miércoles, 31 de marzo de 2010

miremos otro aspecto

aca les comparto algo que escribi hace mucho y que sigo escribiendo que es una forma de seguir pensando..es algo sobre el cuerpo..porque convengamos que en el carnaval es el cuerpo el protagonista....
luego me gustaria conocer que les a parecido...cariños ..latorda

"A veces el cuerpo se nos presenta implacable ante nosotros y nos pide respuestas. Ese cuerpo que nos permite ser, a la vez nos urge con sus necesidades.
No siempre podemos responder a lo que él desea.
A veces, actuamos como si la dimensión corporal fuera ajena a nosotros mismos. Es el momento en que nuestra mente, nuestra psiquis domina el ámbito de lo corpóreo y dirige los deseos. Este momento puede ser alternante, efímero, medido o continuo. Nuestro cuerpo entonces aprenderá a subordinarse automáticamente, o podrá encontrar escapes a través de actos de rebeldía o elegirá la opción de aparente adecuación, soportando la tensión del no poder manifestarse.
Pero es él, quien dice qué somos.
Y sin embargo, se es a partir de su dominación, por lo menos en esta sociedad en la me encuentro.
Tal vez en este proceso de adecuación de lo corporal a lo aceptado por nuestro entorno, radique la posibilidad de vivir en plenitud o a medias.
El manejo entre lo que nuestro cuerpo nos pide y lo que nosotros definimos como posible, filtrado por lo aprendido, lo exigido por nuestro medio y lo aceptado como conducta para nosotros mismos es complejo.
¿Lo fue siempre? ¿Lo es para todos?
¿Cada modelo cultural propone una relación mente cuerpo particular?
Muchas veces la forma de expresar lo que sentimos o necesitamos a través de lo gestual corporal, califica a esa persona y la ubica en diferentes status, prefijado por otros, pero que pone en evidencia lo esperable vs. lo no permitido.
Una carcajada a destajo, un tono de voz alto o sumamente bajo, la forma de balancear los brazos al caminar, la forma de cruzar o no las piernas al sentarnos, la forma de estornudar o de bostezar, es decir todo aquello que manifiesta lo que nos pasa y como nos pasa, está determinado por un modo y un tiempo que nos definirá como correctos o incorrectos.
Si salimos de lo gestual puramente postural, y tratamos de adentrarnos en otras instancias del cuerpo, también encontraremos situaciones similares y no deja de ser llamativo como el grado de disfrute de comer por ejemplo o de reaccionar frente a una película muchas veces se acota según los límites que le imponemos a nuestra posibilidad de expresarnos.
El comer con las manos parecería como mas disfrutable que comer con los cubiertos, reír o llorar a destajos, abiertamente, sin vergüenza aparece como más intenso que contenerse y moderar la respuesta. Sin embargo no siempre o no todos se animan a hacerlo.
El cuerpo limitado, domesticado, acotado parecería sinónimo de refinación y de sectores inteligentes, sin embargo nos condena a vivir a medias. ¿Es eso inteligente?
Esta dicotomía nos pone frente a una falacia: elegir entre educación o pasión.
Esta falsa opción, ubica a las personas en veredas opuestas y nos muestra como diferentes.
Esta brecha calificatoria condiciona nuestro accionar, y en un intento por ser aceptado en algunos ambientes nos exigen que subordinemos lo corporal a los códigos establecidos en esos círculos.
El soltar el cuerpo aparece como temido.
Un hombre o una mujer que es capaz de bailar desenfrenadamente, soltarse el pelo, descalzarse, sacarse la corbata o desabrocharse atrevidamente una blusa, asustan.
Asustan.
Asustan, porque si pueden hacer eso con el cuerpo, cuantas cosas más podrían hacer con sus pensamientos, sus sentimientos, su obrar.
La dimensión cuerpo, concreta, palpable, presagia entonces una manera de ser, una determinada forma de pensar, un anticipo del obrar.
Las personas en un intento de salvarse dentro la sociedad en que viven, aprenden desde muy pequeños a mostrar aquello que saben que les procura tierra segura para su andar en el medio, señalado para ellos.
Al ir creciendo, la vida, el destino, los ubica frente a diferentes opciones, y en cada decisión podrían modificar lo aprendido y ofrecido, sin embargo esto a veces presupone renunciar a los privilegios que vienen acoplados a esta programación familiar y social. Por lo que inician el proceso de olvido. Y se sienten seguros aceptando la propuesta.
Otros deciden mantener lo corporal a modo de máscara que tranquiliza, mientras la mente: las ideas, las convicciones, los valores inician un viraje hacia otros territorios. El corazón, con sus opciones se suma a este proceso y de a poco los individuos van sintiendo como el cuerpo ajusta, oprime, limita. Y se ponen en marcha diversos mecanismos para ayudar al cuerpo a acotarse. Pese al grito interior de liberación.
Son pocos los que realizan el verdadero salto, aflojando el cuerpo y permitiendo que se exprese fielmente el interior, disfrutando de las emociones sin barreras, permitiendo escucharlo, siendo capaces de
Arriesgarnos a sensaciones corporales diferentes…. Parecería que el ser respetable, en esta cultura, trae como añadidura que el cuerpo no esté en juego.
Las personas avanzan más fácilmente en el campo de las ideas….en el campo de la dialéctica….y hasta en algunas formas de darse a conocer….con opiniones jóvenes, actualizadas, impertinentes, inesperadas, provocativas, que hasta descolocan a los interlocutores, y presuponen cierta decisión de promover la libertad interior, de permitirse cuestionar a los propios principios, de fractura con lo establecido, de avanzar hacia territorios alternativos, de internarse con lo diferente, con lo marginal, con lo excluido.
Sin embargo, son pocos los que se animan al salto más importante. Ese que permite no decir con lenguaje escrito u oral, sino con el corporal. Ese lenguaje que naturalmente comunica el murguero/a, ese lenguaje temido, ese que sorprende y hasta algunos asusta. Esa manera desenfrenada de decir acá estoy.
La sociedad dominante recompensa a los cuerpos neutros. Y aborrece los que son liberados por eso de alguna manera establece mecanismos para contribuir a evitar el desborde.
No opera sobre lo que se siente: sabe que existen las turbulencias pero espera que se reacomoden permitiendo solo sensaciones de sereno placer. En la sabiduría del opresor, se sabe que el cuerpo que “dice” y por eso debe ser acotado.
La murga subvierte también esta dimensión y no es tolerable ese desenfreno expresado en disfraces, gestos, baile, risas, burlas, sudor, olor, que porta lo murgueril.
Y asimismo, todos los y las murgueras, conscientes o no de esto, apasionadamente disfrutan de esa sensación incomparable que es sentir el propio cuerpo libre, permitiéndole que se diga a si mismo."
Del Libro : Mueva!!!- Maria Graciela Zavala

