miércoles, 20 de febrero de 2013

Murgas y Corsos del Carnaval porteño 2013.
Un debate necesario


Por Sebastián Linardi
Una serie de reflexiones sobre el Carnaval Porteño, su identidad y problemas coyunturales, a partir de lo escrito en una nota del diario Página 12.

El diario Página 12, en su edición del 9 de febrero, publicó una nota referida a la movida del Carnaval en la Argentina, escrita por Sergio Sanchez:

1) En esa nota, se destaca la opinión de las murgas de la ciudad de Buenos Aires que hacen “estilo uruguayo” (que en este Carnaval 2013 actuarán en el teatro IFT), quienes siguen reclamando un espacio regular en el Carnaval oficial porteño (no como “invitadas”, que es como pueden participar hoy en día).

2) Y en una sub nota del mismo diario, Ricardo Talento, Director del Circuito Cultural Barracas e integrante de “Los Descontrolados de Barracas” hace una crítica constructiva hacia algunas murgas y organizadores de Corsos:

Agrupaciones Invitadas


1) Respecto al pedido, una vez más, de las murgas de la ciudad de Buenos Aires que hacen estilo uruguayo por su derecho a participar del Carnaval oficial Porteño y no en calidad de “agrupaciones invitadas” como sucede hoy, si las condiciones lo permitiesen, quien escribe cree que, eventualmente, se podría llegar a ampliar el cupo para que participen. Pero no cambiar su carácter de “invitadas”.
Es que ¿como no advertir que algunos sectores tienen una gran idealización del carnaval que se hace del
otro lado del río?. Un carnaval totalmente normado (las tres categorías del carnaval porteño y sus
instancias evaluatorias son una risa al lado de la complejidad del carnaval de Montevideo). Abiertamente competitivo. Y, para escándalo de algunos idealizadores, con escenarios sponsoreados por empresas privadas (como una de las formas de amortizar costos por parte de los organizadores de una festividad social con gran convocatoria y una fuerte identidad consolidada).
En ese escenario se mueven las murgas uruguayas (que no dejan de ser menos bellas, críticas y sinceras por eso, aclaro para evitar melentendidos).
Pero respecto a este reiterado pedido, se recomienda el siguiente ejercicio de imaginación: ¿Qué pasaría si se hiciera lo inverso? ¿Y entonces se pidiera la apertura normativa del carnaval oriental, para que también participaran por derecho propio expresiones de otros lugares, como la porteña o las brasileras?. Simplemente les pegarían un boleo en el trasero. La identidad del carnaval uruguayo está muy firme. Tan firme está, que no la cuestiona casi nadie. Y se defiende sin que le tiemble el pulso a nadie (se sea de izquierda o no tanto). Los cultores argentinos de la murga uruguaya,inclusive. Jamás les escuché cuestionamientos formales y abiertos al carnaval montevideano en este sentido. Sí muchas ganas de participar en él, haciendo el estilo uruguayo. Pero no de que haya apertura hacia otros estilos, algo muy distinto.
Sin embargo, se pretende que el Carnaval Porteño sea abierto, igualando a todas las expresiones por igual. Sin caer en parámetros chauvinistas (que no son válidos), esta ciudad generó un estilo propio (o dos, si pensamos en las Agrupaciones Humorístico Musicales) dentro de los cuales, hay un enorme espectro estilístico, de los que “Centro Murga” y “Agrupación Murguera” no dejan de ser simples etiquetas que, por suerte, engloban una realidad riquísima, enorme y cambiante. Y, más allá de todo, hoy hay una tradición que terminó cristalizando en una forma de expresar el carnaval totalmente particular. Y, en tanto tal, con su aporte y originalidad,enriquecedora de todas las expresiones de carnaval que habitan este planeta. A quien escribe no le tiembla el pulso para afirmar esto.
Hay un aspecto de auto estima popular en esta cuestión. Y es el tema de que, como pueblo, la murga porteña es una de las formas históricas en que los sectores populares de toda la zona de Buenos Aires (mucho más grande que la Ciudad Autónoma) tomó la palabra y cobró (y cobra) visibilidad social. De generación en generación. Y como expresión dinámica que absorbe y reelabora las expresiones de su época. Porque lejos de ser algo inerte, el género porteño es abierto y cambiante, dentro de ciertos parámetros que hacen que todos sepamos que eso es “murga porteña” y no otra cosa.
Y todos sabemos bien que hay algunas murgas o grupos que incorporaron ciertos aspectos de la murga uruguaya, ya sea en lo coral, en el planteo sobre el escenario o lo que sea. Y que lo hicieron dentro de la murga porteña, demostrando la apertura y versatilidad del género local. Tal vez esto redunde, en el futuro, con el tiempo, en un nuevo sub género de agrupaciones porteñas, más de escenario (“Los Habitués” y “Garufa de Constitución” pueden ser tomados como ejemplos de esta variación). Por qué no. La cultura cambia. Y eso, con el tiempo, tal vez podría redundar en una nueva categoría dentro del Carnaval oficial, que incluya a este tipo de grupos que, seguramente, habrá cada vez más. O no. La futurología es un ejercicio a veces necesario (pero no por eso deja de ser un simple ejercicio retórico y de la imaginación).
Pero, sintetizando, ante el pedido de las murgas de la ciudad de estilo uruguayo por ser incluidas de forma permanente dentro de una de las categorías del Carnaval oficial porteño, quien escribe opina que no. Sí que eventualmente puedan participar más, que tengan más visibilidad, cupo o lo que sea. Pero siempre en calidad de “invitados”.
Al igual de lo que sucede en el Uruguay, consolidar cierta identidad adquirida, tomada como “riqueza” (y no como barrera xenófoba), debe ser defendida y promovida desde el Estado, quien debería hacer muchísimo más al respecto, y desde el pueblo mismo. Y claro, dejar que fluya, sin encorsetarla.
La murga porteña hace rato que es un ejemplo de apertura hacia los cambios, conviviendo en igualdad de condiciones las agrupaciones más tradicionales y las innovadoras, cada una con su belleza única, ninguna más válida que la otra. Y este género, como legítima expresión carnavalera que es, es una de las formas que tuvo nuestro pueblo de tomar la palabra y ganar la calle, más allá del gusto de la elite dominante. No es poca cosa.

Comunicación del Espectáculo

2) Pero este razonamiento que deriva en pensar sobre qué es y qué pasa en la fiesta porteña, lleva a retomar lo expresado por Ricardo Talento en la sub nota de Pagina 12 de esa misma edición. Él hace una crítica constructiva hacia la ´perfomance´ de algunas murgas, a lo que pasa en los Corsos y, seguramente lo más inquietante de todo, a cierta incomunicación entre las murgas y el público.
Y dice algo que abre la puerta a la reflexión:
“…nosotros los murgueros y los corseros somos responsables si estamos haciendo del Carnaval una fiesta aburrida o, lo que es peor, “autista”. Nos divertimos entre nosotros, participando de la murga, pero nos interesa muy poco qué queremos transmitir y cómo. Y el corsero prepara el corso para que pasen las murgas, no para que la gente se divierta”.
Antes que nada, bien viene anticipar que todo lo que aquí se señale (cosas muy puntuales) es desde la más absoluta defensa al género porteño. Y por ende, al carácter abierto e inclusivo de la murga porteña, alejado de “castings”, lo que es una riqueza y no una debilidad. Y sobre todo, dejando bien claro que esto se refiere solo a “algunas” murgas (no a todas, como el prejuicio arraigado en ciertos sectores de la población insiste en sostener).
Hechas estas salvedades, es un hecho que hay cuestiones que se pueden trabajar más, y en esto el rol de los directores es determinante, aunque también lo es la apertura de los mismos integrantes de una murga a aceptar las recomendaciones de los directores.
Una de ellas es el trabajar la actitud escénica, ya sea en el escenario o en el desfile. Y acá no se apela a tener que ir a un conservatorio de arte dramático sino a algo tan simple como decir “estoy actuando”, entonces “me meto en el espectáculo”. Es que, desgraciadamente, no es raro, en las presentaciones de ciertas murgas (sobre todo cuando el escenario toma protagonismo) ver a algunos integrantes que simplemente se detienen, empiezan a caminar o a hablar entre sí, olvidándose que el espectáculo sigue con ellos abajo. Y creen que su responsabilidad es solo durante el desfile o la demostración de baile (“la matanza”).
O también sucede ver a los allegados de algunas murgas, caminando “de civil” a la par de la pasada, entorpeciendo la visión del público, lo que llega al colmo del absurdo cuando se paran directamente en frente del escenario, en la mejor ubicación (pero siempre de “aquel” lado de las vallas), tapando el espectáculo a la gente que, con toda la buena fe, se había buscado el mejor sitio ¡para tratar de disfrutar de la murga!
Son cosas muy básicas que se transmiten hacia afuera y que, cuando suceden, dan una imagen de “me importa un bledo, yo hago lo que tengo que hacer y listo” que, inevitablemente, hace ruido en el público. El desgano cosecha desgano. Y a veces, en algunas pasadas, se transmite eso (por más que no sea eso lo que se sienta; no siempre se logra transmitir lo que se siente, como todos sabemos).

