente europeo.

El carnaval que se festeja en nuestras tierras se ve originado como una fiesta cristiana, o por lo menos en un ámbito cristiano, ya que el carnaval son los tres días anteriores (sábado, domingo y lunes) al miércoles de ceniza, que es cuando comienza la Cuaresma. La cuaresma es un período de ayuno observado por los cristianos como preparación para la Pascua. Por todo esto, los tres días de carnestolendas o carnaval, eran festejados a pleno, porque luego vendría un período de ayuno completo, o sea, de fiestas también.

Como bien dice una antropóloga “el carnaval aparece como un absurdo; encarna la sublimación del ocio. El sinsentido del hacer para despilfarrar.” En esta fiesta, el disfraz propone la confusión de los lugares sociales y hasta la de los sexos, esclavos disfrazados de señores y al revés, humanos disfrazados de animales, hombres transformados en mujer, etc. Por esta suspensión de lo establecido se lo tildó muchas veces de subversivo. Pero es también un tiempo de sueño, se encarna el papel que se quiere ser, solo por tres días.

Nuestro carnaval ha adquirido muchas formas a lo largo de sus cientos de años de vida, pero la costumbre que siempre reino, y lo sigue haciendo, es la de arrojarse agua. El abuso de esta costumbre fue la causante de las distintas prohibiciones que se le impusieron a esta divertida fiesta. Nadie quedaba fuera del carnaval, todos se divertían en esos tres días en los cuales la ciudad parecía un campo de batalla; ricos, pobres, blancos, negros, desconocidos, conocidos, todos participaban. El mismo Domingo F. Sarmiento era un gran adepto al carnaval y no se molestaba en los mas mínimo si le arrojaban agua cuando era presidente.

Como se dijo, la costumbre de mojarse uno a otro en carnaval, la trajeron los españoles, a pesar que en España el carnaval cae en invierno. Ya desde el siglo XVIII los bonaerenses se mojaban los unos a los otros. En 1771 el Gobernador de Buenos Aires Juan José Vertíz implantó los bailes de carnaval en locales cerrados. Se oficializaban los bailes, a efectos de atenuar las inmorales manifestaciones callejeras de los negros, que habían sido prohibidas el año anterior. Por esa misma época, un grupo de gente descontenta con los bailes justo antes de la cuaresma, y según decían por los excesos que ocurrían en ellos, llevaron su descontento ante el mismísimo rey de España. El rey envió de inmediato dos órdenes a Vértiz, el 7 y 14 de enero de 1773, por las cuales prohibía los bailes y le encargaba que arreglase las escandalosas costumbres en que había caído la ciudad. Vértiz, no se quedó callado, le protesto al rey diciendo que como se bailaba en España, también se lo podía hacer en Buenos Aires. Pero el rey Carlos III promulgó una ley el 16 de diciembre de 1774, en la cual prohibía los bailes de carnaval, alegando que él nunca los había autorizado en las Indias. Como ustedes se imaginaran no se respetó la prohibición, tanto que los festejos degeneraron y ya en la época del virreinato, el virrey Cevallos se vio obligado a prohibir los festejos de carnaval. “…conviniendo remediar este desorden con el presente prohibo los dichos juegos de Carnestolendas…”, decía el bando del virrey, y sigue “… ha tomado en pocos años a esta parte tal incremento en esta ciudad [...] en ellos se apura la grosería de echarse agua y afrecho (salvado), y aun muchas inmundicias, unos a otros, sin distinción de estados ni sexos…”. Seguía diciendo que la gente, se metía en las casas y reventaban huevos por todos lados, hasta robaban y rompían los muebles.

Los excesos no disminuían, y si lo hacían era por poco tiempo. El 13 de febrero de 1795 el virrey Arredondo promulgó el bando acostumbrado prohibiendo “los juegos con agua, harina, huevos y otras cosas”.

En los años siguientes a la Revolución de Mayo, se volvió muy común entre la población, en especial entre las mujeres, la costumbre de jugar en forma intensa con agua. Para ello utilizaban todo tipo de recipiente, desde el modesto jarro, hasta los huevos vaciados y rellenos de agua con olor a rosa, pasando por baldes, jeringas, etc. Los huevos eran vaciados y llenos con agua, pero no siempre con agua aromatizada, a veces solo se tiraban huevos podridos. Entre la gente acomodada se usaba, comprar los huevos de ñandú, rellenos de agua con olor a flores, como hoy se venden las bombitas los huevos se vendían en las esquinas. Las azoteas de las casas se convertían en verdaderos campos de batalla acuáticos, y mas de un transeúnte se ligó una fresca catarata de agua. La batalla por una azotea entre hombres y mujeres, todos jóvenes, era divertidísima y terminaba con la inmersión de los perdedores en una tina o bañadera.