jueves, 25 de marzo de 2010

Contribución de Alfredo Armando Aguirre

Historia del Carnaval bonaerense
Por Martín A. Cagliani
Artículo publicado en la revista Circulo de la Historia, Nº 47, febrero 2000

“Se acercan los días consagrados a esa brutal diversión. Legado de nuestros opresores.” Así comenzaba “Un porteño”, como dio en llamarse, una nota que publicara en un periódico de 1833. Como bien dice nuestro antepasado protestón, en los siglos pasados el carnaval se festejaba con una violencia increíble. Fue cambiando, poco a poco, a través de los años, influenciado por el también lento cambio cultural de nuestra sociedad. El carnaval fue legado por los españoles, con ellos llegaron a nuestras tierras estos festejos de antigua data en al continente europeo.

El carnaval que se festeja en nuestras tierras se ve originado como una fiesta cristiana, o por lo menos en un ámbito cristiano, ya que el carnaval son los tres días anteriores (sábado, domingo y lunes) al miércoles de ceniza, que es cuando comienza la Cuaresma. La cuaresma es un período de ayuno observado por los cristianos como preparación para la Pascua. Por todo esto, los tres días de carnestolendas o carnaval, eran festejados a pleno, porque luego vendría un período de ayuno completo, o sea, de fiestas también.

Como bien dice una antropóloga “el carnaval aparece como un absurdo; encarna la sublimación del ocio. El sinsentido del hacer para despilfarrar.” En esta fiesta, el disfraz propone la confusión de los lugares sociales y hasta la de los sexos, esclavos disfrazados de señores y al revés, humanos disfrazados de animales, hombres transformados en mujer, etc. Por esta suspensión de lo establecido se lo tildó muchas veces de subversivo. Pero es también un tiempo de sueño, se encarna el papel que se quiere ser, solo por tres días.