Organización de los Corsos

Respecto a la organización de los Corsos, además del tema del sonido, en algunos muy malo, se coincide aquí con Talento en que parecería que todo se hace en función de las murgas y no del público. Por lo menos en buena parte de los del circuito oficial. Y hay por lo menos tres puntos que se podrían solucionar muy fácilmente y hacen la diferencia:
A) Poner en un cartel, desde el inicio, la programación y horarios de ese Corso: No puede ser que uno llega a un Corso ¡y no sabe lo que va a ver! ¿Acaso todas las murgas son iguales? ¿Todas las murgas dan lo mismo? Porque el mensaje que está por debajo de semejante omisión, es ese: “no importa que murga esté”. Se deduce de ello que la identidad de cada murga, saber quien va a estar, evidentemente no sería algo importante a informar. Sería un “da todo más o menos lo mismo”.
B) Organizar Concurso (o pasadas) de disfraces para el público: Algo que siempre se hizo en los Corsos. Hoy por hoy, son los niños quienes se disfrazan y más disfrutan del carnaval. Entonces, que se los premie, haciendo subir a todos al escenario y dándoles un premio simbólico (globos, o lo que sea). Es algo que no cuesta nada, ayuda a dar identidad y pertenencia a la fiesta y además alegra a los niños. Ni más ni menos.
C) Pasar música, entre murga y murga, para que se arme el baile: Aunque sea con dos canciones. En ese sentido, la música sola no alcanza. Debe haber alguien que agarre el micrófono y vaya llevando la fiesta, anunciando las distintas instancias. Eso ayuda. Y muchas veces, vemos corsos que no tienen cara visible. Aunque muchas veces también sucede que no hay tiempo de que se arme ni un baile ni un concurso de disfraces por un encimamiento de las murgas, ya sea por un exceso de agrupaciones o por retrasos inevitables. Pero de todas maneras, no se puede dejar de intentar que en un Corso pasen otras cosas, además de las pasadas murgueras.

Difusión de artistas de géneros locales

Y, acá como comentario adicional, más dirigido a la Comisión de Carnaval, aunque más no sea en ciertos Corsos del circuito oficial, debería preveerse la inclusión de los nuevos artistas (algunos ya no tanto) del 2×4, como parte de una política cultural integral. Es mentira que los Corsos deban ser patrimonio exclusivo de las murgas (no se expresa aquí ninguna novedad con esto, ya que es uno de los debates permanentes de los mismos murgueros). Aunque los corsos son su lugar por excelencia ( la murga porteña debe predominar en las programaciones), se debería lograr intercalar otras expresiones, como por ejemplo, el tango, que sin lugar a dudas es su género hermano.
Hay muchas propuestas tangueras que podrían estar en los corsos, que cultivan el viejo espíritu festivo del tango, una verdadera marca de esta época: Dema y su Orquesta Petitera, La Chicana, Lucio Arce, La Santa Milonga, “Cucuza” Castiello y “Moscato” Luna, Bettinotti Fernandez, Marisa Vázquez, La Biyuya, Juan Penas y Los Bonavenas, Quiero 24, Germán Pontoriero y Polentaitum, ni que hablar de Ariel Prat, tantas orquestas típicas como “Las del Abasto”… y tantos, tantos, tantísimos artistas más… (por no mencionar a los grupos que directamente fusionan tango y murga porteña, como “Los Garciarena”, o que directamente la recrean, como “La Flor y Nata” o “La Matraca”). Grupos que, en algunos casos, hasta cuentan con integrantes en agrupaciones de carnaval que hoy están participando en el circuito porteño. Un encuentro artístico necesario que, desde el ámbito del Gobierno de la Ciudad, en tanto organizador del circuito oficial, se debería fomentar como parte de sus políticas culturales. Pero no lo hace. Ni tampoco se hizo en las Gestiones anteriores, continuando una preocupante separación que desaprovecha la oportunidad de encuentro de géneros y públicos.
Mención aparte merece la dilación de la Comisión de Carnaval en difundir la programación del Circuito Oficial, difícil de comprender cuando se termina concretando una vez pasado el primer fin de semana de Corsos. Una verdadera oportunidad perdida para la difusión de una fiesta popular que debería poder ser “manijeada”, por parte de los difusores, por lo menos una semana antes del inicio, dando la posibilidad de ir preparando informes y recomendaciones que ayuden a ir preparando el clima para el inicio de la fiesta. Razones puede haber muchas y conocido es que la Comisión de Carnaval no cuenta con los recursos que debería por parte de las autoridades del actual Gobierno de la Ciudad.
El debate es necesario. Vale la pena. Y la murga, como forma inacabada, es un ámbito legítimo para ello. Nada se cierra. Ni en la murga, ni en las ideas. Esto es solo el cabezazo de un perro, un toque ante la jugada que abrió la nota de un diario, destinado a quien quiera agarrar la pelota. Es necesario tener el balón, amasarlo un poquito y seguir pasándolo, enriqueciendo la jugada. Jugada que es colectiva y se va armando con la opinión de cada uno. Por eso, para que esto siga, es necesario escuchar otras voces. Parafraseando al por siempre extrañable “Alorsa” de La Guardia Hereje, “siga siga, la pelota no se mancha”. Si de todo esto alguna vez surge un gol, bienvenido sea. Este, fue solo un pasecito.


Nota publicada originalmente en Tinta Roja
http://tintaroja-tango.com.ar/


martes, 19 de febrero de 2013


NOS HAN DADO LA FIESTA
Por Bárbara Corneli

El camino transitado por las murgas para recuperar el feriado y desempolvar el carnaval hace de estas agrupaciones espacios donde se reescriben los vínculos en los barrios y la cultura popular.

Un salto. Dos, tres. Una patada al aire y una convulsión. La levita se retuerce sobre el cuerpo y brilla en colores estridentes. Dicen que esos tres saltos incorporados como paso de baile rememoran los sobresaltos de los esclavos africanos por los latigazos con que los azotaban sus amos. “Ese es un chamuyo” dice Diego Robacio, integrante de la murga Gambeteando el empedrado de Barracas, escéptico respecto a algunos de los relatos de la tradición oral que acompañaron la continuidad de la murga como tradición. “pero es piola porque habla de que el murguero quiere reconocerse con ese negro de antes. En algún momento la murga fue cosa de negros, de ´cabecitas negras´, entonces había algo en común con aquellos negros marginados”.


Si bien nunca dejaron de haber corsos y murgas, la eliminación de los feriados y la prohibición de reuniones durante la dictadura dificultaron la posibilidad de vivir el carnaval. Según Robacio, incluso tras 10 años de democracia, “los murgueros no se juntaban”. Fue la marcha organizada por los Quitapenas y ATE el 4 de febrero de 1997 y una serie de encuentros en la legislatura de la ciudad de Buenos Aires, gestionados por el músico y murguero Ariel Prat que allanaron el camino para conseguir la consigna de “un feriado en el almanaque y un espacio en la ciudad”, que se materializó en la ordenanza que finalmente recuperó el feriado de carnaval e instituyó normas para el circuito oficial de murgas de la C.A.B.A.

Pero tener el feriado y hacer la fiesta eran cosas distintas. Para recuperar el carnaval había que andar un camino, con instancias que hoy parecen conquistadas. Diego Robacio destaca la iniciativa de Pantera (Daniel Reyes) Director del Centro Murga Los Reyes del Movimiento de Saavedra “de hacer encuentros fuera de época en las plazas de los barrios, para que se vuelvan a realizar los festejos, los corsos”. Por otro lado, Diego Santonovich, integrante de Cachengue y sudor dice que “es clave la existencia del Encuentro Nacional de Murgas que se realiza todos los años en Suardi, provincia de Santa Fe, donde agrupaciones de todo el país se reúnen para debatir el transcurrir de la vida carnavalera e intercambiar experiencias, amén de aunar criterios para seguir fomentando el crecimiento de las murgas tanto artísticamente como a nivel legal, pujando por que sean reconocidas como patrimonio intangible de la humanidad”.

En otro momento la disputa estaba planteada entre las murgas nacidas del barrio y aquellas amasadas en un taller (pese a que estos fueran orientados por murgueros tradicionales como el “Coco” Romero). Las murgas de taller incorporaron una participación más activa de la mujer en las voces o en los desfiles rompiendo la estructura de secciones; distintos instrumentos: un zurdo, un bandoneón o más redoblantes que la murga tradicional, donde estaba más marcado el bombo con platillo e incluso metieron trucos de circo, malabares o zancos. También las distanciaba una cuestión de clase más popular en el barrio que en el taller.