Esta costumbre de mojarse solo se utilizaba en la ciudad, no se había generalizado todavía en la campaña ni en las ciudades aledañas a la capital virreinal. En la campaña solían festejar de forma muy ruda, grupos de jinetes se chocaban entres si con mucha fuerza, quedando muchos heridos.

Un escritor inglés dice para 1820: “Llegado el carnaval se pone en uso una desagradable costumbre: en vez de música, disfraces y bailes, la gente se divierte arrojándose baldes de agua desde los balcones y ventanas a los transeúntes, y persiguiéndose unos a otros de casa en casa.” Y sigue “Los diarios y la policía han tratado de reprimir estos excesos sin obtener éxito.”

En las calles eran más encarnizadas las luchas con agua, ya que en ellas intervenían los esclavos, que mojaban a todo el mundo, se daban pequeñas venganzas, y más de uno no se la aguantaba pasando a las manos, que muchas veces terminaba con heridos o algún muerto. Por eso cada comienzo de carnaval se dictaban medidas preventivas, que nunca funcionaban porque los policías también jugaban al carnaval y los que estaban de servicio preferían alejarse de los lugares de lucha, para no ligarla ellos también.

El carnaval de 1827 fue mucho más tranquilo y los juegos con agua casi ni se vieron, las continuas quejas de años anteriores habían hecho efecto, aunque mas que nada se debió a la determinación de la policía de conservar el orden, algo que nuca había ocurrido. Pero esta moderación solo duro dos años, ya en 1829 vuelve la violencia. Dice un periódico: “Hemos oído asegurar que no han faltado brazos ni piernas rotas, ojos sacados, pistoletazos, etc.”. Esto porque otra vez los policías eran los primeros en jugar. Los juegos con agua siguieron, no siempre violentos.

En los tiempos de Juan Manuel de Rosas, el carnaval era esperado con mucho entusiasmo, en especial por la gente de color, protegidos de Rosas.

Para el carnaval de 1836 se permitieron las máscaras y comparsas, siempre y cuando gestionasen anticipadamente una autorización de la policía. Para esta época el carnaval estaba ya muy reglamentado para prevenir desmanes. Solo se permitía el juego en los tres días propiamente dichos de carnaval, y el horario era anunciado desde la Fortaleza (actual Casa Rosada) con tres cañonazos al comienzo, 12 del mediodía, y otros tres para finalizar los juegos, al toque de oración (seis de la tarde). También se tiraban cohetes, para los cuales había que tener permiso de la policía.

Para los juegos en esta época, se movilizaban carros con tinas de agua, jarros, jeringas, huevos de ñandú, también se usaban vejigas llenas de aire, con las cuales se golpeaba a los transeúntes. Estos juegos generaban verdaderas batallas campales. Luego del cese, de los juegos con agua, continuaban los festejos con reuniones particulares, que a veces terminaban a la madrugada.

Las costumbres del carnaval, en época de Rosas, fueron cayendo en excesos, llegando hasta el máximo desbordamiento. La gente se divertía muchisimo, no había ni clase ni estrato social que no jugara al agua en carnaval. Pero como en todo estaban los exagerados, que llegaban a las manos, y muchas veces ocurrían desgracias. También estaban los que no disfrutaban de estos juegos y no dejaban de quejarse por medio de revistas y periódicos. Muchos de estos últimos se iban de la ciudad por esos tres días de carnaval. Los excesos, ¿cuáles eran los excesos?, se preguntaran. Estaban los que aprovechaban para entrar en las casas y robar, los que se aprovechaban de las mujeres que jugaban al carnaval, manoseándolas, rompiendo sus ropas y hasta violando. También se catalogaban como excesos algunos que ahora son muy comunes en carnavales como los de Río de Janeiro o Gualeguaychú: “Las negras, muchas de ellas jóvenes y esbeltas, luciendo las desnudeces de sus carnes bien nutridas…”, decía José M. Ramos Mejía de esa época.

Por esta época los festejos de carnaval se habían extendido a todas las ciudades del actual Gran Buenos Aires. Los juegos con agua predominaban, pero también había bailes. Estos eran muy importantes, comenzaron en domicilios particulares, a principios de este siglo (s. XX) tomaron la posta los clubes de barrio.