Nuestro carnaval ha adquirido muchas formas a lo largo de sus cientos de años de vida, pero la costumbre que siempre reino, y lo sigue haciendo, es la de arrojarse agua. El abuso de esta costumbre fue la causante de las distintas prohibiciones que se le impusieron a esta divertida fiesta. Nadie quedaba fuera del carnaval, todos se divertían en esos tres días en los cuales la ciudad parecía un campo de batalla; ricos, pobres, blancos, negros, desconocidos, conocidos, todos participaban. El mismo Domingo F. Sarmiento era un gran adepto al carnaval y no se molestaba en los mas mínimo si le arrojaban agua cuando era presidente.

Como se dijo, la costumbre de mojarse uno a otro en carnaval, la trajeron los españoles, a pesar que en España el carnaval cae en invierno. Ya desde el siglo XVIII los bonaerenses se mojaban los unos a los otros. En 1771 el Gobernador de Buenos Aires Juan José Vertíz implantó los bailes de carnaval en locales cerrados. Se oficializaban los bailes, a efectos de atenuar las inmorales manifestaciones callejeras de los negros, que habían sido prohibidas el año anterior. Por esa misma época, un grupo de gente descontenta con los bailes justo antes de la cuaresma, y según decían por los excesos que ocurrían en ellos, llevaron su descontento ante el mismísimo rey de España. El rey envió de inmediato dos órdenes a Vértiz, el 7 y 14 de enero de 1773, por las cuales prohibía los bailes y le encargaba que arreglase las escandalosas costumbres en que había caído la ciudad. Vértiz, no se quedó callado, le protesto al rey diciendo que como se bailaba en España, también se lo podía hacer en Buenos Aires. Pero el rey Carlos III promulgó una ley el 16 de diciembre de 1774, en la cual prohibía los bailes de carnaval, alegando que él nunca los había autorizado en las Indias. Como ustedes se imaginaran no se respetó la prohibición, tanto que los festejos degeneraron y ya en la época del virreinato, el virrey Cevallos se vio obligado a prohibir los festejos de carnaval. “…conviniendo remediar este desorden con el presente prohibo los dichos juegos de Carnestolendas…”, decía el bando del virrey, y sigue “… ha tomado en pocos años a esta parte tal incremento en esta ciudad [...] en ellos se apura la grosería de echarse agua y afrecho (salvado), y aun muchas inmundicias, unos a otros, sin distinción de estados ni sexos…”. Seguía diciendo que la gente, se metía en las casas y reventaban huevos por todos lados, hasta robaban y rompían los muebles.

Los excesos no disminuían, y si lo hacían era por poco tiempo. El 13 de febrero de 1795 el virrey Arredondo promulgó el bando acostumbrado prohibiendo “los juegos con agua, harina, huevos y otras cosas”.

En los años siguientes a la Revolución de Mayo, se volvió muy común entre la población, en especial entre las mujeres, la costumbre de jugar en forma intensa con agua. Para ello utilizaban todo tipo de recipiente, desde el modesto jarro, hasta los huevos vaciados y rellenos de agua con olor a rosa, pasando por baldes, jeringas, etc. Los huevos eran vaciados y llenos con agua, pero no siempre con agua aromatizada, a veces solo se tiraban huevos podridos. Entre la gente acomodada se usaba, comprar los huevos de ñandú, rellenos de agua con olor a flores, como hoy se venden las bombitas los huevos se vendían en las esquinas. Las azoteas de las casas se convertían en verdaderos campos de batalla acuáticos, y mas de un transeúnte se ligó una fresca catarata de agua. La batalla por una azotea entre hombres y mujeres, todos jóvenes, era divertidísima y terminaba con la inmersión de los perdedores en una tina o bañadera.

Esta costumbre de mojarse solo se utilizaba en la ciudad, no se había generalizado todavía en la campaña ni en las ciudades aledañas a la capital virreinal. En la campaña solían festejar de forma muy ruda, grupos de jinetes se chocaban entres si con mucha fuerza, quedando muchos heridos.