Hoy en día las divisiones, y no por eso los enfrentamientos, están dadas por quienes participan del circuito oficial, pudiendo recibir parte del presupuesto asignado y quienes no. Diego Robacio explica que las pautas del circuito “tienden a que no ingresen muy fácilmente murgas nuevas que tienen que anotarse un año antes para participar de una selección para entrar al carnaval del siguiente. Y tienen que estar consolidados como para resistir ese tiempo y no es fácil eso”.

Cachengue y sudor, por ejemplo, dejó de participar del circuito oficial en 2004 lo que generó, como cuenta Diego Santonovich “la obligación de generar recursos para sostener a la murga como colectivo y a salir a la calle cada verano”.

Sin embargo, ambos entrevistados concuerdan en las implicancias. “La murga es un espacio de contención sobre todo para los jóvenes y adolescentes, con casos extremos como las murgas conformadas en villas de Buenos Aires y del conurbano. Allí donde ningún gobierno le tiende una mano a los pibes, una murga le ofrece el latido de un bombo para salir de la mala” relata Santonovich. Según Robacio la murga también es testimonio de que hoy, en tiempos donde se intenta contener y reglamentar la sociabilidad, hay grupos de gente que pueblan el espacio público, que se juntan a hacer algo sin un fin económico y más allá de sus diferencias ideológicas. Con cierta melancolía, bajo la remembranza de las parejas que se formaron en los bailes de los corsos de antaño, los murgueros sueñan con fortalecer esos lazos en el hacer juntos, viviendo en ese calendario aparte que tiene su eje en febrero, cuando asoma el carnaval.

Fuente: http://revistamascaro.org/

DE FERIADOS, MURGAS Y CARNAVAL
Cuando se piensa en las características de febrero, indefectiblemente se arriba al carnaval. Saliendo del lugar común, Mascaró se aleja del glamour y los cuerpos vistosos de Río de Janeiro o Gualeguaychú y posa su mirada en Rosario, donde los tablados, los corsos y la alegría forman parte de una construcción colectiva a puro pulmón.


Por María Petraccaro.

La última dictadura militar, además de su tendal de muertes, robos y desapariciones, también había prohibido el carnaval. En 28 años, la democracia no se animó a restituir los feriados de este festejo popular. El pueblo, reunido en murgas de diversos tipos, durante 14 años se manifestó por el regreso de la fiesta. Finalmente, 35 años después de aquel decreto nefasto, volvieron los días de celebración.


Pero desde mucho antes, por abajo, muchos colectivos se iban uniendo, armando un grupo, juntándose a tocar, una comparsa, una murga, una cuerda de candombe. Febrero, a pesar de que faltara la marca roja en el almanaque, era sin dudas el mes del carnaval. Y en cada barrio florecía la fiesta, se montaba un escenario improvisado, se cortaba la calle, las vecinas se animaron a sacar las reposeras a la vereda y se volvió a respirar la libertad y la alegría.

Este movimiento carnavalero, con los matices típicos de cada zona, lleva adelante una tarea titánica, autogestiva y hasta social. Porque en muchos casos, la murga y la organización del festejo de carnaval son una herramienta para ocupar a los pibes y pibas de los barrios, para darles un motivo, para organizarlos.

Con el retorno de los días festivos, muchos oficialismos intentaron acaparar esas fiestas, institucionarlas o crear nuevas para fomentar el turismo. Allí donde la movida ya era grande, como en Entre Ríos y el litoral en general, terminaron de encorsetarlo en los estándares de consumo, convirtiendo al carnaval en una mercadería más para venderle al turista.

Sin embargo, en muchas otras ciudades, se mantuvo intacta una línea de trabajo que apuesta a otra cosa. Buena parte de las murgas de estilo porteño, tanto de la ciudad de Buenos Aires como de otras, sostienen la autogestión económica y la independencia política.

Lo mismo sucede en Rosario, a pesar de la significativa impronta que tuvo el municipio para institucionalizar a la mayor parte de la movida carnavalera. En esta ciudad, llamativamente, son muchos los festejos que se vienen haciendo desde hace muchos años en varios barrios populares.

Quizás uno de los más conocidos, por su importante contenido social y de lucha, sea el carnaval de Barrio Ludueña, donde cada 27 de febrero se festeja, durante tres días, el carnaval-cumpleaños de Claudio “Pocho” Lepratti, el militante social asesinado durante la represión del 19 de diciembre de 2001. A los pocos meses del crimen, se realizó el primer festejo y no ha dejado de hacerse hasta ahora, desarrollando incluso su propia murga: Los Trapos.

Son numerosas las murgas de estilo porteño en Rosario, que realizan todos los años corsos de carnaval en sus barrios de origen, convocando a vecinas y vecinos a retomar las calles para el festejo popular. Algunas de ellas ya llevan más de diez años de formación, como Inundados de Arroyito y Caídos del Puente. Otras más nuevas también han tenido un importante desarrollo, como el caso de Okupando Levitas, Porkerrías y Somos los que Somos.

Incluso, en esta prolífica urbe, ya se han desarrollado al menos dos colectivos de candombe que también apuestan a la autogestión y la promoción y participación de carnavales, fiestas populares y movilizaciones masivas.

Sin embargo, desde hace unos cinco o seis años (aquí las fuentes comienzan a hacerse más difusas) en esta ciudad santafesina comenzó a surgir un movimiento que fue haciéndose fuerte año tras año y hoy copa la movida carnavalera rosarina. Se trata de la murga de estilo uruguayo, que ya suma más de diez agrupaciones, surgidas de talleres, espacios culturales o de una reunión de amigos.

Juan Barreto nació del otro lado del charco, pero hace años que vive en Rosario. Es músico y murguista. De hecho, muchos lo señalan como uno de los pioneros del auge de la murga uruguaya de este lado. “Ha sido un largo camino de intentos y fracasos a lo largo de por lo menos tres décadas”, relata Juan al intentar buscar los orígenes de este fenómeno.

“La simetría cultural que tienen Argentina y Uruguay hacen que ambos países sean buenos caldos de cultivo para las manifestaciones artísticas de uno y otro país. Pero por sobre todas las cosas, Rosario tiene murgas uruguayas por la incansable tarea de los compañeros que sostienen los espacios de murga, los que proponen talleres y motivan la creación de nuevos espacios, aquellos que pudieron encuadrar la murga políticamente para acercarla al público que la hace grande. La murga es siempre gracias a los murguistas que la sostienen”, asegura.

Quien retoma este argumento de la hermandad entre las dos costas es Natacha Scherbovsky, murguista, antropóloga, e integrante del equipo que está realizando el documental “Días de murga, instantes de carnaval”, ganador del concurso de Espacio Santafesino del Ministerio de Educación y Cultura provincial. “Hacer murga estilo uruguayo en Rosario tiene que ver con un enamoramiento con la murga como género, con el carnaval, con una forma de expresión popular colectiva, relacionado con poder decir, criticar, reflexionar lo que nos pasa cotidianamente a través del canto, del humor, la ironía, la sátira, el cuerpo en movimiento”, sostiene.

Natacha remite a la historia de la movida: “la murga estilo uruguayo en Rosario tiene dos momentos importantes respecto a su origen. Uno a fines de los ’90 y principios del 2000 con la aparición de las murgas ‘La Improvisada’ (1999) y ‘Mugasurga’ (2002). Y luego en el año 2007-2008 con la formación de las murgas ‘Mal Ejemplo’ y ‘La Cotorra’, ‘Aguantando la Pelusa’ y ‘Los Vecinos Re Contentos’. Luego con los años han ido apareciendo nuevas murgas y actualmente somos alrededor de doce”.

Diferencias

A pesar de que las formaciones rosarinas comparten el estilo uruguayo en la forma de cantar, los vestuarios, el maquillaje y la música, hay algunas cuestiones con las que, quienes saben, marcan las diferencias. Fundamentalmente a la hora de la organización interna y de los objetivos del trabajo.

“En la mayoría de las murgas, las decisiones se toman entre todos, por medio de charlas, discusiones, ‘asambleas’, plenarios. Es una particularidad de la forma que fuimos generando acá en Rosario”, explica Natacha. Es que en Uruguay, las murgas más antiguas y tradicionales tienen un dueño de murga, que es quien toma las decisiones y contrata a los murguistas.

Por su parte, Juan iguala lo que sucede en esta ciudad con el interior de Uruguay, distanciándose del carnaval de Montevideo. “El del interior es el más parecido a Rosario por la construcción colectiva que tiene. La retribución máxima para los carnavaleros es que la gente la pase bien, que se pueda dejar un mensaje, que se aplauda la entrega. La producción carnavalera no es excluyente, un mensaje le puede pasar el trapo a una buena producción, y es una sinceridad que está en la esencia del carnaval y que se tiene que conservar como lo más preciado”, afirma. Su mayor preocupación es que no suceda en estos espacios lo que viene pasando en varios lugares: “hay que cuidarse de hacer de las murgas un producto y del carnaval un mercado”.