Pero siguiendo con los “carnavales de Rosas”, los grandes protagonistas y protegidos de Rosas, eran los morenos. Los negros se dividían en “naciones”, y se juntaban en “tambos” a danzar al ritmo de sus candombes. El mismo Rosas concurría a los “huecos” donde los morenos festejaban. Por nombrar una, en 1838 acudió a la fiesta realizada por la “nación” “Congo Augunga”, en la esquina de las actuales San Juan y Santiago del Estero, acompañado de su esposa Encarnación y su hija Manuelita.

Una costumbre en esta época era la llamada “día del entierro”. Los vecinos de cada barrio colgaban en algún lugar un muñeco de paja, al que llamaban Judas, que luego era quemado, en medio de una fiesta general.

Pero no todo era diversión, los desmanes y las escenas “poco decorosas” aumentaron llegando a ser “repulsivas”. Rosas decidió cortar por lo sano y prohibió todo festejo de carnaval el 22 de febrero de 1844. La prohibición se extendió también a todas las ciudades del actual Gran Buenos Aires.

Las celebraciones se reanudaron recién en 1854, con Rosas fuera del poder. Pero el carnaval volvió muy reglamentado, se realizaban bailes públicos en diversos lugares, previo permiso de la policía. Había mucha vigilancia policial para prevenir los desmanes de las décadas anteriores.

En los años siguientes comenzaron a predominar las comparsas. Todo reglamentado, las comparsas tenían que estar anotadas, así como sus miembros, en la policía; también las personas que usaban caretas tenían que pedir un permiso y llevarlo encima por si un policía lo requería.

El primer corso se efectuó en 1869, participando en él mascaras y comparsas. Fue muy festejado por el pueblo y la prensa. Al año siguiente, una disposición policial permitió el desfile de carruajes en los corsos. Al principio, los corsos se llevaban a cabo en las calles Rivadavia, Victoria y Florida, con el tiempo se extendieron a diversas calles y barrios. Eran muy alegres y vistosos, el lujo de los disfraces y adornos fue creciendo con cada nuevo carnaval. Cada corso contaba con una comisión organizadora, los familiares de los miembros e invitados especiales se ubicaban en los balcones de la casa que servía de sede, y frente a esta se detenían las comparsas y mascaras para interpretar sus canciones y sus músicas.

Como es de esperarse, la costumbre de jugar con agua no había desaparecido, todavía sigue. Se utilizaban huevos y jeringas como antes, mas la incorporación de los pomos.

Cobraron auge los “centros”, sociedades organizadas especialmente para desfilar en los corsos. Predominaban los de los negros desfilando al son de sus candombes. A veces al enfrentarse dos comparsas de negros se iniciaban las “tapadas”, un contrapunto de todos los instrumentos que no terminaba hasta dejar en claro la supremacía de una de las comparsas, podían durar varias horas. Mas de una ves los vencidos apelaban a los golpes para expresar su descontento. Pero estos “centros” también estaban integrados por “gente de bien”, el mas conocido era la sociedad “Los Negros”. Esta estaba integrada por jóvenes intelectuales de la alta sociedad. Vestían un uniforme militar húngaro. Las letras de sus canciones eran sobre la relación de los negros y los blancos, ellos eran, supuestamente, esclavos. Bastardeaban las costumbres de los negros con sus canciones. Las comparsas tenían canciones con unas letras muy interesantes. Las había con contenido gracioso, crítica política, crítica social, de todo un poco.

Lo normal en estos años era que la gente jugaba con agua durante el día, veían los corsos, que comenzaban tipo cinco y media o seis de la tarde, y luego acudían a los bailes públicos o particulares, que comenzaban entre las 9 y 11 de la noche y terminaban de madrugada. Decía una crónica de 1872: “En los teatros, las puertas se abrirán mañana, el lunes 12 y el martes 13, a las 11 de la noche, y se cerrarán a las 4 de la madrugada. Los “tranways” estarán en funcionamiento toda la noche. En los teatros, los palcos costarán alrededor de 200 pesos y la entrada 100. En el Teatro de la Alegría los precios serán más módicos para los bailes de máscaras: 60 pesos los palcos y 25 la entrada para hombres. Las damas entrarán gratis. ¿No habrá algún disfrazado que se haga pasar por mujer?”. Este año de 1872, los juegos con agua fueron prohibidos por la policía, solo se permitían los disfraces y las comparsas.