Un escritor inglés dice para 1820: “Llegado el carnaval se pone en uso una desagradable costumbre: en vez de música, disfraces y bailes, la gente se divierte arrojándose baldes de agua desde los balcones y ventanas a los transeúntes, y persiguiéndose unos a otros de casa en casa.” Y sigue “Los diarios y la policía han tratado de reprimir estos excesos sin obtener éxito.”

En las calles eran más encarnizadas las luchas con agua, ya que en ellas intervenían los esclavos, que mojaban a todo el mundo, se daban pequeñas venganzas, y más de uno no se la aguantaba pasando a las manos, que muchas veces terminaba con heridos o algún muerto. Por eso cada comienzo de carnaval se dictaban medidas preventivas, que nunca funcionaban porque los policías también jugaban al carnaval y los que estaban de servicio preferían alejarse de los lugares de lucha, para no ligarla ellos también.

El carnaval de 1827 fue mucho más tranquilo y los juegos con agua casi ni se vieron, las continuas quejas de años anteriores habían hecho efecto, aunque mas que nada se debió a la determinación de la policía de conservar el orden, algo que nuca había ocurrido. Pero esta moderación solo duro dos años, ya en 1829 vuelve la violencia. Dice un periódico: “Hemos oído asegurar que no han faltado brazos ni piernas rotas, ojos sacados, pistoletazos, etc.”. Esto porque otra vez los policías eran los primeros en jugar. Los juegos con agua siguieron, no siempre violentos.

En los tiempos de Juan Manuel de Rosas, el carnaval era esperado con mucho entusiasmo, en especial por la gente de color, protegidos de Rosas.

Para el carnaval de 1836 se permitieron las máscaras y comparsas, siempre y cuando gestionasen anticipadamente una autorización de la policía. Para esta época el carnaval estaba ya muy reglamentado para prevenir desmanes. Solo se permitía el juego en los tres días propiamente dichos de carnaval, y el horario era anunciado desde la Fortaleza (actual Casa Rosada) con tres cañonazos al comienzo, 12 del mediodía, y otros tres para finalizar los juegos, al toque de oración (seis de la tarde). También se tiraban cohetes, para los cuales había que tener permiso de la policía.

Para los juegos en esta época, se movilizaban carros con tinas de agua, jarros, jeringas, huevos de ñandú, también se usaban vejigas llenas de aire, con las cuales se golpeaba a los transeúntes. Estos juegos generaban verdaderas batallas campales. Luego del cese, de los juegos con agua, continuaban los festejos con reuniones particulares, que a veces terminaban a la madrugada.

Las costumbres del carnaval, en época de Rosas, fueron cayendo en excesos, llegando hasta el máximo desbordamiento. La gente se divertía muchisimo, no había ni clase ni estrato social que no jugara al agua en carnaval. Pero como en todo estaban los exagerados, que llegaban a las manos, y muchas veces ocurrían desgracias. También estaban los que no disfrutaban de estos juegos y no dejaban de quejarse por medio de revistas y periódicos. Muchos de estos últimos se iban de la ciudad por esos tres días de carnaval. Los excesos, ¿cuáles eran los excesos?, se preguntaran. Estaban los que aprovechaban para entrar en las casas y robar, los que se aprovechaban de las mujeres que jugaban al carnaval, manoseándolas, rompiendo sus ropas y hasta violando. También se catalogaban como excesos algunos que ahora son muy comunes en carnavales como los de Río de Janeiro o Gualeguaychú: “Las negras, muchas de ellas jóvenes y esbeltas, luciendo las desnudeces de sus carnes bien nutridas…”, decía José M. Ramos Mejía de esa época.

Por esta época los festejos de carnaval se habían extendido a todas las ciudades del actual Gran Buenos Aires. Los juegos con agua predominaban, pero también había bailes. Estos eran muy importantes, comenzaron en domicilios particulares, a principios de este siglo (s. XX) tomaron la posta los clubes de barrio.

