martes, 19 de febrero de 2013


DE FERIADOS, MURGAS Y CARNAVAL
Cuando se piensa en las características de febrero, indefectiblemente se arriba al carnaval. Saliendo del lugar común, Mascaró se aleja del glamour y los cuerpos vistosos de Río de Janeiro o Gualeguaychú y posa su mirada en Rosario, donde los tablados, los corsos y la alegría forman parte de una construcción colectiva a puro pulmón.


Por María Petraccaro.

La última dictadura militar, además de su tendal de muertes, robos y desapariciones, también había prohibido el carnaval. En 28 años, la democracia no se animó a restituir los feriados de este festejo popular. El pueblo, reunido en murgas de diversos tipos, durante 14 años se manifestó por el regreso de la fiesta. Finalmente, 35 años después de aquel decreto nefasto, volvieron los días de celebración.


Pero desde mucho antes, por abajo, muchos colectivos se iban uniendo, armando un grupo, juntándose a tocar, una comparsa, una murga, una cuerda de candombe. Febrero, a pesar de que faltara la marca roja en el almanaque, era sin dudas el mes del carnaval. Y en cada barrio florecía la fiesta, se montaba un escenario improvisado, se cortaba la calle, las vecinas se animaron a sacar las reposeras a la vereda y se volvió a respirar la libertad y la alegría.

Este movimiento carnavalero, con los matices típicos de cada zona, lleva adelante una tarea titánica, autogestiva y hasta social. Porque en muchos casos, la murga y la organización del festejo de carnaval son una herramienta para ocupar a los pibes y pibas de los barrios, para darles un motivo, para organizarlos.

Con el retorno de los días festivos, muchos oficialismos intentaron acaparar esas fiestas, institucionarlas o crear nuevas para fomentar el turismo. Allí donde la movida ya era grande, como en Entre Ríos y el litoral en general, terminaron de encorsetarlo en los estándares de consumo, convirtiendo al carnaval en una mercadería más para venderle al turista.

Sin embargo, en muchas otras ciudades, se mantuvo intacta una línea de trabajo que apuesta a otra cosa. Buena parte de las murgas de estilo porteño, tanto de la ciudad de Buenos Aires como de otras, sostienen la autogestión económica y la independencia política.

Lo mismo sucede en Rosario, a pesar de la significativa impronta que tuvo el municipio para institucionalizar a la mayor parte de la movida carnavalera. En esta ciudad, llamativamente, son muchos los festejos que se vienen haciendo desde hace muchos años en varios barrios populares.

Quizás uno de los más conocidos, por su importante contenido social y de lucha, sea el carnaval de Barrio Ludueña, donde cada 27 de febrero se festeja, durante tres días, el carnaval-cumpleaños de Claudio “Pocho” Lepratti, el militante social asesinado durante la represión del 19 de diciembre de 2001. A los pocos meses del crimen, se realizó el primer festejo y no ha dejado de hacerse hasta ahora, desarrollando incluso su propia murga: Los Trapos.

Son numerosas las murgas de estilo porteño en Rosario, que realizan todos los años corsos de carnaval en sus barrios de origen, convocando a vecinas y vecinos a retomar las calles para el festejo popular. Algunas de ellas ya llevan más de diez años de formación, como Inundados de Arroyito y Caídos del Puente. Otras más nuevas también han tenido un importante desarrollo, como el caso de Okupando Levitas, Porkerrías y Somos los que Somos.

Incluso, en esta prolífica urbe, ya se han desarrollado al menos dos colectivos de candombe que también apuestan a la autogestión y la promoción y participación de carnavales, fiestas populares y movilizaciones masivas.

Sin embargo, desde hace unos cinco o seis años (aquí las fuentes comienzan a hacerse más difusas) en esta ciudad santafesina comenzó a surgir un movimiento que fue haciéndose fuerte año tras año y hoy copa la movida carnavalera rosarina. Se trata de la murga de estilo uruguayo, que ya suma más de diez agrupaciones, surgidas de talleres, espacios culturales o de una reunión de amigos.

Juan Barreto nació del otro lado del charco, pero hace años que vive en Rosario. Es músico y murguista. De hecho, muchos lo señalan como uno de los pioneros del auge de la murga uruguaya de este lado. “Ha sido un largo camino de intentos y fracasos a lo largo de por lo menos tres décadas”, relata Juan al intentar buscar los orígenes de este fenómeno.

“La simetría cultural que tienen Argentina y Uruguay hacen que ambos países sean buenos caldos de cultivo para las manifestaciones artísticas de uno y otro país. Pero por sobre todas las cosas, Rosario tiene murgas uruguayas por la incansable tarea de los compañeros que sostienen los espacios de murga, los que proponen talleres y motivan la creación de nuevos espacios, aquellos que pudieron encuadrar la murga políticamente para acercarla al público que la hace grande. La murga es siempre gracias a los murguistas que la sostienen”, asegura.