En la segunda ciudad del país, hace rato que las murgas de estilo uruguayo tomaron nota de esa sentencia y se organizaron en consecuencia. Las reuniones entre ellas son habituales, además de que muchos murguistas son compartidos por varias formaciones. Las agrupaciones más viejitas también van tratando de incluir a las nuevas, de apoyar su crecimiento y formación y así generar lazos y trabajos en conjunto.

En 2012, esa coordinación se amplió con un hecho más que interesante: la conformación de AgrupaCarRos (Agrupaciones Carnavaleras Rosarinas), integrada por murgas porteñas, de estilo uruguayo y una cuerda de candombe. “Entre todas llevamos adelante lo que fue el ‘carnavalazo’ donde marchamos por la ciudad todas juntas, cantando, tocando tambores, bombos, platillos, y al final de la marcha terminamos en el Parque España con la actuación de algunas murgas y bandas de música amigas. Realmente fue una gran fiesta carnavalera”, relata Natacha.

Es esa obra mancomunada la que hace la diferencia a la hora de evaluar el carnaval rosarino. La que Juan destaca en sus palabras: “lo que más rescato es la construcción colectiva de los tablados, de los grupos carnavaleros, sostenida por aquella sinceridad entre los murguistas y el público. Esto se da porque por ahora el carnaval en Rosario está cargado de otros conceptos que no son los del mercado, sino los de la lucha, la resistencia y la memoria, lo que lo hace sincero y transparente”.

“Mientras podamos sostener esto así, las perspectivas hacia el carnaval van a ser amplias y duraderas”, asegura Juan, mirando hacia delante. “Para esto debemos sostener políticamente a las murgas como espacios en los cuales, con la seriedad del trabajo, se traducen las necesidades populares, sin engañarnos en que el ornamento es más importante que la desnudez, que la palabra linda es mejor que la palabra sincera”, finaliza.

Por su parte, Natacha asegura también que el carnaval seguirá creciendo, tanto por la vía independiente como desde el Estado, que lo promueve pero “que muchas veces lo significa como atractivo turístico y comercial”.

Por eso, para el cierre, la joven se permite parafrasear a un grande, casualmente nacido también en esta ciudad ribereña: “tenemos que seguir dando la disputa tanto en Rosario como en el resto del país, seguir construyendo carnavales con un sentido popular, donde sean verdaderas fiestas, que puedan vivirse en las calles, en las plazas de barrios, que dure días y días. Entonces la consigna sería: ¡crear uno, dos, tres, miles de carnavales!”.   FUENTE: http://revistamascaro.org/     
Ataquen al carnaval, sean snob, es una orden (de otros, no mía)


Por Ramiro Giganti    

Los imperativos sociales nos afectan a diario. Por las buenas o por las malas, un corte de calle por una obra inconclusa, por un reclamo legitimo o no, por una carrera del TC, un partido de fútbol o recital en un estadio, entre muchas otras cosas, irrumpen un espacio generando distintas interpretaciones según la situación de cada uno. Llama la atención que la mayoría de estas irrupciones no tienen repercusiones mediáticas, salvo cuando se trata de manifestaciones o de festejos populares. Un bache eternamente en reparación, como los que suele haber cerca de mi casa, entre muchos otros barrios porteños pasa desapercibido, incluso en grandes avenidas… un corso, o un corte de calle por un reclamo legítimo, no. La cancha de River, o el estadio Obras, cortan la avenida Libertador (y en el caso del primero también Figueroa Alcorta) en cada evento, pero curiosamente no recuerdo repercusiones negativas. Vale agregar un detalle no menor, todos esos eventos (algunos de ellos desde mis gustos o preferencias valiosos, otros no) no son de acceso libre y gratuito, muchos de ellos (sobretodo cuando se trata de artistas internaciones) de un costo casi impagable para la mayoría de los argentinos honestos, ya que sus entradas merodean el 10% del salario promedio, en sus ubicaciones más accesibles.


Los corsos, tanto los oficiales subvencionados por el Gobierno de la Ciudad o por el nacional, como los corsos independientes autogestionados por murgas o centros culturales, son de acceso libre y gratuito. Cualquier persona, sea cual fuere su presupuesto personal, puede ser parte de él. Tal vez no en comerciales y extravagantes corsódromos privados como pasa en Gualeguaychú, donde incluso la organización a pesar de los suculentos precios de sus entradas, deja mucho que desear por ejemplo en la venta (y reventa) de entradas. Pero volviendo al carnaval, esa fiesta popular milenaria cuya diversidad de tradiciones y festejos recorre el mundo entero, la fiesta representa una diversidad de expresiones, festejos, críticas y juegos.

En gran parte de Argentina, principalmente Buenos Aires, pero también en casi todo el país, las prohibiciones han afectado duramente tanto a la tradición, la inserción masiva, como en la calidad artística o de sus contenidos, pero aun así no pudieron erradicar el carnaval ni tampoco ninguna de las características mencionadas anteriormente. Mientras que nuestros vecinos de Uruguay, a pesar de haber tenido dictaduras, pudieron tener una continuidad en su evolución artística, como Bolivia en sus tradiciones (que en nuestro noroeste, como en Jujuy, donde el feriado de carnaval había sido recuperado con anterioridad, también se pueden disfrutar festejos con similar tradición y nivel de inserción).

Las críticas hacia el carnaval, hacia las murgas porteñas, o simplemente hacia los cortes de calle, suelen tener un nivel de análisis, de conocimientos sobre el tema, e incluso de retórica muy flojo. Para mencionar un caso, el artículo publicado en el diario Clarín el pasado 9 de Febrero, firmado por Marcelo Pisarro, exhibe un nivel de análisis tan flojo (o más) que el de las murgas que dice criticar, aunque no las menciona con nombre y barrio como para que sepamos de quienes hablan en que corsos las vio y el porqué de sus críticas o como prueba de su “pobreza artística”, o simplemente a que corso fue como para saber si quienes estaban se divertían o no.

Profundizando un poco el análisis

La diversidad que existe entre distintas murgas de distintos lugares es amplia. Hay algunas diferencias enormes identificables a primer vista (como diferencias a una murga porteña de una uruguaya, o de otras agrupaciones de carnaval como comparsas que también albergan una diversidad enorme), otras más minuciosas (como pasos de baile carácteristicos de diversos barrios porteños) y que no siempre se respetan a rajatabla hoy. Desde las primeras murguitas de barrio, surgidas a principios del siglo XX (o probablemente antes) a los centros murga (proceso que se da a mediados del siglo XX donde las murguitas de cada barrio se juntaron para crear un centro murga que represente al barrio), todo con avances y retrocesos relacionados a las prohibiciones que hubo en distintos momentos de nuestra historia, hasta llegar a la más dura: el decreto 21329/76 que prohibió no solo los feriados sino el carnaval como festejo durante la dictadura militar. A mediados de los 80, se empezó a reconstruir el carnaval buscando recuperar gran parte de la historia que había sido borrada (aunque no toda), y a su vez seguir creando y recreando el género.

Con poco (por no decir nulo) apoyo institucional se formaron talleres de murga y se fueron creando lazos con viejas murgas porteñas que seguían vivas.

Hacia fines de los años 90 no existía ningún subsidio estatal a murgas, la presencia del estado en los carnavales, solo se limitaba a prohibir corsos y reprimir ensayos (algo que actualmente sigue sucediendo). En ese entonces había murgas para ese momento “nuevas” surgidas de talleres como Los quitapenas, Los Crotos de Constitución, los descontrolados de Barracas, Malayunta o Cachengue y Sudor que convivían con murgas más “viejas” como Los Pegotes de Florida (la murga más vieja que hoy sigue en actividad surgida en los años 20) Los Reyes del movimiento o los Viciosos de Almagro. Poco tiempo después, en 1999 se formaría en la villa 31 la murga Los Guardianes de Mugica, donde tuve el orgullo de participar durante muchos años, y que junto con otras murgas es un testimonio vivo de la función social de muchas murgas integradas principalmente por chicos y jóvenes en barrios populares.