Pero siguiendo con los “carnavales de Rosas”, los grandes protagonistas y protegidos de Rosas, eran los morenos. Los negros se dividían en “naciones”, y se juntaban en “tambos” a danzar al ritmo de sus candombes. El mismo Rosas concurría a los “huecos” donde los morenos festejaban. Por nombrar una, en 1838 acudió a la fiesta realizada por la “nación” “Congo Augunga”, en la esquina de las actuales San Juan y Santiago del Estero, acompañado de su esposa Encarnación y su hija Manuelita.

Una costumbre en esta época era la llamada “día del entierro”. Los vecinos de cada barrio colgaban en algún lugar un muñeco de paja, al que llamaban Judas, que luego era quemado, en medio de una fiesta general.

Pero no todo era diversión, los desmanes y las escenas “poco decorosas” aumentaron llegando a ser “repulsivas”. Rosas decidió cortar por lo sano y prohibió todo festejo de carnaval el 22 de febrero de 1844. La prohibición se extendió también a todas las ciudades del actual Gran Buenos Aires.

Las celebraciones se reanudaron recién en 1854, con Rosas fuera del poder. Pero el carnaval volvió muy reglamentado, se realizaban bailes públicos en diversos lugares, previo permiso de la policía. Había mucha vigilancia policial para prevenir los desmanes de las décadas anteriores.

En los años siguientes comenzaron a predominar las comparsas. Todo reglamentado, las comparsas tenían que estar anotadas, así como sus miembros, en la policía; también las personas que usaban caretas tenían que pedir un permiso y llevarlo encima por si un policía lo requería.

El primer corso se efectuó en 1869, participando en él mascaras y comparsas. Fue muy festejado por el pueblo y la prensa. Al año siguiente, una disposición policial permitió el desfile de carruajes en los corsos. Al principio, los corsos se llevaban a cabo en las calles Rivadavia, Victoria y Florida, con el tiempo se extendieron a diversas calles y barrios. Eran muy alegres y vistosos, el lujo de los disfraces y adornos fue creciendo con cada nuevo carnaval. Cada corso contaba con una comisión organizadora, los familiares de los miembros e invitados especiales se ubicaban en los balcones de la casa que servía de sede, y frente a esta se detenían las comparsas y mascaras para interpretar sus canciones y sus músicas.

Como es de esperarse, la costumbre de jugar con agua no había desaparecido, todavía sigue. Se utilizaban huevos y jeringas como antes, mas la incorporación de los pomos.

Cobraron auge los “centros”, sociedades organizadas especialmente para desfilar en los corsos. Predominaban los de los negros desfilando al son de sus candombes. A veces al enfrentarse dos comparsas de negros se iniciaban las “tapadas”, un contrapunto de todos los instrumentos que no terminaba hasta dejar en claro la supremacía de una de las comparsas, podían durar varias horas. Mas de una ves los vencidos apelaban a los golpes para expresar su descontento. Pero estos “centros” también estaban integrados por “gente de bien”, el mas conocido era la sociedad “Los Negros”. Esta estaba integrada por jóvenes intelectuales de la alta sociedad. Vestían un uniforme militar húngaro. Las letras de sus canciones eran sobre la relación de los negros y los blancos, ellos eran, supuestamente, esclavos. Bastardeaban las costumbres de los negros con sus canciones. Las comparsas tenían canciones con unas letras muy interesantes. Las había con contenido gracioso, crítica política, crítica social, de todo un poco.

Lo normal en estos años era que la gente jugaba con agua durante el día, veían los corsos, que comenzaban tipo cinco y media o seis de la tarde, y luego acudían a los bailes públicos o particulares, que comenzaban entre las 9 y 11 de la noche y terminaban de madrugada. Decía una crónica de 1872: “En los teatros, las puertas se abrirán mañana, el lunes 12 y el martes 13, a las 11 de la noche, y se cerrarán a las 4 de la madrugada. Los “tranways” estarán en funcionamiento toda la noche. En los teatros, los palcos costarán alrededor de 200 pesos y la entrada 100. En el Teatro de la Alegría los precios serán más módicos para los bailes de máscaras: 60 pesos los palcos y 25 la entrada para hombres. Las damas entrarán gratis. ¿No habrá algún disfrazado que se haga pasar por mujer?”. Este año de 1872, los juegos con agua fueron prohibidos por la policía, solo se permitían los disfraces y las comparsas.