Estas últimas se solían juntar en las plazas, la gente se apiñaba en ellas a fin de escuchar su música y sus canciones. Al mismo tiempo en estos lugares se libraban combates con bombas, pomos y huevos.

Los corsos de fines del siglo XIX estaban integrados por comparsas, “centros” y orfeones. Los centros eran sociedades que se juntaban durante todo el año a cantar en diferentes fiestas, principalmente en carnaval. Las comparsas estaban integradas por músicos y cantantes, que se reunían para carnaval. Los orfeones se caracterizaban por su muy buena vestimenta, estaban integrados por músicos de gran categoría, muy buenos coros y grandes orquestas y bandas. Los corsos eran financiados mediante colectas y donaciones, ya que las autoridades no contribuían con dinero. Los corsos comenzaban usualmente a las cinco y media o seis de la tarde, y finalizaban con una fiesta de la ceniza. En esta la gente se arrojaba harina y ceniza, eran luchas violentas, que más de una vez terminaba con incidentes lamentables, pero por lo general se jugaba con mucho divertimento.

Las nuevas armas para los juegos con agua, eran los famosos pomos Cradwell, que se vendían en la farmacia Cradwell de la calle San Martín y Rivadavia, y los llamados de “bellas Artes”. Estos arrojaban agua perfumada. Todo esto a pesar de la ordenanza que prohibía arrojar agua en los días de carnaval. También se arrojaban serpentinas y “confettis”. En San Isidro se vendían los pomos de plomo en la librería de Valentín Dosso o la de Plinio Spinelli, donde también se ofrecían caretas, serpentinas y papel picado.

A fines del siglo XIX y primeras décadas de 1900 los corsos sobraban y alcanzaron su máxima popularidad. Los había en casi todas las calles principales de Buenos Aires. También en las ciudades aledañas. Predominaban en el Centro, pero los había en Flores, en Belgrano, Barracas, La Boca, Parque Patricios. También en el resto del Gran Buenos Aires. Uno muy importante era el de San Fernando, y se destacaban los de Adrogué, Lomas de Zamora, Avellaneda, Morón y San Isidro, este ultimo corso se llevaba a cabo en las calles Cosme Beccar, Belgrano, 9 de julio, 25 de mayo, hasta Primera Junta.

En estos tiempos estaba prohibido jugar con agua, solo se podía arrojar “papel cortado, flores, serpentinas y laminillas de mica”. Esto no quiere decir que no se jugara con agua, se siguió haciendo a pesar de todas las prohibiciones, pero por lo menos con menos violencia. Se solía dejar caer bolas de papel mojadas desde los balcones o azoteas sobre la gente, a veces sujetas con hilo para volver a utilizarla.

Grandes grupos de máscaras llevaban la alegría a la gente por todos lados. Se disfrazaban pintorescamente, se podía ver a la princesa, los príncipes y condes y al gracioso y simpático “oso Carolina”, el cual realizaba piruetas. Los carruajes eran siempre lujosos, pero la gente esperaba con ansia la llegada de las sociedades corales y musicales. También estaban los “clowns” o payasos, que ejecutaban difíciles pruebas gimnásticas. Luego surgieron los grupos de máscaras caricaturescas que divertían con sus números y vestimenta graciosa.

Y por estos años comenzaron a tener importancia los bailes. Se realizaban a continuación de los corsos en teatros, instituciones sociales, hoteles y residencias particulares. Por lo general eran de disfraces, y se bailaban polcas, valses, etc. Algunos de los teatros hasta tenían un servicio mediante el cual los concurrentes podían cambiar de disfraz cuantas veces quisiesen. Uno de los más famosos lugares de baile fue el “Club del Progreso”, fundado en 1852. Era un triunfo social poder participar de sus bailes, ya que había una rigurosa selección de invitados. Fuera de la Capital los mas conocidos eran los del “Tigre Hotel” los del “Hotel de San Isidro”, también en la ultima localidad eran famosos los bailes de Francisco Bustamante, o las suntuosas veladas que organizaba Alfredo Demarchi en su palacio de San Fernando, los de Morón, Lomas de Zamora y, los del hotel Las Delicias en Adrogué. También estaban los bailes del Club de Flores, los del hotel “Carapachay” de San Fernando. Otros bailes famosos eran los organizados por una comisión de vecinos en los salones de la Municipalidad al finalizar el corso de la calle Corrientes. En casi todos los clubes barriales había bailes en carnaval, tanto en la Capital como en el Gran Buenos Aires.