En esos años (los últimos de los 90) no había presupuesto estatal para murgas. Pero sí, después de algunas idas y vueltas, había murgas que se juntaban y que se empezaban a movilizar buscando la recuperación de los feriados y el reconocimiento de las agrupaciones de carnaval. Entre algunas murgas y murgueros (A las murgas mencionadas se puede agregar el músico Ariel Prat, el Coco Romero, o el “agendero” Diego Robacio, entre otras personas) organizaron la primeras marchas por el feriado de carnaval, de donde surgiría la agrupación M.U.R.G.A.S y luego también el Frente Murguero, que le agregaría algo de más ideología al manifestarse y sumar murgas en las marchas de los 24 de marzo o las viejas marchas de la resistencia. Esas primeras marchas (a fines de los 90) fueron sin dudas genuinas, pero las conquistas logradas inmediatamente fueron generando conflictos internos. Las respuestas llegaron por parte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, donde se creó un circuito oficial de corsos y un organismo hoy vigente: la Comisión de Carnaval, dependiente de la secretaria de cultura del GCBA (Dirección de festejos populares y ornamentación), para el año 2001 además de tramitar permisos para festejos y cortes de calles, el GCBA empezó a destinar un presupuesto (muy chico) para las murgas por cada actuación en corsos oficiales. Demás está decir, que ese presupuesto estaba muy lejos de cubrir los gastos mínimos que cada murga tenía (trajes, fantasía traslados, etc.) aunque poco a poco se iría incrementando, lo que además generaría las primeras internas: primero se excluyó a las murgas que no eran de la Capital, pero al seguir creciendo también se impuso una evaluación que dejaría algunas murgas afuera dejando lugar solo para “las mejores”.

En primer lugar vale acotar que no es la primera vez que se mete un gobierno a regular lo que no debe ser controlado. La historia de represión, y posterior permiso acompañado de regulación y control, no es nueva. Existen numerosas estrategias gubernamentales para controlar y “permitir” el festejo. Algunos de ellos están documentados en diversos documentos oficiales (edictos policiales, crónicas periodísticas y solicitadas públicas) que, pueden demostrar la voluntad de los diferentes gobiernos, de controlar, pero también de sancionar esos festejos restringiendo la subversión del orden durante unos días para que permanezca vigente el orden los demás días del año. Una tradición de control y sanción por parte de las autoridades, que acompaña a estos festejos desde hace siglos, incluso milenios, y ha contado con su versión local en estas tierras. En 1770 durante el Virreinato del Río de La Plata, los carnavales ya eran foco de la atención oficial, dado que se trataba de festividades protagonizadas principalmente por los negros esclavos. Estas fiestas eran consideradas “escandalosas”, groseras, desenfrenadas; por lo tanto el Virrey Vértiz, quien detentaba en ese entonces el Gobierno de Buenos Aires, promulgó un bando por el cual establecía la prohibición de dichos festejos, con un castigo de 200 latigazos a quien intente llevarlas a cabo mediante “los bailes y toques de tambor”. El carnaval fue proscripto mediante dos órdenes reales de Carlos III, el 7 y 14 de enero de 1773, alegando que nunca “habían sido permitidos, y que debería dominarse el “escandaloso desarreglo de costumbres” que se estaba produciendo en la ciudad de Buenos Aires, gracias a los festejos carnavalescos.

Sin embargo, ya en ese entonces se aplicaban distintos dispositivos de control que no se limitaban solo a la prohibición y represión. “La Ranchería”, es un galpón de madera y paja inaugurado en 1783, en un principio para exponer obras teatrales, en la actual esquina de Perú y Alsina, en dónde posteriormente se realizaron bailes de carnaval luego de que Vértiz los autorizara nuevamente, algunos argumentos para justificar dicha autorización están ligadas a “poder controlar dichos festejos”. En la época del virreinato los carnavales fueron foco de atención de los distintos actores de la escena del poder en esos días. Por un lado, se convirtieron en un objeto de interés en la puja por el poder entre la corona y el Virreinato; por otro, se transformaron en “un ámbito de disciplinamiento de las almas y los cuerpos”. El primer corso en Buenos Aires, que tuvo lugar en 1869, en la calle Hipólito Irigoyen, entre Bernado de Irigoyen y Luís Sáenz Peña, existieron numerosas situaciones de festejos, controles, prohibiciones y permisos entregados con intenciones de obtener “réditos políticos”. Previo a ese corso, y a la creación de la primer comparsa en 1858, durante el Gobierno de Juan Manuel de Rosas, el carnaval había sido nuevamente prohibido el 22 de febrero de 1844. Las celebraciones se reanudaron recién en 1854, con Rosas fuera del poder. Pero el carnaval volvió muy reglamentado, se realizaban bailes públicos en diversos lugares, previo permiso de la policía. Había mucha vigilancia policial para prevenir los desmanes de las décadas anteriores.

Me pregunto si el supuesto antropólogo Marcelo Pisarro conoce estas historias, si las ignora y escribe desde su ignorancia o si solo escribió tan pobre artículo porque “es una orden”. Me pregunto si la ausencia de un linaje histórico convincente de la que el habla existe en sus conocimientos en los que no hay una historia del carnaval porteño. Si la primer incapacidad es la incapacidad de este sujeto para conocer, estudiar e interpretar la historia del carnaval porteño y argentino.

Pero volviendo a la historia más cercana, la de la reconstrucción del carnaval, que es una historia aún en proceso, voy a seguir para hablar de los siguientes años, los más recientes que son además los que me tocó vivir y ser una parte de todo este proceso: para el año 2002 luego del “Argentinazo”, las murgas se multiplicaron. Muchas se juntaron con asambleas barriales, se formaron nuevos talleres en barrios, y también se multiplicaron corsos y participaciones de murgas en festivales y centros culturales. Mi primer ensayo con la murga Los Guardianes de Mugica fue el 21 de diciembre del 2002, un dia después del primer aniversario de lo que fueron los días 19 y 20 de diciembre del 2001. En ese entonces los guardianes formaban parte del Frente Murguero y del circuito oficial de Bsas, pero con muchas críticas, ya que los reglamentos impuestos perjudicaban mucho el andar social de la murga. Tanto la Agrupación M.U.R.G.A.S como el Frente Murguero, habían quedado atrapados (desde nuestra opinión en la murga) en las mezquindades institucionales: por un lado los reglamentos impuestos y por otro la no contemplación de diversidades. En el año 2004 la murga Cachengue y Sudor abandonó el circuito oficial de carnaval, y un año después lo hicimos nosotros, generando algo que vale la pena recordar hoy: una murga formada en una villa, con mayoría de chicos, sin recursos, le decía “no” a las prebendas del estado, que no pudo darse el gusto de expulsar a la murga con un puntaje bajo, ya que los años anteriores la murga había aprobado las evaluaciones sin dejar de cuestionarlas. Junto a Nelly Benitez, fundadora de la murga, y a muchos de los pibes aprendí lo que es la dignidad de los humildes, o mejor dicho ellos me enseñaron. Es facíl siendo de clase media o alta tener una banda de música y decir “soy independiente” porque papá me compra todo, pero en una villa donde se suele criminalizar a sus habitantes y acusarlos de vivir de prebendas, y donde deberían estar la mayor parte de los recursos estatales, se le diga que no, por rechazo a las contraprestaciones más que por un capricho debería ser una lección ética para todos. ¿Sabrá el señor Pisarro que tanto Los guardianes de Mugica de la Villa 31, como Los Piratas de Fiorito, tienen muchas salidas y corsos autogestionados en sus barrios sin ayuda estatal, como muchos otros corsos organizados por murgas independientes a lo largo y ancho del Gran Buenos Aires y también en otros puntos del país? ¿o su ignorancia es tan grande que tampoco lo sabe?

Durante el año 2005 se formó un nuevo espacio: Murgas Independientes, integrado por murgas de Gran Buenos Aires, algunas de capital junto con muchas otras de distintos barrios del conurbano. A partir de ahí se le dio forma a un circuito independiente de corsos autogestionados, la mayoría organizado por murgas, aunque se sumaron algunos organizados pro centros culturales. Además de los carnavales, y de articular iniciativas o emprendimientos particulares de cada murga, también se realizaron numerosas actividades de formación: plenarios murgueros, talleres, festivales, campamentos murgueros (con actividades sociales y de formación para jóvenes no solo sobre el carnaval). También este espacio de Murgas Independientes participó de otros espacios como el Encuentor nacional de Murgas que hace mas de 10 años se realiza en octubre en el pueblo de Suardi, provincia de Santa Fe, donde murgas de todos los puntos del país se juntan, hace talleres, intercambian ideas y actuaciones. También en la ciudad de La Plata, un grupo de murgas platenses hace una actividad en diciembre desde hace mas de una decena de años llamada “la marcha carnavalera”.

En Rosario existe un movimiento en crecimiento, actualmente agrupado en AgrupaCarRos (Agrupaciones Carnavaleras Rosarinas), pero en el ámbito murguero un grupo de murgas (Caidos del Puente, Los inundados Okupando Levitas, entre otras) se venían reuniendo hace algunos años, incluso organizado un encuentro nacional de murgas en junio del 2009, donde participaron murgueros de distintos puntos del país y del cual tuve la suerte de formar parte.