Estas últimas se solían juntar en las plazas, la gente se apiñaba en ellas a fin de escuchar su música y sus canciones. Al mismo tiempo en estos lugares se libraban combates con bombas, pomos y huevos.

Los corsos de fines del siglo XIX estaban integrados por comparsas, “centros” y orfeones. Los centros eran sociedades que se juntaban durante todo el año a cantar en diferentes fiestas, principalmente en carnaval. Las comparsas estaban integradas por músicos y cantantes, que se reunían para carnaval. Los orfeones se caracterizaban por su muy buena vestimenta, estaban integrados por músicos de gran categoría, muy buenos coros y grandes orquestas y bandas. Los corsos eran financiados mediante colectas y donaciones, ya que las autoridades no contribuían con dinero. Los corsos comenzaban usualmente a las cinco y media o seis de la tarde, y finalizaban con una fiesta de la ceniza. En esta la gente se arrojaba harina y ceniza, eran luchas violentas, que más de una vez terminaba con incidentes lamentables, pero por lo general se jugaba con mucho divertimento.

Las nuevas armas para los juegos con agua, eran los famosos pomos Cradwell, que se vendían en la farmacia Cradwell de la calle San Martín y Rivadavia, y los llamados de “bellas Artes”. Estos arrojaban agua perfumada. Todo esto a pesar de la ordenanza que prohibía arrojar agua en los días de carnaval. También se arrojaban serpentinas y “confettis”. En San Isidro se vendían los pomos de plomo en la librería de Valentín Dosso o la de Plinio Spinelli, donde también se ofrecían caretas, serpentinas y papel picado.

A fines del siglo XIX y primeras décadas de 1900 los corsos sobraban y alcanzaron su máxima popularidad. Los había en casi todas las calles principales de Buenos Aires. También en las ciudades aledañas. Predominaban en el Centro, pero los había en Flores, en Belgrano, Barracas, La Boca, Parque Patricios. También en el resto del Gran Buenos Aires. Uno muy importante era el de San Fernando, y se destacaban los de Adrogué, Lomas de Zamora, Avellaneda, Morón y San Isidro, este ultimo corso se llevaba a cabo en las calles Cosme Beccar, Belgrano, 9 de julio, 25 de mayo, hasta Primera Junta.

En estos tiempos estaba prohibido jugar con agua, solo se podía arrojar “papel cortado, flores, serpentinas y laminillas de mica”. Esto no quiere decir que no se jugara con agua, se siguió haciendo a pesar de todas las prohibiciones, pero por lo menos con menos violencia. Se solía dejar caer bolas de papel mojadas desde los balcones o azoteas sobre la gente, a veces sujetas con hilo para volver a utilizarla.

Grandes grupos de máscaras llevaban la alegría a la gente por todos lados. Se disfrazaban pintorescamente, se podía ver a la princesa, los príncipes y condes y al gracioso y simpático “oso Carolina”, el cual realizaba piruetas. Los carruajes eran siempre lujosos, pero la gente esperaba con ansia la llegada de las sociedades corales y musicales. También estaban los “clowns” o payasos, que ejecutaban difíciles pruebas gimnásticas. Luego surgieron los grupos de máscaras caricaturescas que divertían con sus números y vestimenta graciosa.

Y por estos años comenzaron a tener importancia los bailes. Se realizaban a continuación de los corsos en teatros, instituciones sociales, hoteles y residencias particulares. Por lo general eran de disfraces, y se bailaban polcas, valses, etc. Algunos de los teatros hasta tenían un servicio mediante el cual los concurrentes podían cambiar de disfraz cuantas veces quisiesen. Uno de los más famosos lugares de baile fue el “Club del Progreso”, fundado en 1852. Era un triunfo social poder participar de sus bailes, ya que había una rigurosa selección de invitados. Fuera de la Capital los mas conocidos eran los del “Tigre Hotel” los del “Hotel de San Isidro”, también en la ultima localidad eran famosos los bailes de Francisco Bustamante, o las suntuosas veladas que organizaba Alfredo Demarchi en su palacio de San Fernando, los de Morón, Lomas de Zamora y, los del hotel Las Delicias en Adrogué. También estaban los bailes del Club de Flores, los del hotel “Carapachay” de San Fernando. Otros bailes famosos eran los organizados por una comisión de vecinos en los salones de la Municipalidad al finalizar el corso de la calle Corrientes. En casi todos los clubes barriales había bailes en carnaval, tanto en la Capital como en el Gran Buenos Aires.