Con el paso de los años se fue viendo que la gente de sociedad no compartía como antes estas fiestas populares, solo acudían a los bailes o se exhibían en los carruajes durante los corsos más importantes. Ya no se daba la camaradería que imperase en el siglo anterior, en que los niños salían con los grandes, los negros con los blancos, ricos con pobres todos jugaban y festejaban juntos.

El carnaval fue perdiendo encanto, había muchas patotas y gente pasada de copas que acudía a los corsos, siempre armándose peleas. Muchas familias dejaron de ir a los corsos mas populares. En 1909 se suspendieron los corsos por los continuos incidentes que se producían en ellos.

Por estos años se daban los bailes de los conventillos, que eran legión en Buenos Aires, muchas veces terminando a tiros o puñaladas, pero la mayoría de ellas festejados con mucha alegría y camaradería.

A partir de 1915 muchas de las famosas comparsas fueron desapareciendo. Fueron siendo remplazadas por las murgas. Estas en principio estaban integradas por jóvenes de 20 o menos años. Sus cantos eran simples e ingenuos, y sus letras “atrevidas”. Los corsos perdían brillo, se poblaban de chatas, carros y carritos de lechero, adornados con flores artificiales, farolitos chinescos y tiras de papel barrilete de distintos colores. Ya no primaba la elegancia de tiempos pasados. Eran tiempos difíciles y se notaba en los festejos del carnaval. Los desfiles fueron siendo relegados por los bailes en gran escala que organizaban diferentes instituciones sociales. En 1921 resultaron fabulosos los del Club de Flores, el realizado por el Círculo de la Prensa en el teatro Coliseo y las veladas en el Tigre Hotel. Las mujeres iban vestidas con disfraces y los hombres con smoking. Esto para las clases altas, para los demás seguían existiendo los bailes en los clubes sociales y en residencias particulares. En todos se realizaban concursos y se premiaba al mejor bailarín y al mejor disfraz.

En la década del 20 eran muy pocos los corsos que seguían existiendo, y menos aun los que seguían siendo alegres y divertidos.

Como se dijo, con la declinación de las comparsas aparecen y proliferan las murgas. Las murgas apelan de modo desafiante al grotesco. Las comparsas en cambio tenían influencias europeas y eran bandas de músicos con alto dominio técnico y muchos coros e instrumentos. Las murgas también son el resultado de la mezcla de tradiciones que se dio con la gran inmigración. Antes las agrupaciones carnavalescas se fundaron en fuertes lazos étnicos, de clase y amistad. Con el tiempo se fueron organizando a partir del encuentro e intercambio vecinal de los barrios.

Las murgas representaban a estos centros sociales, y fueron relegando a las grandes comparsas. No tenían ni tenores ni bandas sinfónicas, pero eran y son muy divertidas.

Los carnavales fueron mantenidos como fiesta pública por entidades que se organizaron en función de lazos de vecindad y territorio, que es la forma que todavía se encuentra en nuestros días. Desaparecieron los corsos, pero todavía se festeja. Y obviamente los juegos con agua nunca desaparecieron por más prohibiciones que les implantaron.



Bibliografía relevante

Alonzo Piñeiro, Armando. “La historia argentina que muchos argentinos no conocen”.
Caro Baroja, Julio. “El carnaval”.
Crónicas de San Isidro. Nº 6, febrero de 1972. “El carnaval de antaño”.
Lozier Almazán, Bernardo P. “Carnavales de antaño”, Carta Abierta, 5 de febrero de 1994.
Martín, Alicia. “Fiesta en la calle”
Prestigiacomo, R. y Uccello, F. “La pequeña aldea”
Puccia, Enrique H. “Breve historia del carnaval porteño”.
Un Ingles. “Cinco años en Buenos Aires, 1820-1825″
Verdevoye, Paul. “Costumbres y costumbrismo en la prensa argentina”.