En Cordoba existieron también distintos espacios o colectivos de murgas como la Revuelta Murguera, cuyas murgas tenían participación en diversos espacios de Derechos humanos. También hubo otros colectivos de murgas. Algunas murgas de Córdoba Son Caprichoso Rejunte, Cosa de Locos, Fisurados por la Historia, entre muchas otras, también hay murgas en otras localidades cordobesas como Chau Florencio de San Francisco o los zangungueros de Villa Giardino. Las murgas de cordoba suelen caracterizarse por un importante contenido teatral y crítico en sus espectáculos.

En Mendoza existe también un conjunto de murgas con sus características particulares. Siempre son recordados Pablo Cofla y Gamuza tres chicos que murieron atropellados durante un festival un 18 de diciembre, de allí ese día es reconocido como “el dia del murguero”. Las murgas mendocinas se caracterizan por tener un predominio de lo circense: zancos, malabares y swing, y la percusión es particular: no está tan focalizada en el bombo con platillo aunque muchas murgas mendocinas lo han incorporado.

En Jujuy , si bien su historia de carnaval tiene otro anclaje, también existen murgas, y de muy buen nivel. Falta un Tono es una de las mejores murga sque ví en mi vida, con un espectáculo excelente desde lo musical y lo escénico, con mucha diversidad de estilos pero con un estilo claramente murguero.

También existen murgas en la Patagonia y en diversos puntos del país, muchas de ellas inspiradas en el modelo de murga porteña, pero con sus particularidades.

Algunas críticas internas

No sería completo el aporte si se limitara a idealizar. El carnaval me dio grandes amigos. Hay excelentes personas formando parte de muchas murgas, hay grandes artistas también. Pero no es todo ideal. Lamentablemente existen murgas dirigidas por punteros políticos, y/o murgas con perfil de “barrabrava”. Lamentablemente las reglamentaciones y la intervención del estado y sectores de poder político en el carnaval, en lugar de promover todo lo lindo mencionado en este artículo muchas veces promueve esto último. Murgas cuyos directores llevan a sus integrantes a actos partidariso a cambio de prebendas, incluso para políticos que el año anterior criticaban. De la misma manera que un barra que suspende un partido o mata a una persona no es representativo de todos los hinchas de futbol, tampoco podemos reducir a todas las murgas de ser de esta manera.

También la monotonía impuesta por los jurados del circuito oficial porteño, que se legitimaron con la excusa de “mejorar el nivel artístico” en muchos casos generaron lo contrario: murgas que en su afán de “hacer los deberes” se limitan a tener los trajes trajes y las fantasías, a hacer los mimos ritmos que otras murgas y a no innovar en sus ofertas artísticas. Si bien desde Murgas Independientes, y también murgas que forman parte del circuito oficial se realizaron muchos talleres, cuesta difundir la historia del carnaval, que los pibes se metan más en los riquísimos contenidos que existen en el carnaval. Eso genera que quienes tienen prejuicios, si llegan aun corso donde se topan con 3 o 4 murgas que innovan poco, y no ofrecen importantes contenidos desde sus escenarios, terminen creyendo en notas reduccionistas como la mencionada del pasado 9 de febrero.

Por otra parte, sin haber pasado nunca por ningún jurado, murgas como Prisioneros del Delirio de Sarandí, Espíritu Cascabelero, o Los Que Quedamos de Ituzaingó ofrecen espectáculos de gran calidad. Me pregunto si Pisarro se anima a decir que Prisioneros del Delirio tiene un modo de ejecutar sus instrumentos rutinario e impreciso, me atrevo a intuir que jamás los vio, y que si alguna vez lo hizo le “ordenaron” olvidarlo, solo así puede escribir lo que escribió creyéndose no faltar a la verdad. Seguramente tampoco puede haber visitado corsos independientes autogestionados por sus murgas como el Corso de Arpillera organizado por Cachengue y sudor, donde la presencia del estado solo se ve para intentar evitar que el corso se haga como en muchas localidades del conurbano.

Final, sin órdenes

Por otra parte, la crítica representa un lugar muy importante en nuestros carnavales desde hace más de 100 años: existen en documentos referentes a la “Campaña al Desierto” menciones respecto al carnaval: Una nota del Diario La Nación, en 1872, revelaba el desvelo del Gobierno de la Provincia Y la Jefatura de Policía por el anuncio de una comparsa que se proponía representar la Expedición al Desierto. Las “súplicas” de la policía a los jóvenes de la comparsa hicieron que se desistiera del proyecto: “...Parece que la seriedad de la expedición al desierto iba a ser defendida, mejor que la frontera, en las calles de la ciudad y se temía una conflicto. En consecuencia, la comparsa “Expedición al Desierto” se ha disuelto; y queda allanada la cuestión de estado y el conflicto que tenía por base una broma de carnaval...” ¿Será eso lo que hace que algunos medios de comunicación contraten a mediocres profesionales de las Ciencias Sociales para cuestionar a los carnavales? ¿Será por eso que algunos gobiernos se desesperan por comprar murgas y mantener solo lo superficial de nuestros carnavales borrando parte de la historia reduciendo el carnaval a un par de feriados?

No hay “una sola” forma de festejar el carnaval, ni de expresarse. Si hay recomendaciones. No me interesa decir “vayan a… o no vayan a…” particularmente recomiendo buscar cosos independientes, pero eso no quita que se puedan divertir en un corso en Avenida Corrientes o en algún barrio porteño de los tradicionales. Aún en los corsos que menos me gustan vi gran cantidad de gente, muchas veces de sectores más humildes disfrutando de un evento gratuito, vi muchos chicos divertirse en la calle sin generar grandes gastos más allá de un pomo de nieve o un “bombero loco”. La alegría de un pibe ante el sonido de los bombos, la sonrisa de un payaso debería ser un poco más respetada, independientemente de la afinidad o critica que se pueda tener hacia las murgas.

Fuentes consultadas (y recomendadas):

Puccia, Enrique: “Breve historia del carnaval porteño”, en “Cuadernos de Buenos Aires No XLVI”, Municipalidad de la ciudad de Bs. As; 1974.

Bajtin, Mijail: “La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento”, Ed. Alianza, Madrid, 1987.

Foucault, Michel: “Los anormales”

María Jones y María José Nacci: “Carnavales y Murgas Porteñas: antiguos y nuevos espacios de expresión urbana”

Revista Todo es Historia: “El Carnaval en la Gran Aldea”, por Daniel Omar de Lucía, febrero de 1995

Martín A. Cagliani: “Historia del carnaval bonaerense”

Ramiro Giganti "El carnaval, un festejo prohibido" http://argentina.indymedia.org/news/2009/02/655184.php

Petraccaro, Maria "De feriados murgas y Carnaval" http://www.anred.org/spip.php?article5824

Corneli Bárbara "Nos han dado la fiesta" http://www.anred.org/spip.php?article5825

Benitez Nelly, Guardianes de Mugica, Diamantes en el Barro

.... ¡y muchas otras mas!