Con el paso de los años se fue viendo que la gente de sociedad no compartía como antes estas fiestas populares, solo acudían a los bailes o se exhibían en los carruajes durante los corsos más importantes. Ya no se daba la camaradería que imperase en el siglo anterior, en que los niños salían con los grandes, los negros con los blancos, ricos con pobres todos jugaban y festejaban juntos.

El carnaval fue perdiendo encanto, había muchas patotas y gente pasada de copas que acudía a los corsos, siempre armándose peleas. Muchas familias dejaron de ir a los corsos mas populares. En 1909 se suspendieron los corsos por los continuos incidentes que se producían en ellos.

Por estos años se daban los bailes de los conventillos, que eran legión en Buenos Aires, muchas veces terminando a tiros o puñaladas, pero la mayoría de ellas festejados con mucha alegría y camaradería.

A partir de 1915 muchas de las famosas comparsas fueron desapareciendo. Fueron siendo remplazadas por las murgas. Estas en principio estaban integradas por jóvenes de 20 o menos años. Sus cantos eran simples e ingenuos, y sus letras “atrevidas”. Los corsos perdían brillo, se poblaban de chatas, carros y carritos de lechero, adornados con flores artificiales, farolitos chinescos y tiras de papel barrilete de distintos colores. Ya no primaba la elegancia de tiempos pasados. Eran tiempos difíciles y se notaba en los festejos del carnaval. Los desfiles fueron siendo relegados por los bailes en gran escala que organizaban diferentes instituciones sociales. En 1921 resultaron fabulosos los del Club de Flores, el realizado por el Círculo de la Prensa en el teatro Coliseo y las veladas en el Tigre Hotel. Las mujeres iban vestidas con disfraces y los hombres con smoking. Esto para las clases altas, para los demás seguían existiendo los bailes en los clubes sociales y en residencias particulares. En todos se realizaban concursos y se premiaba al mejor bailarín y al mejor disfraz.

En la década del 20 eran muy pocos los corsos que seguían existiendo, y menos aun los que seguían siendo alegres y divertidos.

Como se dijo, con la declinación de las comparsas aparecen y proliferan las murgas. Las murgas apelan de modo desafiante al grotesco. Las comparsas en cambio tenían influencias europeas y eran bandas de músicos con alto dominio técnico y muchos coros e instrumentos. Las murgas también son el resultado de la mezcla de tradiciones que se dio con la gran inmigración. Antes las agrupaciones carnavalescas se fundaron en fuertes lazos étnicos, de clase y amistad. Con el tiempo se fueron organizando a partir del encuentro e intercambio vecinal de los barrios.

Las murgas representaban a estos centros sociales, y fueron relegando a las grandes comparsas. No tenían ni tenores ni bandas sinfónicas, pero eran y son muy divertidas.

Los carnavales fueron mantenidos como fiesta pública por entidades que se organizaron en función de lazos de vecindad y territorio, que es la forma que todavía se encuentra en nuestros días. Desaparecieron los corsos, pero todavía se festeja. Y obviamente los juegos con agua nunca desaparecieron por más prohibiciones que les implantaron.



Bibliografía relevante

Alonzo Piñeiro, Armando. “La historia argentina que muchos argentinos no conocen”.
Caro Baroja, Julio. “El carnaval”.
Crónicas de San Isidro. Nº 6, febrero de 1972. “El carnaval de antaño”.
Lozier Almazán, Bernardo P. “Carnavales de antaño”, Carta Abierta, 5 de febrero de 1994.
Martín, Alicia. “Fiesta en la calle”
Prestigiacomo, R. y Uccello, F. “La pequeña aldea”
Puccia, Enrique H. “Breve historia del carnaval porteño”.
Un Ingles. “Cinco años en Buenos Aires, 1820-1825″
Verdevoye, Paul. “Costumbres y costumbrismo en la prensa argentina”.

Copyright©2000
Fuentes:
http://www.agendadereflexion.com.ar/2010/02/15/601-historia-del-carnaval-bonaerense/
www.geocities.com/CapeCanaveral/Hangar/7892/