Copyright©2000
Fuentes:
http://www.agendadereflexion.com.ar/2010/02/15/601-historia-del-carnaval-bonaerense/
www.geocities.com/CapeCanaveral/Hangar/7892/

martes, 16 de febrero de 2010

Un proyecto para recuperar los feriados
Por Adrián Pérez

Alicia Martín es docente del Departamento de Ciencias Antropológicas de la UBA e investigadora del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (Inapl). Allí desarrolla una línea de investigación sobre Culturas Populares y Folklore y se especializa en fiestas populares. En 1986 comenzó a estudiar las murgas porteñas como fenómeno surgido desde la organización barrial y territorial. En diálogo con Página/12, reconoce que, no bien comenzó a trabajar, lo primero que encontró fue que existía “un gran desconocimiento sobre las murgas” y, como consecuencia de ello, “el vacío conceptual se trasladaba también a muchos de los vecinos y habitantes de la ciudad”.
“En ese momento había muy pocas agrupaciones de carnaval activas y el país venía de una dictadura muy feroz que había censurado la expresividad popular, clausurando los espacios públicos –recuerda–. Así que los murgueros de aquella época fueron auténticos sobrevivientes.” En 1770, la alegría del Carnaval quiso apagarse, por primera vez, cuando Juan José de Vértiz y Salcedo –quien desempeñaba funciones como virrey del Río de La Plata– amenazó con doscientos latigazos a “quien ejecutara bailes y toques de tambor” y se restringieron los bailes a lugares cerrados para evitar “escándalos callejeros”, para disciplinar los cuerpos, vigilar y castigar. Durante el siglo pasado y con la usurpación del Estado de derecho, la dictadura militar argentina eliminó el Carnaval del calendario de feriados mediante el decreto 21329/76.
La investigadora del Inapl recuerda que, en junio de 1976, “(José Alfredo) Martínez de Hoz estaba al frente del Ministerio de Economía aplicando a rajatabla el proyecto de la dictadura: ajustar la disciplina laboral lo máximo posible. Una de las medidas que se tomó fue la de anular los feriados. En esa volteada cayeron varios feriados religiosos, incluido el 8 de diciembre, pero también le tocó al lunes y martes de Carnaval”.
La antropóloga comenta que existiría una propuesta de la Secretaría de Turismo de la Nación y de algunos legisladores para recuperar los feriados de Carnaval (que por ahora sólo rigen en la Ciudad de Buenos Aires). ¿Cuál sería la ventaja de esa medida? “Si se avanza en ese sentido, la gente estaría en condiciones de viajar para asistir al carnaval de Humahuaca o correrse hasta el de Corrientes. Hay una coyuntura interesante y el carnaval en Buenos Aires está comenzando a tener más visibilidad.”
Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/subnotas/140357-45240-2010-02-16.html
1997 - 2010. Un reclamo con historia murguera.
Texto contribuido por Pupita La Mocuda

La lucha por la restitución del feriado de carnaval, indudablemente, ha sido y es una lucha nacida de las entrañas mismas de la comunidad murguera contemporánea, entendida en términos amplios y sin ánimo de minimizar los conflictos ni las disputas a su interior. Este febrero, dos convocatorias, de cierta manera articuladas y cuidadosas de no reiterar posturas adversativas, tendrán lugar los días lunes y martes de carnaval en el centro de la Ciudad de Buenos Aires, en consecusión del reclamo - que data de más de una década atrás y que fuera ideado por dos murgueras, Luciana Vainer y Maru Díaz - llevado adelante por miles de murgueros y murgueras durante largos años.
Cuando es de público conocimiento que podría ser inminente la restauración de la celebración popular por excelencia, la fiesta de los "de abajo", cercenada por la última de las dictaduras militares y jamás restablecida por los gobiernos elegidos democráticamente que la precedieron - nunca se fue más lejos que de la formulación de proyectos de ley presentados al Congreso de la Nación ni de reglamentaciones parcializadas a nivel regional - por medio de un decreto de necesidad y urgencia, no es un tema menor la referencia al origen de tal demanda, que la ubica más allá de intereses económicos (comerciales, empresariales) o partidarios que pudieran estar motorizando la decisión, alojándola en el campo de la cultura y de sus políticas, del arte y de la expresión popular, de lo político en tanto "libertad que actualiza la igualdad última" o en tanto accionar en conjunto en el ámbito de lo público. Todas cuestiones que deberían contemplarse con detenimiento a partir de una legislación integral que ayude a reconstituir lo que ha sido dañado y desdeñado por tanto tiempo.
Como también deberían serlo tantas otras y para mencionar sólo algunas a modo de ejemplo: la problemática de la identidad, la de las continuidades y rupturas en los géneros carnavalescos, las distintas formas de cuidar y realzar el patrimonio cultural o las limitaciones y dificultades que distintos grupos encuentran en la preparación y organización de sus eventos de carnaval.

lunes, 1 de febrero de 2010

Inspirada en la poderosa contribución anterior a esta proporcionada por Alfredo Armando Aguirre y pensando que nunca es claro ni totalmente descifrable ¡cuánto es heredado, cuánto es resignificado, cuánto es nuevo! Porque más allá de las (pre)ocupaciones relacionadas con lo organizativo, lo legislativo, el intenso trajín de la puesta en marcha del festejo en cada lugar determinado y según las costumbres y las regulaciones está lo ancestral que sigue latiendo en toda su fuerza aunque no sea aparente, quizás, a simple vista.