martes, 12 de febrero de 2013


Clarín  y la murga de los renegados

Por Fernando Casas

Clarín recurrió a un antropólogo para denostar a la murga porteña. Su título: “Es Carnaval, diviértase, es una orden”. La nota comienza así: “Lo más horrible del Carnaval porteño es la brusquedad con que las murgas se imponen en el espacio público”.
Y peor aún, continúa: “Es un imperativo: diviértase. Y los corsos porteños no son divertidos. No son pintorescos (como en Jujuy). Ni un buen entretenimiento (como en Entre Ríos). Sus propuestas artísticas son pobres (a diferencia de las correntinas). Fueron incapaces de inventarse una tradición atractiva o de tejerse un linaje histórico convincente (como han hecho en varias localidades bonaerenses). No invitan a reírse, a relajarse, a deslumbrarse, a beber y bailar en paz, a juguetear con las jerarquías sociales. Los corsos porteños –una forma de espectáculo sincrético de carácter ritual, insistía el lingüista Mijaíl Bajtín– son excluyentes”.
Por donde empezar. Vale aclarar que a dos días de publicarla, el sitio web del diario le quitó los comentarios, la mayoría de murgueros indignados que le sugerían al autor de la nota, Marcelo Pisarro, glosas, letras críticas o alegres, y hasta le contaban historias de murgas. O mejor, le proponían sumergirse sólo en cómo organizar tanta gente, y la manera de relacionarse en una murga. Esos comentarios ya no están disponibles. Eran fulminantes, mucho más fundamentados que la misma nota.
¿Habrá intentado el diario que sus lectores fóbicos al carnaval, al que entienden sólo como ruido, rejunte de negros y corte de calles, se miren en el espejo de un antropólogo, al que creen autorizado a despotricar contra “ese tipo de alegría”?
Reniega, y esto no sólo el autor de la nota, de la historia de la que abreva la murga porteña. Ni una línea sobre la existencia de murgas que datan de 1950 –por caso, Los Viciosos de Almagro-, ni la memoria del cuero que encierra el toque de rumba y el movimiento de los pies y el cuerpo en “la matanza”, el momento en que se abre aún más la ronda y los murgueros pasan de a grupos a liberar a pleno salto, patadas y revoleo de manos la locura, como liberación del carnaval.
Primero bailan los niños, luego las mujeres, recién después los hombres, hasta que vuelven todos a ser uno y la ronda muta en masa murguera, que hace tronar el asfalto, la tierra, el empedrado, según el corso.
El antropólogo saluda el color de Oruro, o de Jujuy, o de Entre Ríos y niega su bendición a los corsos porteños. Y son otra cosa en forma y expresión, aunque con la misma esencia. Celebra y diferencia en organización y hasta en excesos los distintos carnavales. Debiera saber el hombre que el fin de semana último se cayó una tribuna en Oruro y murió una mujer chilena. Ah, y los mamados de carnaval, son lo mismo con los mismos problemas en cualquier rincón. No deben ser más o menos violentos los de Parque de los Patricios que los de cualquier ciudad de Bolivia.
Debiera, además Marcelo Pisarro, por su título, recurrir a las ciencias naturales y sociales para estudiar al ser humano de forma integral. En cambio, asegura descaradamente, que la murga porteña no aporta colorido alguno. Denota allí el autor, que nunca se acercó tanto a las lentejuelas de una, muchas levitas juntas, que encandilan el barrio, la noche, febrero, al bailar.
Podría el antropólogo hurgar en el suelo e inspeccionar dónde canta todo cuanto cantan las murgas. Debiera viajar una noche al corso de los Piratas de Fiorito, o experimentar la autogestión de los Prisioneros del Delirio de Sarandi o Mala Yunta de Floresta. Por cierto, la murga que perdió tantos chicos en Cromañón que la murga sirvió para sumar incluso a familiares y otras víctimas de la tragedia. Mire señor antropólogo cuánto significa la murga y se impone, no por coerción, sino por decantación que un grupo de sobrevivientes de aquel fatídico recital de Callejeros, fundó la agrupación Los que Nunca Callarán. No es con violencia como se encuentra en la levita, la galera y el bastón, una forma de supervivencia, en medio del humo que les dejó la noche peor.
Notará si se estudia el terreno, si camina como hace la murga, las diferencias entre un corso y otro. Péguese una vuelta por el corso del oeste de Cosa e' Mandinga -¡vaya es este lunes mismo!-, con el tablado oficial de Villa Pueyrredón, en Mosconi y Bolivia. Notará que allí hay vallas que separan al público del murguero, y en los otros no. No todo es luces y arrabal como en San Juan y Boedo. Antiguo corazón carnavalero por excelencia. Dice la leyenda del barrio, cual Ángel Gris que si vas por la vereda impar de Colombres una noche de carnaval no te enamoras nunca más. O algo así.
El carnaval también es eso: embrujo, hechizo que como tal se apagará y como no se sabe cuándo ni cómo termina, el murguero implota. Así viven los pibes, en un estado mensual de sus desangeladas almas anuales. Debiera aceptarse eso primero, claro, si se pretende realizar un análisis más o menos serio sobre una expresión con 34 escenarios en la ciudad y el triple en el Gran Buenos Aires.
Un movimiento en el que incluso desde hace un par de carnavales llegan a pastar cantores de tango. Y los muchachos de La Bersuit junto a Ariel Prat. Además, desde 2008 hay un sello discográfico nuevo, Momolesto, que edita viejas glosas y recitados murgueros.
Y más: desde 2007, año a año el ex batero de Los Piojos, Daniel Buira, coordina la edición musical Carnaval Porteño, un cd con una selección de 15 canciones de distintas murgas.
Y más para la magia de cada febrero: el ex guitarrista de Los Redondos, Skay, suele acercarse con la Negra Poly al pasaje Darwin para ver a los Atrevidos por Costumbre, alto murgón de Palermo. ¿O eso que me contaron fue una exageración en una noche de carnaval y yo la creí para siempre?
¿Por qué cree que es más sano y tiene más esencia de carnaval que una vedette viaje a Gualeguaychú a poner su culo a disposición de la fiesta y un negro tirando patadas al aire como un loco, serio en su rutina porque la quiere descoser ante los pibes, no?
Pero prefiere escribir el antropólogo Marcelo Pisarro en Clarín: “Hay que ver a los tipos que tocan los bombos. El bombo se golpea con la misma precisión ausente en el corso, en la marcha sindical, en el acto político, en la tribuna de la cancha. Se golpea en Carnaval igual que en las protestas para exigir que haya feriados y subsidios por Carnaval”.
Mientras intento hacerme esa idea de un tipo violento tocando el bombo, me viene a la mente el Zurdo Ariel, bombista de Los Inconscientes, profe en una escuela para chicos con capacidades diferentes, que toca con la precisión con la que alza a esos pibes. Claro que hay forzudos -¿"gordos malos y transpirados" querrá decirnos el antropólogo?-, que mueven la mano como si le estuvieran pegando a una injusticia. O se van de tempo ¡oh sacrilegio! La murga también puede canalizar ese rapto de furia. ¡Menos mal entonces y no viertan en otro lugar los pibes!
Pienso en la violencia y pienso en El Qumero o el Negro Hernán, de Cachengue y Sudor. El Negrito el año pasado estuvo un mes en Cuba y en otros países de Latinoamérica perfeccionándose en percusión. A propósito de esa murga. El viernes pasado se presentó en el penal de Ezeiza, en el pabellón en el que las mujeres viven con sus hijos. Eso también es la murga.
Chorrea prejuicios por todos lados la columna de opinión del antropólogo. Se le caen por los márgenes la ignorancia como discriminación y la mala intención de interpretar como un “subsidio a la alegría”, la restitución de un bien cultural: los feriados de carnaval que había desaparecido la última dictadura cívico-militar.
“Venga vecino llegó esta murga pa’ criticar...”, invita el saludo de Los Pispiretas de Liniers, o de Los Pitucos de Villa del Parque, ya ni sé. Sepa que un saludo inicial es como tal una invitación, con contenido, guste o no, en formas estéticas incluso, pero lo es. La murga es, ser estando, al menos un mes. Pero también es una manera de vivir para los pibes, las pibas, para todo un clan familiar incluso. Eso es herencia y no se desaparece más. Nunca más.
Esta es mi despedida señor antropólogo. Y los de atrás que ve detrás, son esa murga de renegados de la que usted habla:
(Con música de Balada para un loco)
Corso loco, loco,
vos que acunaste
mi murguero corazón
deja que sueñe que muy pronto volverá
con su atorrante buen humor
a despertar el Carnaval...

Fuente: http://www.diarioregistrado.com/



Momo contra el desguace PROteño

En Villa Crespo, el Carnaval tuvo su color político distante del amarillo. Las murgas desfilaron con fuertes críticas a la acción del gobierno porteño. Los colores, las murgas, el lanzaperfumes y todo sobre los corsos de los primeros días de Carnaval.

Por Andrés Valenzuela

Es sábado, hace calor y el viento que baja por Scalabrini Ortiz hace ondear banderines de colores y alejan el humo del choripán. Todavía quedan restos de claridad en la noche de Villa Crespo cuando Los Desacatados, una murga de Recoleta, reclaman contra el enrejado de Parque Centenario. “La inseguridad no se combate con rejas”, afirman y los vecinos de ese corso porteño responden con los primeros aplausos espontáneos de la noche. Con el correr de las horas, ésta y otras agrupaciones recordarán a los maestros cesanteados, criticarán a los medios, la política de salud porteña, las calles inundadas, la basura acumulada, el achicamiento cultural de la Ciudad, las habituales vacaciones del jefe de Gobierno local y su preferencia por el turista extranjero. También celebrarán los feriados restituidos al Dios Momo.



La toma de posición es una constante en la noche y, por vocación y reglamento, atraviesa a todas las murgas. De hecho, uno de los items que tienen que cumplir, junto con el desfile o la glosa de retirada, es la “crítica”. En Villa Crespo, la cuestión se magnifica porque enfrente está el jurado encargado de evaluarlos. Esta noche son tres mujeres, una de ellas con la remera amarilla que identifica a los organizadores de la Ciudad, observando con cuidado cada uno de los seis grupos que desfilan frente al escenario. A Los Desacatados los siguen Atacados por la Santa Risa (de Palermo), La Redoblona (del proyecto FM La Tribu), Los Descontrolados (de Barracas), Los Impresentables (de Flores) y Los Descarrilados (de Parque Avellaneda).



“La calle es nuestra”, celebra desde el escenario el conductor de Recoleta, mientras invita a los vecinos a las palmas y el baile. Se la ve difícil: como sabe cualquier habitué de los corsos porteños, los triples saltos consiguen su máxima efectividad recién cuando cae la noche. Cuando él arenga son apenas 20.30 y el único puesto de paty y choripán (a 12 y 15 pesos) todavía no entró en ritmo.