Quien retoma este argumento de la hermandad entre las dos costas es Natacha Scherbovsky, murguista, antropóloga, e integrante del equipo que está realizando el documental “Días de murga, instantes de carnaval”, ganador del concurso de Espacio Santafesino del Ministerio de Educación y Cultura provincial. “Hacer murga estilo uruguayo en Rosario tiene que ver con un enamoramiento con la murga como género, con el carnaval, con una forma de expresión popular colectiva, relacionado con poder decir, criticar, reflexionar lo que nos pasa cotidianamente a través del canto, del humor, la ironía, la sátira, el cuerpo en movimiento”, sostiene.

Natacha remite a la historia de la movida: “la murga estilo uruguayo en Rosario tiene dos momentos importantes respecto a su origen. Uno a fines de los ’90 y principios del 2000 con la aparición de las murgas ‘La Improvisada’ (1999) y ‘Mugasurga’ (2002). Y luego en el año 2007-2008 con la formación de las murgas ‘Mal Ejemplo’ y ‘La Cotorra’, ‘Aguantando la Pelusa’ y ‘Los Vecinos Re Contentos’. Luego con los años han ido apareciendo nuevas murgas y actualmente somos alrededor de doce”.

Diferencias

A pesar de que las formaciones rosarinas comparten el estilo uruguayo en la forma de cantar, los vestuarios, el maquillaje y la música, hay algunas cuestiones con las que, quienes saben, marcan las diferencias. Fundamentalmente a la hora de la organización interna y de los objetivos del trabajo.

“En la mayoría de las murgas, las decisiones se toman entre todos, por medio de charlas, discusiones, ‘asambleas’, plenarios. Es una particularidad de la forma que fuimos generando acá en Rosario”, explica Natacha. Es que en Uruguay, las murgas más antiguas y tradicionales tienen un dueño de murga, que es quien toma las decisiones y contrata a los murguistas.

Por su parte, Juan iguala lo que sucede en esta ciudad con el interior de Uruguay, distanciándose del carnaval de Montevideo. “El del interior es el más parecido a Rosario por la construcción colectiva que tiene. La retribución máxima para los carnavaleros es que la gente la pase bien, que se pueda dejar un mensaje, que se aplauda la entrega. La producción carnavalera no es excluyente, un mensaje le puede pasar el trapo a una buena producción, y es una sinceridad que está en la esencia del carnaval y que se tiene que conservar como lo más preciado”, afirma. Su mayor preocupación es que no suceda en estos espacios lo que viene pasando en varios lugares: “hay que cuidarse de hacer de las murgas un producto y del carnaval un mercado”.

En la segunda ciudad del país, hace rato que las murgas de estilo uruguayo tomaron nota de esa sentencia y se organizaron en consecuencia. Las reuniones entre ellas son habituales, además de que muchos murguistas son compartidos por varias formaciones. Las agrupaciones más viejitas también van tratando de incluir a las nuevas, de apoyar su crecimiento y formación y así generar lazos y trabajos en conjunto.

En 2012, esa coordinación se amplió con un hecho más que interesante: la conformación de AgrupaCarRos (Agrupaciones Carnavaleras Rosarinas), integrada por murgas porteñas, de estilo uruguayo y una cuerda de candombe. “Entre todas llevamos adelante lo que fue el ‘carnavalazo’ donde marchamos por la ciudad todas juntas, cantando, tocando tambores, bombos, platillos, y al final de la marcha terminamos en el Parque España con la actuación de algunas murgas y bandas de música amigas. Realmente fue una gran fiesta carnavalera”, relata Natacha.

Es esa obra mancomunada la que hace la diferencia a la hora de evaluar el carnaval rosarino. La que Juan destaca en sus palabras: “lo que más rescato es la construcción colectiva de los tablados, de los grupos carnavaleros, sostenida por aquella sinceridad entre los murguistas y el público. Esto se da porque por ahora el carnaval en Rosario está cargado de otros conceptos que no son los del mercado, sino los de la lucha, la resistencia y la memoria, lo que lo hace sincero y transparente”.

“Mientras podamos sostener esto así, las perspectivas hacia el carnaval van a ser amplias y duraderas”, asegura Juan, mirando hacia delante. “Para esto debemos sostener políticamente a las murgas como espacios en los cuales, con la seriedad del trabajo, se traducen las necesidades populares, sin engañarnos en que el ornamento es más importante que la desnudez, que la palabra linda es mejor que la palabra sincera”, finaliza.

Por su parte, Natacha asegura también que el carnaval seguirá creciendo, tanto por la vía independiente como desde el Estado, que lo promueve pero “que muchas veces lo significa como atractivo turístico y comercial”.

Por eso, para el cierre, la joven se permite parafrasear a un grande, casualmente nacido también en esta ciudad ribereña: “tenemos que seguir dando la disputa tanto en Rosario como en el resto del país, seguir construyendo carnavales con un sentido popular, donde sean verdaderas fiestas, que puedan vivirse en las calles, en las plazas de barrios, que dure días y días. Entonces la consigna sería: ¡crear uno, dos, tres, miles de carnavales!”.   FUENTE: http://revistamascaro.org/     

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