La Kacharpaya, Entierro del Carnaval

El entierro del Carnaval tiene un simbolismo religioso en el cual lo pagano se subordina a la concepción cristiana del pecado. La aparente relación dionisíaca del rito del enterramiento del Carnaval que se efectúa en los valles salteños, en Catamarca, en Santiago, del Estero, etcétera, tiene vinculaciones directas con el dogmatismo que siempre condenó el libertinaje de las carnestolendas y que imponía el acto de la purificación luego de los días de jolgorio desmedido.
En los valles salteños el entierro se realiza el 1 martes, a la caída de la tarde. De una de las carpas sale un hombre disfrazado de viejo decrépito, con unas largas barbas postizas y el traje completamente desgarrado. Detrás de él, una mujer disfrazada con harapos negros y completamente desgreñada, llorando desconsoladamente. El hombre es el Carnaval, muerto, que lo "llevan a enterrar", y la mujer, su viuda, que lo llora sin consuelo, Detrás de ambos personajes, que cruzan el pueblo, van uniéndote en extraño cortejo, hombres y mujeres que abandonan las danzas y libaciones, y que entonan, al son de las cajas, las vidalas de la despedida. A su paso, al hombre que simboliza el Carnaval lo ad ornan con serpentina, le arrojan harina, ceniza, cereza y chicha; le cuelgan rosquillas, rosquetes y muñecos de pan, en tanto las vidalas lloran en las voces cascadas por el alcohol.
La viuda arreciará sus chillidos a medida que el cortejo va acercándose al lugar de la sepultura. Ahí estará el hoyo, pequeño, donde el Carnaval se mete, y los circunstantes le echan poquita tierra, para que al año se pueda levantar Los vidaleros repetirán el estribillo, desesperadamente, ante el túmulo abierto, mientras cada cual alzará un puñado de tierra y lo arrojará a la sepultura.
Las cajas vuelven tristes a los boliches en acompasados sones.
En las provincias de Santiago del Estero, Catamarca y zona de los valles de Tafí, entre los contrafuertes del Aconquija, aparece la Kacharpaya, especie de muñeco que la tarde del martes, ya entrada la noche, se quema bajo los algarrobos, colgado de un alambre. Hemos visto la kacharpaya en la zona de Banderas, próxima a los límites de la provincia de Santa Fe. Es un gran muñeco relleno de paja y cohetes. Este comienza un infernal estruendo cuando las llamas de la fogata lo alcanzan. La turba que ha salido de los boliches para presenciar el "entierro del Carnaval", grita desaforadamente ante la explosión de los cohetes, y las vidalas se hacen oír desde el corro que circunda a la fogata.
Poco a poco, a medida que el fuego realiza su obra destructora, el silencio retorna en los valles y en la selva. El Carnaval es ahora un gusto amargo en la boca y un cansancio que busca sueños.
En plena ciudad de Santa Fe hemos visto a las huestes del negro Arigós, especie de pontífice de los carnavales tradicionales del viejo barrio del sur, quemar el muñeco en las callejas que desembocan en el clásico Quillá. La "negrada" de Arigós se reúne entusiasmada, ejecutando pasos. de candombe mientras el "judas". como ellos; le llaman, es consumido por el fuego. Aquí no se cantan vidalas, sino canciones propias de la comparsa del negro. Arigós, y danzas que son reminiscencias de antiguos rituales africanos muy en boga en Buenos Aires en la época de Rosas.
En algunos lugares de La Rioja el "enterramiento del Carnaval" da lugar a un acto, bárbaro y consiste en lo siguiente: Se busca a un voluntario que haga el papel de Momo; se lo sienta en el centro de la reunión como si se tratara de un dios dispuesto a, recibir las ofrendas que, sé dispongan, lo que ha de significarle la muerte y el enterramiento respectivo".