Los que sí se mueven desde temprano son los puestos de venta de espuma, a 13 pesos. “¡No se las tiren a los murgueros!”, ruegan dos conductores sin mucho carisma. Luego, unos bailarines explicarán a Página/12 que la espuma mancha sin remedio la tafeta de las levitas que se compran o preparan con enorme esfuerzo. Igual ahí van los chiquitos persiguiéndose o escribiendo su nombre en el piso, los púberes jugando sus primeros coqueteos de verano y también alguna barrita adolescente esperando para llamar la atención de alguna chica. Uno de ellos, aburrido, empieza a soltar espuma al aire, bien arriba, y el viento se encarga de arremolinarla y dejarla descansar sobre los vecinos.



Los palermitanos concentran su función en torno a la bandera. El despliegue de los sesenta murgueros atrae la atención y el público empieza a cerrarse a los costados del espacio destinado a patadas y quebradas. “Usás la escarapela / en cada fecha nacional / pero depositás la plata afuera / porque de chiquito sos liberal”, disparan filosos en su tema central, que también recuerda a negros, mulatos y anarquistas de la historia argentina, y reivindica los orígenes del Carnaval porteño, que construyó su idiosincrasia de modo diferente al de sus pares de otras regiones. “Aunque no salgamos en muchas noticias, ni en muchos televisores, el Carnaval es de ustedes”, recuerdan mientras los aguateros hacen apartados con los bailarines, que necesitan retomar el aliento. Es que los medios no suelen ser amables con los corsos porteños, y a nadie se le escapa que los principales diarios prefieren destacar los cortes de calles antes que a los miles de participantes.



La glosa de retirada de Los Atacados culmina con un muchacho de musculosa y evidente cultura de gimnasio bailando sobre un transformador eléctrico y una murguera sonriéndole al cielo. “¿Ya se van?”, pregunta una nena divina que no deja de abrir los ojos ante los trajes y bombos (siempre es maravilloso ver a los niños de 3 o 4 años que descubren el Carnaval). “Sí, pero ya vienen otras”, le responde su papá. Y vaya si vienen otras: seguirán La Redoblona y Los Descontrolados, sin dudas dos de las mejores murgas porteñas, ambas parte de proyectos culturales integrales, con larga trayectoria en sus barrios e influidas por vertientes escénicas (La Redoblona, por las murgas uruguayas y la tradición circense; Los Descontrolados, por el teatro comunitario).



La Redoblona recuerda a Monsanto y reclama a los grupos mediáticos “basta de cautelar”, no olvidan el caso de Marita Verón y, al atacar a los jueces, consiguen un notable aplauso popular. Cuando mencionan al “germen de gobierno”, en cambio, se levanta un intenso abucheo y hasta las chicas del jurado sonríen. Imposible no hacerlo cuando el espectáculo gira en torno a la fiebre amarilla transmitida por el mosquito “aegyptus PRO”, que entra más fácil “por mirarse mucho el ombligo”. Cuando finalmente aparece el “germen de gobierno”, lo hace para asegurar que “la culpa es de ella, que me pone papas en la boca”.



La Redoblona invita a ponerse en contacto con el vecino, un tema que comparte con GPS Barrial, el espectáculo de Los Descontrolados. “Si uno se pone paranoico, se aísla y se pierden las tradiciones”, advierte uno de los personajes centrales de los de Barracas, Pancho, el parrillero del barrio, ese “sacerdote pagano del carbón y la brasa” que asegura que lo más rico del choripán es “la incertidumbre”.



Una de las glosas de esta murga vuelve sobre la cuestión del aislamiento: “Por prejuicio maltratamos y hacemos regla de la excepción”, reflexiona esta murga del maltratado sur porteño, que en shows anteriores abordó asuntos como la contaminación o la especulación inmobiliaria en el barrio. El coro recuerda a los vecinos de Villa Crespo que el verdadero recorrido es sin careta, poniéndose en contacto con el de al lado y cuidando entre todos lo que es de todos. Los Descontrolados terminan y dos chicas se abrazan interminablemente. Una de ellas casi no sale, por una lesión en una rodilla. Pero Momo pudo más y alentó a sus cumpas y pateó el aire como todos sus compañeros de naranja, amarillo y violeta.



Es pasada la medianoche y el público se renueva. Algunos llegan. Otros se fueron a comer y perdieron su lugar junto a las vallas. Hay piernas cansadas y pomos de espuma vacíos. Quedan aún los chicos de Flores y Parque Avellaneda, que prometen “un espectáculo tan contundente como la contaminación”. Ellos también celebran los feriados recuperados. El Carnaval sigue hoy y mañana. Momo puede más.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar

domingo, 10 de febrero de 2013

Es Carnaval, diviértase, es una orden


Por Marcelo Pisarro
Lo más horrible del Carnaval porteño es la brusquedad con que las murgas se imponen en el espacio público. En el contexto de una celebración colectiva de esta naturaleza, la desfachatez es siempre saludable; se la espera, se la alienta. Pero la licencia para ser desvergonzado por un rato –el rato que dura la fiesta– no puede aplicarse de manera coercitiva. Debe brotar de un consenso tácito. “El desfile de murgas busca instalar la alegría del Carnaval”, dice un cable de agencia de noticias de esta semana. Y es eso: la alegría como cultura oficial que debe instalarse en el seno de una comunidad.

Es un imperativo: diviértase. Y los corsos porteños no son divertidos. No son pintorescos (como en Jujuy). Ni un buen entretenimiento (como en Entre Ríos). Sus propuestas artísticas son pobres (a diferencia de las correntinas). Fueron incapaces de inventarse una tradición atractiva o de tejerse un linaje histórico convincente (como han hecho en varias localidades bonaerenses). No invitan a reírse, a relajarse, a deslumbrarse, a beber y bailar en paz, a juguetear con las jerarquías sociales. Los corsos porteños –una forma de espectáculo sincrético de carácter ritual, insistía el lingüista Mijaíl Bajtín– son excluyentes. Aunque no tienen rejas que separan al artefacto cultural de la sociedad que lo rodea, a veces parece que las tuvieran.
Hay que ver a los tipos que tocan los bombos. El bombo se golpea con la misma precisión ausente en el corso, en la marcha sindical, en el acto político, en la tribuna de la cancha. Se golpea en Carnaval igual que en las protestas para exigir que haya feriados y subsidios por Carnaval. El modo de ejecutar el instrumento musical es tan rutinario que estremece. Pues aquello que distingue al tiempo de Carnaval es justamente su excepcionalidad. Es un tiempo espeso y cargado de adivinaciones, escribió Beatriz Sarlo. Como la semana que transcurre entre Navidad y Año Nuevo.
Esta experiencia colectiva de la percepción del tiempo extraordinario no puede imponerse con unos golpes de tambor en la calle. Eso, en Buenos Aires, es cosa de todos los días. Sin el ambiente cultural de ruptura con la vida diaria que propone la fiesta, las murgas son sólo otra forma de nombrar a los fastidios cotidianos.
En otras capitales latinoamericanas sí puede saborearse el aire de excepcionalidad de estas celebraciones religiosas y paganas, sincréticas y urbanas: “La metamorfosis de la vida cotidiana en una fiesta sin fin”, soñaba el sociólogo Henri Lefebvre. En La Paz, por ejemplo, las casas, las calles y las tiendas se cubren con globos y guirnaldas. Los comercios y las ferias ofrecen papel picado, espuma en pomo, máscaras, disfraces, diferentes artilugios lanza-agua. Los periódicos traen publicidades con sistemas infalibles para bajar de peso luego de beber y comer en Carnaval; las revistas repasan las últimas tendencias para la celebración ( “Equipados pa’ la mojazón” , titulan). La televisión repite imágenes del desfile de de Oruro, al que la Unesco designó como Patrimonio de la Humanidad; en las radios se cuenta la historia de los bailes, las músicas y los personajes. Los museos exhiben máscaras y trajes; las comilonas familiares se disponen con semanas de anticipación. Se oyen trompetas y cuetes en las calles, en los ensayos generales que detienen el tráfico y la vista de los transeúntes; se esperan las entradas, los aplausos, los favoritos. Nadie se quedará sin beber, sin serpentina alrededor del cuello, sin una bendición; incluso los forasteros son agasajados con comida y cerveza. Es una fiesta que forma parte de la ciudad deseable. No se impone; emerge.
Nada de eso se respira en Buenos Aires. La celebración pasa desapercibida excepto para las murgas, para los escasos espectadores y para quienes las padecen. En su estado contemporáneo, el Carnaval porteño es un artefacto cultural inerte. No hay mérito en conservar por la fuerza una práctica ruinosa y decadente en el espacio público; lo importante es preservar el espacio público en sí mismo. El espacio público como ámbito de interacción, de intervención, de encuentro, de juego.

Fuente: http://www.clarin.com/