Los circunstantes empiezan a dar vueltas con "lentitud, en torno suyo, cantando al, compás del tamboril, una especie de candombe o de ronda báquica, de la que aquél fuese el dios figurado, llevando todos levantado en la derecha un jarro de aloja; llegan enfrente del ídolo ebrio, y cada uno bebe la mitad, arrojándole el resto a la cara; la ronda sigue impasible, acelerando el compás y repitiendo en cada vuelta la extraña ablución, que es saludada cada vez por las risas destempladas de los borrachos y por los chillidos ásperos de las mujeres que permanecen quietas en los bancos. El dios improvisado de, la ceremonia tiene que beber casi todo el líquido que le arrojan a la cara, pues mantiene la boca abierta para eso, para que se la llenen los que pasan danzando alrededor. Así se mantiene el tiempo que le permite la borrachera creciente, sin interrumpir el compás de su tambor, a pesar de los chorros que le ahogan, que le dejan ciego y que le bañan de pies a cabeza. Al fin rueda por tierra".
"... Ya pasó la Chaya. En el espacio inquieto de las montañas han quedado vibrando los cantores y los ecos del tamboril melancólico, de la flauta campestre de caña y cera, de las risas femeninas y los gritos desacordes de la turba frenética. Todo ha tenido una repercusión en las rocas; todo ha dejado un rastro; en la tierra, las danzas y las correrías desenfrenadas; en el aire, las músicas y las palabras, retozando en una libertad de tres días.
En las estribaciones del Ambato vemos el enterramiento del Carnaval con la misma alternativa que en los valles salteños. Aparece el dios carnavalesco con el nombre de Pukllay. Este sale sobre un burrito los días de carnaval y es paseado insistentemente y "convidado" con chicha, aloja, cenizas y almidón. El último día, a la tarde, lo llevarán a enterrar al monte más próximo; le abrirán una tumba, lo sepultarán y lo llorarán al compás de cajas vidaleras. En esta ocasión las vidalas repiten los responsos con tristes coplas.
En el "enterrado" del valle salteño, en el muñeco lleno de cohetes que hemos visto en la estación Banderas, de Santiago del Estero; en el muñeco que queman en el Aconquija, el "judas" de la negrada de Arigós, en Santa Fe; el dios figurado del Famatina, y en el Pukllay catamarqueño, vemos a la kacharpaya que Orestes Di Lullo cuenta recorriendo disfrazada, sobre un burro flaco o un caballo defectuoso, las calles de los pueblos: "seguido por una pacota -toda gente divertida- y una turba de chiquillos que cantan al son de las cajas, guitarras y violines o al ruido de instrumentos improvisados con tarros y latas".
Este personaje, según el autor citado, es uno de los juerguistas de Carnaval que en cada rancho, se detiene para exigir al dueño de casa un tributo, "que no es caridad ni mucho menos", sino una especie de colecta pública que el pueblo debe pagar como contribución por la diversión que estos animadores le proporcionaron. Aparece en los últimos días del Carnaval, cuando el cansancio hace presa en el ánimo popular y los bolsillos se alivianan resueltamente.
El autor citado dice: "Sin duda alguna, la kacharpaya es el último resplandor de esa llama que arde ininterrumpidamente en el alma del pueblo durante toda la fiesta, como en las representaciones antiguas, su aparición anuncia el término de esa orgía, mezcla de música, de cantos y de bailes, en la que el hombre solitario del campo se llena de goces fraternos y ensaya el primer paso en el sentido de su agremiación humana".
Si bien no la presenta como el símbolo de Momo que en determinados momentos hay que quemarlo o enterrarlo, admite que es una forma de la kacharpaya que se entierra en la zona montañosa y de la que se quemaba en otras épocas en Villa Atamisqui, de Santiago del Estero.
Muchas de estas costumbres han sido practicadas en otras fechas de festividades propias de la Iglesia, como lo es la fogata de San Juan en el mundo europeo, y aun en el nuestro, aunque con poca intensidad; la fiesta de los locos en la que se elegía papa de los dementes y era propiciada por los mismos canónigos de España; como, la fiesta del Asno, que a simple vista parecía un rito selvático, pero que tenía sus orígenes en la adoración del asno en que huyó de Egipto la Sagrada Familia; como la fiesta de los Inocentes, etcétera. El tiempo las fue postergando, superponiendo, y el pueblo las practicó en fechas que diferían absolutamente del móvil de origen.
Extraído de: "El mito, la leyenda y el hombre - Usos y costumbres del folklore", Félix Molina-Tellez, Editorial Claridad, Primera edición, Buenos Aires 1947.
Fuente: agenciaelvigia.com.ar/kacharpaya.htm
Texto aportado por Pupita La Mocuda